Ilán Semo
Lo laico y lo político: la frontera mutante
Habría que reflexionar con más detenimiento en el conflicto interno que transcurre actualmente en la Iglesia católica entre el "catolicismo integral" y esa corriente del "catolicismo civil" que reúne al clero de centro-izquierda surgido en la década de los 60 con los elementos más jóvenes que, en América Latina, tomaron los hábitos en los años 90. Organizacio-nes como el Centro Pro en México, que evolucionaron recientemente a lo largo de la defensa de los derechos humanos, son reveladoras al respecto. Se trata del sector del clero que se halla más ligado a la accidentada construcción de los tejidos democráticos y sociales en la era de las transiciones, y que había sido recluido o confinado durante años por la dirección impuesta desde el Vaticano. Al parecer, su influencia en la orientación regional de la Iglesia (particularmente en México y en Brasil) se ha vuelto más paradigmática para Roma de lo que se podría suponer. O al menos es más visible de la que se deriva de su dispersa y fragmentada presencia institucional.
El tour de definiciones de Juan Pablo II en su quinta visita a México, que (como las anteriores) no obvió el arraigo popular del catolicismo, resultó elocuente al respecto. En sus tres señalamientos principales se vuelve a esa doctrina tan característica de los años 20 y 30 que disminuye o relega la relevancia de las instituciones civiles. Cabría reflexionar en el tipo de sociedad que supone un orden de prioridades basado en el "servid a Dios, la Iglesia y la nación". El término que precisa la visión de la ley en este ordenamiento lo expresa con suficiente claridad: "Que todos, gobernantes y súbditos, actúen siempre según las exigencias de la justicia y el respeto a la dignidad..." Si la justicia y el respeto a la dignidad son esenciales en la juris moderna, la noción del "súbdito" se remonta a ese estatuto intermedio entre los sujetos del antiguo régimen y el ciudadano moderno. En rigor, se trata de una visión que ve a la Iglesia como un poder que relega al del Estado: un "poder integral". Si se toma en cuenta que el Vaticano está convencido de que representa una suerte de (Ƒel primer?) "Estado global", esta doctrina quiere afianzar este hecho con lo que Hans Küng ha llamado el "posconcordatismo": un retorno actualizado a la fórmula del concordato. En rigor, el integrismo resuelve el nuevo problema sobre las jurisdicciones de la Iglesia en una visión que empobrece el orden civil. Este es, precisamente, el punto de conflicto con el "catolicismo civil", que ve a la viabilidad social y política de la propia Iglesia en su capacidad para reubicarse como una de las instituciones dedicadas a la construcción de la autonomía entre los mundos de lo público, lo civil y lo privado.
En su libro más reciente, Iglesia, Estado y globalización, Hans Eisenberg ha caracterizado a esta última corriente, en una metáfora arriesgada aunque manifiestamente gráfica, como un "jansenismo moderno". Es decir, esa corriente que propició en Francia la modernización del catolicismo desde el siglo XVI en adelante. Sus sedes actuales más visibles se hallan, no por casualidad, ahí donde la constitución del Estado democrático se presenta como un dilema de la construcción del Estado mismo: América Latina y los países de Europa del este.
Que las relaciones entre la Iglesia y el mundo de las instituciones políticas cobrarán en México cada día mayor intensidad es un simple dato. El problema reside -en tanto que problema para la Iglesia y para la sociedad- en el nuevo rumbo que habrán de adoptar estas relaciones. A su manera, la Iglesia mexicana es sobreviviente de un siglo que homologó al jacobinismo con la modernidad y el progreso. Si todo laicisimo termina ahí donde comienza una religión de régimen, es una inocentada mayor creer que se le puede hacer frente con las fórmulas del viejo jacobinismo, pues deja la edificación de este nuevo ámbito político enteramente en manos de las fuerzas más conservadoras, como las que representa (si es que todavía logra representar algo) Vicente Fox.
Así sea de manera sintomática, las invitaciones que se extendieron a las precarias celebridades del mundo político para asistir a la Basílica (panistas, perredistas y príistas por igual) hablan de ese afán de ser otra "casa de la nación". El mismo mensaje se halla inscrito en la apertura de puertas a ritos y rituales que han sido contestatarios de la tradición católica más reciente. Sin embargo, el ritual de esa suerte de unción de Vicente Fox frente a la jerarquía eclesiástica -Ƒo de qué otra manera cabe interpretar que un mandatario se arrodille frente a otro?- expresa la tendencia contraria: la partidización de la Iglesia en un proyecto de integrismo político. La pregunta es en qué medida este ejercicio reiterado de reorden simbólico, destinado a dotar de consensos político-religiosos a quien no logra hacerse de consensos habituales, responde gradualmente a un entrecruzamiento entre los dominios de decisión del Estado y los de la Iglesia. Al menos en tres niveles, las líneas de este entrecruzamiento parecen cada vez más evidentes:
1) El reclutamiento de las elites gobernantes proviene hoy mayoritariamente de las organizaciones "laicas" ultraconservadoras del mundo religioso (desde el Opus Dei hasta los Legionarios de Cristo).
2) La creciente función ideológica del Estado como un instrumento si no de control sobre las demarcaciones de la fe, sí como frontera de contención para quien la vuelve un objeto de crítica.
3) La imbricación de la sociedad política con la sociedad religiosa, como una suerte de lobby donde se propician consensos que competen a la operación del Estado en su conjunto, incluyendo por supuesto los compromisos electorales.
Los problemas que plantea el "integrismo" para la funcionalidad y la soberanía del Estado son múltiples y mayores. Tampoco es obvio que la Iglesia se beneficie de ello. En Polonia, por ejemplo, la jerarquía eclesiástica creyó que la sociedad polaca había combatido al régimen autoritario para sustituirlo por un Estado confesional. Muy pronto descubrió que los polacos habían luchado por una democracia, no por una nueva versión de la teocracia. Hoy, la jerarquía eclesiástica polaca se halla probablemente en el punto más bajo de su historia, y Solidaridad es simplemente historia.
Sin embargo, la nueva relación entre la política y la Iglesia en México podría adoptar otra dirección, siempre y cuando ambos mundos se propongan intervenir activamente en su construcción. Para el panismo el problema reside en cómo transformarse en una auténtica democracia cristiana moderna; para la Iglesia, en cómo reubicarse como otra de las instituciones esenciales de la sociedad civil.