Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 9 de agosto de 2002
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ƑLA FIESTA EN PAZ?

Leonardo Páez

Entre Tijuana y la México

CON MOTIVO DE la quinta visita del Papa Juan Pablo II a México, millones de televidentes atestiguamos los gestos de dolor que el pontífice de 82 años no pudo evitar al arrodillarse en determinados momentos de las ceremonias de canonización de Juan Diego -pretenciosa y atejanada- y beatificación de dos ignotos oaxaqueños -con la elegancia de las indígenas que limpiaron a los jerarcas eclesiásticos y la belleza de los sones istmeños.

ESTE RASGO DE conmovedora piedad politizada puso en serio predicamento los alardes de estoicismo de otro protagonista guadalupano con graves problemas en sus rodillas: el veterano matador David Silveti, que a sus casi 45 años de edad y 25 de alternativa, decidió volver a los ruedos el pasado 27 de julio.

LUEGO DE UNA reaparición en Querétaro por demás accidentada, en la que el segundo novillo -no toro- de su lote lo cogió hasta en tres ocasiones, evidenciando David su falta de flexibilidad en las rodillas, no digamos para reponerse ante un imprevisto sino siquiera para levantarse, el hombre protagonizó el domingo 4 de agosto, en Tijuana, otra apoteosis con alfileres al obtener las orejas y el rabo de su segundo enemigo, luego de que el primero se le había ido vivo por sus añejas deficiencias con la espada.

LO VERDADERAMENTE MILAGROSO, lo que refleja el triunfalismo emergente que ha rodeado tan temerario retorno a la actividad taurina de este esforzado diestro -cuyo pundonor y sobrio estilo siguen intactos, no así su figura-, es que de inmediato la crítica especializada, incluido el conciliador programa Toros y toreros de Canal Once, se volcó en adjetivos lisonjeros y seudoanálisis referenciales de la supuesta hazaña.

ASI, LO QUE estos bien intencionados conocedores calificaron de "soberbia estocada" de Silveti no fue sino un apurado espadazo bajo, es decir, del lado derecho del hoyo de las agujas, mortal por lo general pero que ignora los cánones de la suerte suprema, ese homenaje postrero a la dignidad táurica, hoy en desuso, que sólo los matadores auténticos, no los habilidosos, son capaces de hacer.

QUE EN LA accidentada metrópoli fronteriza este pequeño detalle no haya sido obstáculo para que la autoridad otorgase los máximos trofeos, es explicable: la gente ha sido sacada de esa plaza por la lamentable oferta de espectáculo de los últimos veinte años. En su miopía la empresa insiste en obsequiar premios a tutiplén, a ver si así la gente se vuelca el siguiente domingo en la taquilla, lo que nunca ha sucedido.

PERO ALGUNOS INSISTEN en confundir el coso de Tijuana con la Plaza México, cuyo juez, el matador en retiro Ricardo Balderas, en la novillada pasada acertadamente negó la oreja que la despistada, impresionable y escasa asistencia solicitó, no por un soberbio volapié, sino por un metisaca con espectacular maroma y desgarre de la taleguilla, luego de una faena entre altibajos. Ante la desorientación del público, bueno comprobar que aún quedan jueces capaces de imponer sus conocimientos y buen criterio. Al igual que canonizar y beatificar, regalar orejas y rabos tampoco es el camino.

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