Jorge Camil
Un Presidente asediado
Vicente Fox no tiene buenos consejeros legales, ni operadores políticos ni asesores confiables en el área de relaciones públicas. Uno tras otro de los decretos presidenciales mediante los cuales ha pretendido legislar en ausencia de una relación institucional con el Poder Legislativo han sido rechazados por la Suprema Corte con el sello de inconstitucionalidad (lo cual confirma la falta de oficio de sus abogados e indica que tampoco disfruta de una buena relación con el Poder Judicial).
Pero la inexperiencia de sus operadores políticos es un problema de mayor trascendencia, porque le ha impedido avanzar en el difícil tema de la reforma política, lograr la reforma fiscal que desean y recomiendan asesores financieros, empresarios y organismos internacionales y sentar las bases para que la alternancia electoral se convierta en una auténtica transición democrática en lugar de permanecer congelada como una simple novedad histórica.
La falta de asesores confiables en el área de relaciones públicas se manifiesta en casi todos y cada uno de los días de su mandato, porque cada palabra, gesto, actitud o declaración presidencial se convierte inmediatamente en motivo de ataque político o desata una tormenta de proporciones nacionales. Las ubicuas botas vaqueras, el nombre correcto de Borges, el tour del Air Force One del amigo Bush, la inopinada conversación telefónica con Fidel Castro, los símbolos religiosos que han aparecido en ciertas ceremonias oficiales y el beso al anillo del pescador (que provocó todo un artículo de opinión de Cuauhtémoc Cárdenas) son algunos ejemplos de situaciones que, bien planeadas y manejadas, jamás se hubieran convertido en sucesos embarazosos para el Presidente de la República.
Pero la debacle del nuevo aeropuerto para la ciudad de México es la gota que derramó el vaso. El decreto de expropiación fue atacado ab initio de inconstitucionalidad por Ignacio Burgoa (el jurista cuya voz impostada, patillas abultadas y aire de autosuficiencia lo han convertido en el guardián televisivo de la Constitución) y después, como si la administración actual pudiera darse el lujo de un nuevo fracaso político enseguida del traspié jurídico, habría de venir la "graciosa huida", soportada con argumentos destinados a contradecir aquellos esgrimidos anteriormente como razones de peso a favor de la realización del proyecto en Atenco: "el sitio no es importante, existen otras opciones", y "con esto demostramos que somos un gobierno que escucha los argumentos del pueblo" y, finalmente, en forma más increíble aun, "los aeropuertos no son por sí solos factores que ayuden a promover la inversión": šeso último díganselo a los administradores de los aeropuertos de La Guardia y JFK en Nueva York, o a los de O'Hare en Chicago, o a los genios urbanísticos que convirtieron a Dallas en una de las ciudades más importantes de Estados Unidos con el aeropuerto DFW!
La vigorosa promoción y posterior retiro del proyecto dejaron en la mente de los mexicanos (promotores y detractores por igual) el mal sabor de boca de una administración que no sabe lo que quiere y, en la escala internacional, la impresión generalizada de que México, en el mejor de los casos, no tiene un gobierno que imponga el estado de derecho, o es, en el peor de los casos, un país al borde de la rebelión popular. (En este último aspecto no ayuda nada la reciente aparición de grupos claramente políticos preparados a "combatir" con una "rebelión de los machetes" cualquier propuesta de futuros aeropuertos en Ciudad Nezahualcóyotl, Hidalgo y el estado de Morelos).
Se trata obviamente de cerrarle al Presidente todas las salidas. Sin embargo, el futuro se antoja aun más complicado, porque todos los partidos políticos y grupos de interés se preparan a criticar a priori la labor presidencial como estrategia para promover sus candidatos en las próximas elecciones legislativas. Fox es un Presidente asediado hoy en día hasta por los intelectuales, que no cuenta con el apoyo incondicional de su propio partido, y que ha perdido fuerza al permitir el destape prematuro de la sucesión presidencial; se está convirtiendo en un político solitario que pudiera quedarse completamente aislado si surge una mayoría priísta en el Congreso el año entrante. Lo curioso es que no obstante las claras acechanzas el Presidente continúa mostrándose tranquilo y desentendido. Asegura que no habrá cambios, y que únicamente removerá a quienes dejen de cumplir con su deber. Alguien debe hacerle entender que la lealtad acrisolada con su camarilla política, el ser "amigo de sus amigos" al estilo de Miguel Alemán, es una actitud que no funciona en una auténtica democracia, y que en este caso pudiera convertir al Presidente en un hombre sin más alternativa que sentarse a esperar el final de lo que pudo ser un verdadero mandato histórico.