MAR DE HISTORIAS
Dos sepulcros
CRISTINA PACHECO
En el último pasillo, Gisela escucha más claro el rumor de las conversaciones y los pasos que, antes de llegar a la aduana del reclusorio, se vuelven trote precipitado. Es jueves, día en que los visitantes al reclusorio tienen más prisa.
Prisa de entrevistarse con sus internos, de informarles las novedades familiares, de saber qué necesitan, de preguntarles qué les dijo el abogado, de darles ánimo para que sigan adelante mientras aprenden alguna artesanía y repasan la terrible lección del cautiverio.
Gisela sabe que, como a ella, pasadas las horas agobiará a los visitantes el dolor de la despedida. Luego, la esperanza de conseguir un lugar en el micro, la urgencia de presentarse a tiempo en la fábrica o la maquiladora antes de que el jefe de personal disponga de su plaza o les aplique suspensión de tres días. "No me haga eso, por favor: tengo hijas, mi padre está enfermo y si no gano, Ƒqué?" "Es tu problema".
Al día siguiente la prisa de correr al Monte de Piedad, de pedirle prestado al amigo que poco a poco va dejando de serlo, al pariente que se oculta, al antiguo patrón que "no quiere saber nada de ti porque ya se enteró de que tu hermano está en el reclusorio". Gisela se detiene. Deja en el suelo la bolsa repleta. Abre y cierra la mano para desentumirse. Al pasar, una mujer tropieza con ella. "Oiga, fíjese por dónde va". La otra, sin detenerse, le responde: "ƑPara qué se pone en el paso?" Desarmada, Gisela toma otra vez su carga.
Está a unos metros de la última aduana y del patio donde los reclusos esperan a sus visitantes. Gisela siente el impulso de retroceder, de postergar para el domingo la entrevista con su hermano. Quizá para entonces haya disminuido la rabia que siente contra Armando. Por su culpa ella está sola con toda la responsabilidad de la casa y de las dos hijas, que pronto volverán a la escuela y necesitan cuadernos, mochilas, uniformes.
La alivia pensar que al menos ya no tiene que comprar las medicinas para su padre. El entierro se pagó, pero a qué costo. Su enojo contra Armando se fortalece. Sigue adelante, empujada por la fila de mujeres y niños con expresión de adultos.
II
Los internos avanzan en desorden, con las miradas ávidas y los uniformes ajados de siempre. Algunos observan con descaro a las visitantes, otros se detienen para descubrir entre la multitud un rostro familiar. De pronto, en medio de los rumores sobresale el grito de una mujer: "šEl piso está grasiento, ya mero me resbalaba!"
Gisela reconoce la voz de doña Emma. Se hicieron amigas durante la primera estancia de Armando en el reclusorio. A menudo coincidían en el área de inspección. Una mañana que el trámite se prolongó más que de costumbre, doña Emma tomó la iniciativa:
-Usté, Ƒa quién visita?
-A mi hermano.
-ƑQué muerto le cargan?
-Robo a taxistas, venta ilegal de autopartes y asalto a mano armada en la vía pública-. Gisela suspiró.
-Usté siquiera sufre nomás una mortificación, pero yo tengo aquí a mis dos hijos. Me los acusan de robo a cajero automático, secuestro exprés y tráfico de drogas. Todo nomás porque conocen a la banda de Los Cocoles. Como yo digo: el hecho de que uno salude a una persona no significa que haga lo mismo que ella -al ver que Gisela lloraba, le mostró su escapulario-: Cálmese y no pierda la fe. Es lo que a mí me sostiene y me da fuerzas para no abandonar a mis hijos. Aquí donde me ve, ya grande, no me achicopalo ni le pido nada a nadie, más que a mi Dios. En el día lavo ajeno y en las noches saco a la puerta mi braserito y hago sopes. Con lo que gano les traigo a mis muchachos todo lo que necesitan. Usté, Ƒtiene más familia?
-Dos hijas y mi papá, que está enfermo. Trabajaba de albañil pero se cayó de un andamio y quedó impedido de sus piernas. Mi hermano dejó la escuela y se puso a buscar trabajo. No encontró nada y está pensando en irse a Estados Unidos. Mi papá le dice que no se precipite, que él se va a componer y, mientras tanto, nos acomodemos con lo que gano en la maquiladora. Apenas alcanzo a comprarle a mi papá sus medicinas. Iba saliendo adelante...
-Ya ve: no se queje...
-...pero cuando agarraron a mi hermano, que es su adoración, se enfermó más. Casi no habla, no come y tengo que estar cambiándole su pañal, porque ya no controla.
-No se preocupe, todo se arreglará en cuanto su hermano salga. Lo importante es que él no vuelva a juntarse con malas amistades. Esas lo echan todo a perder -Doña Emma agita la mano-. Me voy, porque allá están mis muchachos. Otro día se los presento. Y acuérdese lo que le digo: no pierda la fe.
Gisela siente vergüenza de que doña Emma vuelva a encontrarla en el reclusorio y abandona el corredor atestado.
III
Descubre a su hermano en el frontón solitario, lleno de charcos y basura.
-ƑQué no me esperabas? Llevo horas buscándote.
-Si vienes a regañarme, lárgate -Ar-mando tira otro pelotazo-. ƑQué trais en la bolsa?
-Comida, jabón, papel de baño y una toalla.
-ƑY la cobija no?
-Es que no me alcanza para todo. Las niñas ya van a entrar a la escuela y les piden demasiados útiles.
-ƑPara qué me lo dices? -los ojos de Armando brillan de impaciencia-. No puedo hacer nada, ya lo sabes. šEstoy jodido!
-ƑY quién tiene la culpa, eh? -Gisela habla más bajo-. No te bastó con meter la pata una vez y volviste a lo mismo.
Armando se inclina, toma la pelota y la observa:
-Estuvo todo tan bien planeado...
-Sí, cómo no: y por eso te agarraron -Gisela habla con rencor-. ƑCuándo dejarás de ser tan estúpido?
-No heredé la cabeza de mi padre. El sí era un chingonazo -mira al cielo y simula quitarse el sombrero-. Mis respetos, cabrón.
-Oye, no hables así de nuestro padre: está muerto.
-Y de seguro, cagándose de la risa -Armando entrecierra los ojos-. Ya parece que lo oigo, alegrándose de verme aquí, jodido, sin poder largarme.
-ƑPor qué lo odias tanto? Te adoraba. Nunca te hizo nada malo.
-ƑNo? Ay chiquita, de veras que no te mides -Armando arroja la pelota-. ƑNo te das cuenta de que por su culpa estoy aquí?
-šYa te volviste loco! El no te mandó a que robaras la farmacia; no te hagas.
-Tú no sabes nada -Armando toma del brazo a Gisela y la lleva hasta el otro extremo del frontón-. Supo que lo hice para tener dinero con qué largarme a Estados Unidos, sopló y me detuvieron. ƑEntiendes?
-ƑPiensas que él quería verte preso?
-Sí. Con tal de que no me fuera al otro lado.
-Eres injusto: cuando saliste de aquí la primera vez, mejoró.
-Y cuando le dije que para irme a California nomás esperaba verlo caminar, se murió -Armando parpadea-. El viejo sabía que lo adoraba, no iba a permitir que lo echaran a la fosa común y haría lo único que sé hacer, robar, con tal de darle un buen entierro. Mató dos pájaros de un tiro: hizo el último viaje en un estuche de primera y evitó que me pelara a Estados Unidos. Ahora los dos estamos en el hoyo. La diferencia es que yo voy a salir y él no. Díselo de mi parte cuando vayas a visitarlo al panteón.