Ugo Pipitone
América Latina, 2002
Las dos crisis anteriores de América Latina (en 1995 y 1999) no tuvieron las consecuencias que está teniendo la actual. Veamos los números. En 1995 el PIB regional mantuvo un crecimiento positivo de uno por ciento; en 1999 el crecimiento siguió positivo, pero ya sólo en un minúsculo 0.3 por ciento. Sin embargo, las previsiones para 2002 pronostican una regresión absoluta del PIB en el orden de 0.8 por ciento para toda la región. O sea, el año en curso será ciertamente el peor en más de una década de historia económica latinoamericana. Y añadiendo tendencias de mediano plazo a la coyuntura, señalemos que 2002 apunta a ser el cuarto año consecutivo en que América Latina registrará una salida neta de recursos a favor del resto del mundo.
En el centro de la crisis de 1995 estuvieron los problemas cambiarios de México; en 1999, los efectos derivados de la crisis asiática y rusa de 1997-98. Actualmente, el factor desencadenante es de mayor amplitud e intensidad que antes y corresponde al fin del ciclo expansivo de la economía estadunidense en los años 90. Y como siempre ocurre, la sensibilidad latinoamericana a los choques externos se muestra en forma dramática: persistente comprobación de la fragilidad de economías que no terminan por encontrar un rumbo firme de salida del atraso y en las cuales cada avance se revela precario e incapaz de establecer bases más o menos firmes para el futuro.
Como es obvio, los temblores tienen efectos diferentes dependiendo de la naturaleza de los suelos. Y Argentina es una especie de lago de Texcoco en escala latinoamericana. Después de una década de economía ficción (con una paridad cambiaria convertida en última playa de la historia económica nacional), el país se reencuentra ahora, de golpe y porrazo, con la realidad. O sea, con los daños causados por la pereza intelectual de los responsables de la política económica. Para el año en curso, el retroceso absoluto de la economía argentina se estima en cerca de 14 por ciento.
En el resto de la región, los terrenos no son mucho más firmes. No obstante las sacudidas, las otras dos principales economías latinoamericanas (Brasil y México), podrían llegar a fin de año con crecimientos del PIB de entre uno y 2 por ciento. Sin embargo, es en Brasil donde residen las principales fuentes de incertidumbre. ƑCuáles son los problemas específicos que hacen de este país una peligrosa fuente de contagios regionales? Limitémonos a lo más evidente. En primer lugar está una deuda externa que alcanza 60 por ciento del PIB y que, dado su perfil de vencimientos de corto plazo, supone un alto riesgo de suspensión de pagos si en los próximos meses la situación no se estabilizara. En segundo lugar, está la fragilidad mostrada por el real que, desde abril, ha perdido una tercera parte de su valor frente al dólar. Y aquí también la deuda externa tiene su peso. En efecto, las empresas brasileñas altamente endeudadas frente al exterior se han convertido desde hace meses en grandes demandantes de dólares en el mercado interno para hacer frente a sus compromisos externos: con la inevitable consecuencia de abatir más el tipo de cambio del real y reducir el espesor del colchón de seguridad representado por las reservas del banco central.
Reflejando las dudas sobre los equilibrios macroeconómicos del país, entre marzo y julio pasados, el sobrecosto para los bonos brasileños en los mercados internacionales pasa de 5 a 15 puntos porcentuales más respecto a los bonos del Tesoro de Estados Unidos. Y si a lo anterior añadimos el nerviosismo asociado a las elecciones presidenciales de octubre, es más que evidente que cualquier cosa puede decirse de Brasil, menos que estamos aquí en una situación bajo control.
Nadie puede sostener en el presente que lo peor ha pasado. Ni en Estados Unidos se muestran hasta ahora señas contundentes de una recuperación capaz de introducir en el ambiente alguna confianza en el futuro inmediato. Ni en Brasil podemos decir con algún grado de confianza que los próximos meses serán de "retorno a la normalidad". Y en lo que concierne Argentina, los dados siguen amenazadoramente en el aire. Y dejemos de lado los desastres económicos que se anuncian para el año en curso en Uruguay, Venezuela y Paraguay. Sólo queda la frágil esperanza de que salgamos de este funesto año de 2002 con algún aprendizaje acerca de la persistente fragilidad externa de las economías regionales.