Guillermo Almeyra /y III
Argentina: el país de las sectas
Una de las características de las sectas es que
trabajan con categorías fijas e inmutables tomadas del pasado y
que no confrontan con los cambios que, sobre todo, en las grandes crisis
sociales, la vida introduce en las mismas. Así el "proletariado"
es siempre homogéneo y revolucionario, la "pequeñoburguesía"
es siempre vacilante, la "burguesía" es siempre un sólido
bloque único, los "frentes únicos" son bloques de partidos,
cada uno de los cuales "representa" una clase o un sector de clase. Para
ellas no existe el "obrero social" de Marx ni existen tampoco todos los
factores -culturales, históricos, sicosociales- que diferencian
internamente a las clases y determinan sus acciones decisivas; en su marxismo
de manual sólo existen las motivaciones económicas. Por eso,
como viven en un mundo habitado por fantasmas no pueden prever las acciones
y reacciones de la gente real ni ser cabalmente aceptadas por ésta.
Además, al oponerse a las creaciones sociales que no entran en sus
esquemas, son conservadoras y tratan de controlar los movimientos en vez
de desarrollarlos y aprender de ellos.
Las asambleas populares argentinas, por ejemplo, las sorprendieron
hasta que les dieron el papel de consejos, de soviets (que no tenían),
para hacerlas entrar en su esquema de revolución o insurrección
y después tratar de dirigirlas. Las sectas jamás han entendido
la educación histórico-social de los trabajadores peronistas.
O sea, de un movimiento con una dirección burguesa, nacionalista
conservadora, pero con tradiciones obreras anarquistas, métodos
proletarios y aspiraciones obreras radicales, que se canalizaba en los
sindicatos y no en el inexistente aparato partidario peronista, cuyo nacionalismo
era antimperialista. Tampoco han visto y entendido las profundas transformaciones
socioculturales producidas en las clases más importantes de la sociedad
argentina desde la derrota obrera peronista de 1955 y, en particular, desde
la dictadura de 1976 y la mundialización dirigida por el capital
financiero. O sea, la atomización del proletariado industrial, la
radicalización de vastos sectores de las clases medias (que apoyaron
a los obreros o confluyeron en las guerrillas en los años 70-80),
la destrucción de los sectores medios industriales junto con la
del mercado interno, la transformación de la oligarquía terrateniente
en parte de un sector financiero mundializado, el retroceso cultural producido
por la desmoralización y el terror, primero, y después por
las esperanzas perdidas en la democratización alfonsinista o en
la estabilidad económica menemista. Por eso la realidad se les escapa
y ni siquiera encaran la necesidad de acabar con el dominio oligárquicofinanciero
del campo, no sólo para dar trabajo y comida a todos, sino también
para dar democracia y salvar la tierra y los recursos naturales amenazados
por la sobrexplotación y el abandono.
Por su parte, los sectores radicalizados de la clase media
que, a pesar del mangoneo de las sectas, persisten en la actividad asamblearia,
han heredado también del anarquismo una visión moral y acrítica
de la política. Los anarquistas cantaban "levántate, pueblo
leal, al fuerte grito de revolución social" contra los "burgueses
asaz egoístas que así desprecian la humanidad". Para ellos
el "pueblo" era siempre leal (no podía votar por la derecha, entrar
en la policía, romper huelgas, apoyar a un fascista) y bastaba educarlo,
orientarlo. Y la "burguesía" era un solo bloque inmoral y hostil.
Entre el primero y la segunda no había nada. Esa es la base del
"que se vayan todos" (expresión de la desilusión de quienes
antes se habían ilusionado con Alfonsín, con Menem, con De
la Rúa y el Frepaso o con Perón y hasta con las dictaduras
"democratizadoras").
Por lo tanto, las sectas, aunque mantenidas a distancia
por las asambleas, encuentran en ellas un campo propicio para su conservadurismo.
Por ejemplo, la Juventud de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA)
critica la posibilidad de una acción electoral común entre
su central y el naciente grupo Elisa Carrió-Luis Zamora, diciendo
que sólo podrán apoyar un frente popular. Ahora bien, en
múltiples huelgas generales, marchas, movilizaciones, la CTA ha
luchado junto a ese grupo (y a las asambleas y los piqueteros) por
puntos programáticos comunes. Es evidente que se ha formado la base
de un frente social alternativo. ¿Qué impide convocar un
congreso para discutir todos -asambleas, piqueteros, CTA, Izquierda
Unida, ARI y los partidos que se definen de izquierda- cuál debe
ser el programa mínimo común para una candidatura elegida
entre los que tienen mayores posibilidades? ¿Qué impide que
cada grupo mantenga su independencia dentro de ese acuerdo mínimo
destinado a presentar, también en el terreno electoral, una alternativa?
¿Qué impide hacer movilizaciones para imponer que las elecciones
sean generales, y no sólo para el Ejecutivo, y para ir aplicando
partes enteras del programa del frente alternativo, de modo de no caer
en una mera campaña electoralista e institucional? ¿Por qué
lo que los frentes que son válidos en Bolivia, en Uruguay o en Brasil
serían repudiables en Argentina?