Horacio Labastida
Estado y globalización
En su reciente libro cuyo título encabeza mi artículo de hoy (Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, México, 2002), Marcos Kaplan hace un profundo análisis de los múltiples problemas objetiva y necesariamente implicados en la globalización capitalista de nuestro tiempo. Luego de recontar con esmero los pasos firmes y a las veces tambaleantes de los procesos que han impulsado el desenvolvimiento de la riqueza industrial desde sus épocas competitivas y monopolísticas, bien perfiladas en los finales del siglo XIX y en las convulsiones de la guerra mundial iniciada en 1914 y terminadas en 1945, incluidos por supuesto los decenios del no muy largo armisticio 1918-1939, hasta la globalización aparentemente tripolar de nuestros días -Estados Unidos de Norteamérica junto con su creciente hegemonía en Latinoamérica, Mercado Común Europeo y Japón al lado de China y de los tigres Ƒde papel? del sudeste asiático-, inestable tripartición de las claras pretensiones de un Tío Sam que busca un entronamiento más vasto que el soñado por Napoleón en su 18 Brumario (1799), Kaplan ofrece al lector reflexiones que es imposible eludir al mirar sin anteojeras sofisticantes el teatro político en que nos hallamos insertos.
ƑCuál y cómo es la realidad? Al estudiar la primera fase de la guerra fría, en la que Estados Unidos y la Unión Soviética emergen como naciones dominantes en una severa batalla entre colectivismo y propiedad privada, hace Marcos Kaplan una feliz relación de las dimensiones e indicadores "de poder de preeminencia" -económicos, científicos, militares, etcétera-, que al combinarse desatan al interior de las clases dirigentes de un país la autocontemplación que las ubica en jerarquías superiores a las de otras poblaciones, elevación esta que induce en dichas elites la convicción de ser dueñas de ideas y valores propios, sus teorías subjetivas, con una validez general en la órbita internacional, por lo cual moderarán en lo sucesivo la conducta de todas las naciones, a fin de hacer posible el progreso de la humanidad. Se trata, dice Kaplan, "de una visión dogmática, no sujeta a crítica ni a verificación empírica (...), destinada a una función autojustificadora y legitimadora. Su trasfondo es fuertemente etnocéntrico", metamorfoseándose tal visión en "centro civilizador y rector del mundo, paradigma de excelencia". Asentada en semejantes apuntalamientos dogmáticos y absolutistas, la nación selecta se asume en tribunal inapelable de las demás, clasificándolas en función de su acercamiento o alejamiento del magister dixit pronunciado y definido. Los obedientes al dicho magistral serán declarados amigos; los de más allá se verán privados de los manjares del banquete, y los que piensan distinto o declaran posiciones irreverentes forman grupos de enemigos y hasta terroristas, anotaciones estas que son mías aunque percibo su virtualidad en el texto de Kaplan. Y viene enseguida el recuerdo de la película Mefisto, dirigida por el húngaro István Szabó e inspirada en la célebre novela de Klaus Mann. La filmación (1981), con la excelente actuación de Klaus Maria Brandauer habla de que el actor Hendrik Höfgen, enamorado en profundidad del arte dramático pensaba que la belleza artística podía eludir el dogmatismo que se desató en Alemania y Austria-Hungría, con motivo de las llamas que consumieron al Parlamento de Berlín la noche del 27 de febrero de 1933, hecho utilizado por Hitler y sus aliados para fortalecerse en las trincheras absolutistas de la ideología nazi. Con la Ley de Unificación del Estado y la disolución de los partidos exceptuado el fascista, el gobierno de Hitler inició junto con organizaciones títeres la apertura de los campos de concentración en Dachau; para agosto de aquel año sumaban ya más de 45 mil los presos de conciencia hacinados en condiciones desastrosas. Höfgen simuló aceptar los favores del ministerio para continuar el quehacer teatral con la representación clamorosa del Hamlet shakespereano. El ministro nazi fue claro y contundente. El ser nazi, dijo al actor glorificado, es incompatible con el no ser; la negación, la duda, acentuó, muestran degradación en la conciencia y un terrorismo libertario opuesto a la única verdad verdadera. Y terminadas estas palabras, Hendrik Höfgen se vio fulminado por los rayos acunados en la cancillería germana de 1993.
La cinta de Szabó pinta con colores inequívocos la connotación del poder económico y su formalización política cuando se autorreconoce como la impar luz que ilumina al hombre, o sea la afirmación cosificadora de la razón. Fuera del duopolio de la guerra fría y en el hoy que nos rodea, la absolutización de un poder económico-político representa por igual el aniquilamiento de sí mismo y la destrucción de los otros. ƑAcaso no es este el peligro que envuelve en la actualidad al Tío Sam y su relación opresiva con América del Sur y el Caribe? ƑQué piensa usted?