Rolando Cordera Campos
De vuelta a Comala
Los números del martes pasado sobre la pobreza, resultado de la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto para el 2000, el año de gracia del doctor Zedillo, fueron coronados el miércoles con los provenientes de sendas encuestas sobre nuestra cultura política y la apreciación ciudadana de la democracia, realizadas por el IFE y la Secretaría de Gobernación. Los números provenientes de las encuestas siempre pueden mentir y engañar al más ducho en estos menesteres de la demoscopia, pero los que nos ofrecen los tres ejercicios mencionados probablemente nos acerquen más a la verdad de este país que cualquier bravuconada de Onésimo.
Son, estos números del horror, sumas de una realidad de oprobio social y (des) preocupación política que deberían ocupar de tiempo completo y por plazo indefinido a los medios informativos, la academia y los políticos. Esto no ha ocurrido, si juzgamos por la velocidad con que han desaparecido de la información cotidiana, y nadie puede asegurar que pronto ocurrirá; no, tal vez, antes de que de veras anochezca.
Los pobres registrados en el año 2000 aumentaron estrepitosamente, mientras que el desprecio por los actores y órganos por excelencia de la democracia se afirmó a partir de ese año. Esa es, en nuez aterradora, la situación que guarda México al filo del milenio, tras casi 20 años de cambio económico, y cuando su régimen democrático representativo se estrena y encara las primeras grandes pruebas de su eficacia y viabilidad.
Esta vez, hay que decirlo, sí es para tanto: tanta y tan creciente pobreza y miseria, acompañada por una concentración del ingreso y la riqueza inconmovible o también en ascenso, no pueden ser entendidas como componentes inocuos o accidentales del tránsito y la consolidación de un sistema político plural y abierto, competitivo y que se precie de ser en verdad representativo, es decir, capaz de dar un lugar y un papel en sus decisiones y frutos a todos los que conforman la sociedad nacional. No hay caso en exagerar, mucho menos en buscar culpables en el pasado imperfecto o pluscuamperfecto; tampoco en este presente carente de articulación y sobrado en despropósitos: la patria, si así podemos llamarla, se ha vuelto jirones y aquello de los "many Mexicos" es una metáfora ilusoria y en busca de agradecimientos.
Los sentimientos de la nación sobre su política y sus políticos, ponderados por los resentimientos de la sociedad que pueden emanar de su empobrecimiento abrumador, no pueden dar otra proyección que la vecindad con el abismo. Y lo que antes podía consolarnos ante el panorama desolador de una economía estancada por lustros, que era el avance democrático, hoy no puede hacerlo porque la sospecha y la incredulidad respecto de los actores principales de dicho avance han caído sobre ellos de modo brutal. Tal es, sin más, la encrucijada de México, un país que tal vez nunca lo fue y que ahora, cuando muchos pretenden hacerlo todo de nuevo, se puede ir por las grietas de su suelo reseco y adolorido por el abuso secular.
No hay manera de esquivar este bulto, y mal harán nuestros dirigentes políticos en hacer como que la Virgen les habló la semana anterior y que con eso les basta. La combinatoria de que nos hablan las encuestas del Estado, del INEGI al IFE pasando por Sedeso y Gobernación, mueve a una reflexión cuidadosa pero rápida, de obligada emergencia, a partir de la cual la frágil clase política que nos queda sea llevada a proponer acciones y compromisos ineludibles para ella misma pero, sobre todo, ante el resto del país que puede no leer los diarios y apenas ver y oír los simulacros y gritos de la tele, pero que sí puede empezar a buscar otras maneras de dar curso a su abandono y desconsuelo.
Volver sobre el tema trillado de la descomposición política, de la decadencia antes de haber siquiera vislumbrado el auge, dejó de ser ejercicio estéril para el semanal punto de vista. Imagining Argentina es una película que filman en Buenos Aires Antonio Banderas y la extraordinaria Ema Thompson. Es, dice el español, un filme necesario para "recordar y no olvidar". Nosotros parecemos haber entrado a otra dimensión: la de imaginar que no somos personajes de Pedro Páramo