Rolando Cordera Campos
Round sin sombra
Por momentos, que se prolongan sin piedad, el país
aparece ante los ojos de todos como una máquina sin control. Más
que de ingobernabilidad, palabreja al uso de la flojera empresarial para
pensar su circunstancia, debía hablarse de ineficacia y torpeza
no sólo en el gobierno sino en el conjunto del sistema político
que emergió de la derrota del PRI y de la consecuente alternancia
en el Poder Ejecutivo.
Los partidos hacen gala de falta de visión de conjunto
y de largo plazo, y los medios informativos, en especial los electrónicos,
entienden que su función primordial no es comunicar, sino alimentar
sin recato el clima de confusión y desaliento que han traído
consigo estos primeros dos años del gobierno del cambio. La serpiente
se muerde la cola cuando se pasa revista a la economía y las finanzas,
postradas por años de indecisión y aherrojadas en el lento
crecimiento por la decisión, ésta sí férrea,
de no arriesgar ni una micra en materia de fomento y política de
desarrollo.
Más que de estabilidad macroeconómica, se
debería hablar de una economía sometida a un tratamiento
de histéresis que la mantiene hermética al crecimiento, más
que blindada ante las convulsiones del entorno global. Y ahora, para colmo,
un sacerdote de la disciplina monetaria se toma el tiempo para advertirnos
sobre más males por venir gracias a la necedad de los políticos.
Para que haya política es menester que haya verbo
y complementos, y que los sujetos se asuman como tales. Y es de esto que
México carece hoy hasta el punto de que muchos de sus pensadores
y actores del pasado prefieren pasar y hablar del ocaso, más que
de la política o la democracia, mucho menos del porvenir que se
ha vuelto ya una abrumadora nostalgia.
Lo peor es que, a partir de unos meses, parece también
preferirse enmascarar los términos con tal de no afrontar las realidades
inclementes con que se tiene que convivir y lidiar. Este ocultamiento del
lenguaje es, tal vez, nuestro principal enemigo, sobre todo si de lo que
se trata es de hacer que el país avance por la senda prometida hace
dos años.
El caso de Atenco es emblemático, casi paradigmático
de una política circular y autodestructiva. Podemos insistir en
la torpeza infinita de que ha dado cuenta el gobierno para negociar y llevar
adelante su proyecto aeroportuario y, si así se quiere, poner el
dedo en la llaga mayor que aqueja a México y que también
en Texcoco hace presencia: la pobreza profunda y la falta de perspectivas
de progreso para grandes y crecientes masas.
Pero todo lo anterior y lo que se guste agregar, aparte
de reconfortarnos lastimosamente, no es suficiente para abordar un flagrante
conjunto de actos ilegales y violentos que fueron permitidos y hasta auspiciados
por unas autoridades omisas o complacientes, cuya conducta reiterada lleva
a pensar en la existencia de agendas ocultas para las que el aeropuerto
o los reclamos de los pobladores de la zona afectable son meras piezas
de un tablero miserable de cálculo político o ineptitud administrativa
disfrazada de astucia provinciana.
La negación de que la violencia y ahora la amenaza
abierta contra los que disientan de una mayoría encapuchada y hasta
ahora no demostrada como tal se han apoderado del escenario, es sin más
la aceptación resignada de que, al menos por ahora, poco tienen
que hacer el criterio democrático y los valores éticos que
lo acompañan en la resolución de nuestros inevitables conflictos
y contradicciones. Es, sin más, la renuncia a la política
abierta y plural, pero por ello sometida al derecho, en aras de no se sabe
qué razones emanadas de la miseria rural o de una prepotencia oficial
que se quiso pasar de lista en una negociación mal encauzada y peor
realizada.
El resultado está a la vista y no hay garantía
alguna de que va a favorecer a la evolución democrática de
México o a estos "labriegos" que la fascinación por lo absoluto
nos ha inventado para el consumo corriente de la mistificación de
una política popular que no puede avanzar encapuchada y blandiendo
machetes, aunque sea para regocijo de un auditorio ávido de folklore
y emociones fáciles.
El round más reciente de Atenco ya no fue
de sombra, pero su secuela es oscura y hasta tenebrosa. Abre un sendero
que el país no puede darse el lujo de explorar y que debe rechazar
con firmeza sin necesidad de llenarse el pecho con himnos a un estado de
derecho que apenas se insinúa en su horizonte. La ley no nos caerá
del cielo como regalo adicional de la morenita.
Hay que construirla y probarla y disponerse a afrontar
el error y el riesgo, pero hay que hacerla valer antes de que alguien por
ahí decida que la única valedera y eficaz es la de la fuerza
y el engaño sistemático investido de poderes metafísicos,
pero bien arraigados en la riqueza o la capacidad de fuego. Un compromiso
simple y claro con la legalidad existente y su ejercicio es, por desgracia,
el paso obligado del momento porque en esta materia no hemos hecho otra
cosa que caminar para atrás, confundiéndolo todo con tal
de ganarle una partida fútil al pasado. Luego vendrá el tiempo
de tanta reforma pospuesta y convertida en mito destructor de cualquier
interlocución racional y política. Quizás, hasta las
amenazas de los vicegobernadores bancarios ocupen entonces su lugar en
el armario de las ignominias menores.