Juan Arturo Brennan
Música junto al lago
Kuhmo, Finlandia. Desde 1970, sin interrupción, se celebra cada año en este pueblo del este de Finlandia un festival de música de cámara que se ha convertido en uno de los mejores de su tipo en el mundo. En 2002, la cantidad y calidad de música escuchada en la espléndida sala de conciertos que se levanta a orillas del lago Lammasjärvi (así como en la escuela y la iglesia del pueblo) son testimonio del alto nivel del festival y del talento de su director, Seppo Kimanen, en la organización y programación de los 83 actos que se efectúan en Kuhmo a lo largo de dos semanas.
Para esta versión del Festival de Música de Cámara de Kuhmo se eligieron algunos hilos conductores, todos explorados con inteligencia y profundidad: Rusia, España y Viena, con una dosis especialmente nutritiva y sólida de obras de Schubert y Brahms. Durante los seis últimos días del encuentro tuve oportunidad de asistir a 25 conciertos, todos programados con gran variedad, imaginación y un altísimo nivel de ejecución.
De entrada, destaca en esa programación la presencia de una serie de compositores cuyas obras casi nunca aparecen en nuestras salas de concierto. Sólo en un festival como el de Kuhmo es posible escuchar, en el lapso de unos cuantos días, música de Roslavets, Gliére, Montsalvatge, Golubev, Glazunov, Dusapin, Ohana, Arensky, Wolf, Korngold, Loeffler y siete compositores finlandeses contemporáneos, todo ello combinado con los grandes nombres y las grandes obras de la música de cámara de todas las épocas y todos los estilos.
Así, al interior de una programación intensa, amplia y profunda, caracterizada por ejecuciones de invariable alto nivel, algunas obras y algunos intérpretes merecen mención especial. Entre lo mejor del festival, sin duda, la electrizante versión del Cuarteto Borodin al Cuarteto No. 15 de Shostakovich, así como la inolvidable versión del Trío No. 2, de Schubert, a cargo de Cordelia Höfer, Judith Ingolfsson y Christoph Richter. Excelente también resultó la ejecución integral de las 12 sonatas para violín y continuo del Opus 2 de Vivaldi, a cargo del fenomenal violinista Andrés Mustonen, quien toca lo barroco a la manera barroca, y con una claridad admirable.
Una sorpresa notable fue la presencia del Trío Arbós, joven ensamble español que abordó con autoridad y competencia un repertorio muy atractivo con obras de Turina, De Pablo, Jesús Torres, y el trío Pássim, de Joan Guinjoan, una de las mejores elaboraciones que he escuchado sobre la tradicional secuencia del Dies irae del canto llano.
Otras presencias instrumentales admirables: el oboísta francés François Leleux; la flautista danesa Janne Thomsen; la violinista georgiana Elizabeth Batiashvili; el cornista suizo Ivo Gass; la violoncellista rusa Natalia Gutman; el violoncellista letón Ramón Jaffé, así como un sorprendente número de ejecutantes finlandeses cuya presencia este año en Kuhmo vino a confirmar el alto nivel de Finlandia en el campo de la educación y la práctica profesional de la música. Entre ellos, el joven pianista Paavali Jumppanen, quien tocó toda clase de repertorio, desde Brahms hasta música del siglo XX, con un aplomo y una autoridad que desmienten su edad.
Igualmente, el barítono Herman Wallén, de voz poderosa y diáfano timbre, quien cantó Respighi, Schubert, Brahms, Schoenberg y Zemlinsky con mucha atención a cuestiones de estilo, y siempre con la voz puesta en el lugar adecuado. O el clarinetista Kari Kriikku, quien posee una seguridad a toda prueba en cualquier clase de estilos, y con cualquiera de los clarinetes que tome entre sus manos.
Por cierto que al interior de lo que pude escuchar en este riquísimo banquete de música de cámara en Kuhmo, lo único no satisfactorio fue la interpretación de cinco canciones de Enrique Granados a cargo de la soprano Magdalena Schäfer, quien se sintió incómoda con el registro, con el estilo y con la lengua castellana. Sin embargo, la cantante alemana se reivindicó con creces en sus recitales posteriores, interpretando con solvencia las canciones de Shostakovich sobre poemas de Dolmatovski, y una versión áspera, cáustica y mordaz del Pierrot Lunaire, de Schoenberg.
Formidable, también, la interpretación de la Sonata para dos pianos y percusiones de Bartók, a cargo de un ensamble multinacional de Finlandia, Italia y Estados Unidos. Y colaborando en distintas dotaciones de música de cámara, pude escuchar algunos músicos que recientemente se han presentado en México, como los pianistas Pierre-Laurent Aimard y Roberto Prosseda; la violoncellista Sonia Wieder-Atherton y el arpista inglés Andrew Lawrence-King. Este último, en colaboración con la hábil cantante Clara Sanabras, ofreció primero un recital de música española del Renacimiento y, días más tarde, una sabrosa versión de concierto de la ópera La púrpura de la rosa, de Tomás de Torrejón y Velasco, en la que demostró que el hacer buena música con concentración y disciplina no necesariamente va en contra de la diversión y el disfrute.
Dejo para el final una mención especial para las hermanas Ferhan y Ferzan Önder, de Turquía, quienes forman un dueto pianístico de gran flexibilidad y refinada musicalidad, como lo demostraron en sus ejecuciones de obras de Schubert y Rajmaninov, así como de una divertida transcripción de Las cuatro estaciones, de Vivaldi, y la ferozmente demandante versión para dos pianos de La consagración de la primavera, de Stravinski.