Leonardo García Tsao
Un festival ejemplar en Lima
Participar en el jurado de la crítica en el sexto
Encuentro Latinoamericano de Cine, que inició el jueves pasado en
la capital peruana, ha permitido comprobar que un festival puede desarrollarse
bajo una eficiencia ejemplar si establece un justo equilibrio entre sus
recursos y ambiciones. Organizado por la Pontificia Universidad Católica
del Perú, el encuentro ha reunido un total de casi 60 películas,
con una competencia de veintiún producciones latinoamericanas.
A
diferencia de otros festivales (no mencionaremos nombres para no herir
susceptibilidades), el encuentro se ha llevado a cabo sin las fallas habituales.
Aunque las películas se exhiben en siete salas diferentes, el programa
no ha sufrido cambio alguno. Es más, todas las proyecciones a las
que he asistido han comenzado a tiempo. El transporte de invitados también
se realiza con una solvencia casi militar. Vaya, hasta las conferencias
-el punto flaco de muchos festivales, hasta de los grandes- se han cumplido
de manera satisfactoria. Por ejemplo, quien esto escribe fue uno de los
ponentes en una conferencia sobre la crítica de cine. Esto ocurrió
el domingo a las diez de la mañana. Eso en México se hubiera
traducido en tener a más gente en el podio que entre el público;
aquí los interesados casi llenaron una sala de 193 butacas, sin
que nadie huyera a media conferencia.
Le comenté este fenómeno a Alicia Morales,
directora ejecutiva, y me dio una explicación muy sensata: el equipo
encabezado por Edgar Saba ha sido el mismo que ha organizado el festival
desde el inicio. Los empleados trabajan todo el año en el Centro
Cultural de la Universidad, también dirigido por Saba, y por lo
tanto es un trabajo constante entre gente que se conoce. No hay un equipo
de voluntarios -es decir, empleados que laboren de gorra y por lo tanto
capaces de abandonar sus responsabilidades sin culpas- pues hasta los colaboradores
ocasionales cobran un sueldo. Y, lo que es más importante, el encuentro
ha sabido crecer gradualmente en la medida de sus posibilidades. No hay
aquí el complejo de imitar a Cannes, con la compulsión de
rendirle culto a las estrellas cinematográficas con supuestos fines
publicitarios. (La figura homenajeada este año, por ejemplo, ha
sido Francisco Lombardi, el realizador peruano más conocido en el
extranjero).
Aunque Lima en invierno es un lugar gris y frío,
de cielos nublados permanentes, el Encuentro Latinoamericano de Cine es
lo suficientemente festivo para que uno no se deprima. Todas las funciones
registran una capacidad llena en casi todos sus horarios; y en el Centro
Cultural, el cuartel general del festival, se vive un ambiente de verdadero
encuentro entre cineastas, críticos y espectadores. Además,
la organización ha programado actividades extracurriculares para
los invitados, que incluyen visitas turísticas y pachangas.
Siendo miembro del jurado, junto con el argentino Jorge
García, el cubano Carlos Galiano y los críticos locales Isaac
León Frías y Federico de Cárdenas, no puedo comentar
sobre las películas concursantes. Baste decir que el programa ofrece
un panorama representativo de la actual producción argentina, brasileña,
chilena, colombiana, cubana, mexicana, peruana y venezolana. (El lector
atento y memorioso recordará mi parecer sobre las concursantes mexicanas:
Demasiado amor, de Ernesto Rimoch; Perfume de violetas, de
Maryse Sistach, y Vivir mata, de Nicolás Echevarría,
sobre las cuales escribí en el momento de su estreno.) Además,
se exhibe una selección de cortos mexicanos de los años 90,
en la que hay desde trabajos importantes como El héroe, de
Carlos Carrera, hasta cosas francamente menores que no viene al caso nombrar.
Al encuentro también han asistido algunos directores
de otros festivales de cine latinoamericano, no tan bien organizados. Esperemos
que estén tomando muchas notas.