Ricardo Garibay
Arranque
Tender el brazo y apoderarse de un minúsculo mapa
en carne viva: Acapulco. Iridiscente hervidero. Doscientas y tantas páginas
donde apenas haya pausa para la respiración.
Acapulco: ver brillar esa torva geografía voraz
en la palma de la mano, maravillosa geografía. Echársela
en la bolsa y andar oyendo su mar y sus voceríos.
Íntimo planeta del insomnio, latirá sobre
el buró toda la noche, y a la mañana siguiente su ritmo no
habrá perdido el paso.
Viviré desde hoy a la orilla de un mar y su colmena,
que irán conmigo acá y allá, prodigiosos.
-No
quiero llevarte el contra, pero hay ciudades con igual inquietud, y por
otro lado, un puerto es "un mar y su colmena". O sea, lo que dices de Acapulco
puedes atribuirlo a cualquier lugar cosmopolita, y lo que te propones escribir
valdría para muchos otros puertos del mundo.
-No exactamente. De varios modos Acapulco es único.
Y no pensemos sólo en su gracia marina o en la secreta aventura
amorosa que todo mundo llega buscando allí, o en su fama universal
-olvidemos que lo primero que te sale al encuentro en Hong Kong, en alguna
aldea japonesa, en Lanzarote, en las Islas Fiji, en Australia, en Buenos
Aires, es un comercio, restorán o agencia de viajes que se llama
"Acapulco", olvidemos las referencias al "Ensueño Acapulco", en
el cine, el teatro, la novela y el periodismo de países poderosos,
con "tiempo que perder".
Atiborrado, incesante, acezante, humanidad en una nuez,
Acapulco es un corazón, colorido arabesco sin fin, caleidoscopio
que no se aquieta nunca, ni en lo que va de un instante al que le sigue;
corazón hinchado de hermosuras y putrefacciones, violencias y deliquios.
Es una furibunda y plácida espiral abismada en sí misma,
en la dicha y el asco de su girar en su centro y a su alrededor siempre
hacia el fondo. Cuando la tersa naranja de sus auroras va haciéndose
amarilla en el mar, en sus callejones y miradores y cuevas hierven aún
oscuros encontronazos y suspiros. Infierno y gloria, Acapulco es el hampón
y el pescador, el humanista y el cuchillero, la oración y la mariguana.
Es la piel dorada del lujo -promesa y cacería del hartazgo- y la
requemada piel de la miseria -costras y jiotes y llagas, niños topos
con sus botes de cemento en los tubos del drenaje. Madrigueras y solanas
de mármol. Tugurios, y estanques de cursilería millonaria.
Transparencias de vidrio y hedores de excrementos. El burócrata
y el veterano de guerras ruines, La luna de miel y el comercio homosexual.
El turista patán improvisado caballero de dólares. La aristócrata
candil de arrugas y colguijos. El sibarita exangüe. Manotazo y descontón.
Pueblo servidumbre y picardía. Y ese esquizoide honor a flor de
ira; la treintaiocho super y el ulular de la Cruz Roja.
A la mendicidad, el mesero púgil, violador y bailarín,
y el guardaespaldas de cocotas internacionales, y el mercader de paraísos
de mierda, y el tiburón de playa, y el semental de sodomitas de
ojos azules, y las religiosas crucifijo en ristre, y los templos vacíos,
y el político y su plaga de langostas woqui-toqui, y las orquestas
baraúnda, y los enjambres de vagos y vendedores con su comercio
a cuestas, y los estudiantes izquierdistas y los maestros analfabetos,
y las montañas de basura y el ondulante aroma de chablís
en el filete-a-la-francesa-guarnición-de-crema-de-espinacas-y-papa-gigante-a-la-mantequilla-y-papel-de-estaño-plato-de
trescientos-pesos, que leidi dientes de perla y labios de rubí contempla
cocinar junto a su mesa, ronroneando presagiosos melindres a su yentleman
apolo despachador de gasolina en San Diego California. Urgencia gemebunda,
letargo y lince a treintaicinco grados a la sombra, al abrigo de cristal
de las bellísimas bahías.
Acapulco prestigio planetario; esa tilde gala del Pacífico;
único best-seller de como México no hay dos; anhelo, punta
de viaje de todo aquel que sueña vivir siquiera una semana en el
deleite sin cuenta de gastos con cargo a la conciencia.
Acapulco desesperanza al futuro y certidumbre del minuto
atrapado en pleno vuelo, a pleno lodo.
Acapulco la mugre y la luz encantadora.
Acapulco allá la horrísona penumbra de colores,
acá la caliente saliva cristalina; mandrágora furtiva, y
húmeda mordedura en la epilepsia del rock; y en el astroso enredijo
de callejas ahogadas de muchedumbre y letreros, la rojiza mirada tangente
de los tigres de albañal.
Acapulco una cuarentaicinco escupidora de broncas sangres,
y espejerías marineras, eternidades lánguidas, y esos brillos
de seda desnuda, estrías de sol en los valles y colinas y columnas
de las soñosas mujeres.
Acapulco. Cantábile. Tacatrás. Chasquido
chicotazo de la injuria. Arrullo de la tórtola.
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El presente texto, a manera de prólogo, forma
parte de la nueva edición, definitiva, que se hace del volumen Acapulco,
publicado por Océano. Lo reproducimos para el lector con autorización
de la editorial, a una semana de que se inicie su distribución en
librerías