Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 21 de julio de 2002
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Política
Rolando Cordera Campos

Round sin sombra

Por momentos, que se prolongan sin piedad, el país aparece ante los ojos de todos como una máquina sin control. Más que de ingobernabilidad, palabreja al uso de la flojera empresarial para pensar su circunstancia, debía hablarse de ineficacia y torpeza no sólo en el gobierno sino en el conjunto del sistema político que emergió de la derrota del PRI y de la consecuente alternancia en el Poder Ejecutivo.

Los partidos hacen gala de falta de visión de conjunto y de largo plazo, y los medios informativos, en especial los electrónicos, entienden que su función primordial no es comunicar, sino alimentar sin recato el clima de confusión y desaliento que han traído consigo estos primeros dos años del gobierno del cambio. La serpiente se muerde la cola cuando se pasa revista a la economía y las finanzas, postradas por años de indecisión y aherrojadas en el lento crecimiento por la decisión, ésta sí férrea, de no arriesgar ni una micra en materia de fomento y política de desarrollo.

Más que de estabilidad macroeconómica, se debería hablar de una economía sometida a un tratamiento de histéresis que la mantiene hermética al crecimiento, más que blindada ante las convulsiones del entorno global. Y ahora, para colmo, un sacerdote de la disciplina monetaria se toma el tiempo para advertirnos sobre más males por venir gracias a la necedad de los políticos.

Para que haya política es menester que haya verbo y complementos, y que los sujetos se asuman como tales. Y es de esto que México carece hoy hasta el punto de que muchos de sus pensadores y actores del pasado prefieren pasar y hablar del ocaso, más que de la política o la democracia, mucho menos del porvenir que se ha vuelto ya una abrumadora nostalgia.

Lo peor es que, a partir de unos meses, parece también preferirse enmascarar los términos con tal de no afrontar las realidades inclementes con que se tiene que convivir y lidiar. Este ocultamiento del lenguaje es, tal vez, nuestro principal enemigo, sobre todo si de lo que se trata es de hacer que el país avance por la senda prometida hace dos años.

El caso de Atenco es emblemático, casi paradigmático de una política circular y autodestructiva. Podemos insistir en la torpeza infinita de que ha dado cuenta el gobierno para negociar y llevar adelante su proyecto aeroportuario y, si así se quiere, poner el dedo en la llaga mayor que aqueja a México y que también en Texcoco hace presencia: la pobreza profunda y la falta de perspectivas de progreso para grandes y crecientes masas.

Pero todo lo anterior y lo que se guste agregar, aparte de reconfortarnos lastimosamente, no es suficiente para abordar un flagrante conjunto de actos ilegales y violentos que fueron permitidos y hasta auspiciados por unas autoridades omisas o complacientes, cuya conducta reiterada lleva a pensar en la existencia de agendas ocultas para las que el aeropuerto o los reclamos de los pobladores de la zona afectable son meras piezas de un tablero miserable de cálculo político o ineptitud administrativa disfrazada de astucia provinciana.

La negación de que la violencia y ahora la amenaza abierta contra los que disientan de una mayoría encapuchada y hasta ahora no demostrada como tal se han apoderado del escenario, es sin más la aceptación resignada de que, al menos por ahora, poco tienen que hacer el criterio democrático y los valores éticos que lo acompañan en la resolución de nuestros inevitables conflictos y contradicciones. Es, sin más, la renuncia a la política abierta y plural, pero por ello sometida al derecho, en aras de no se sabe qué razones emanadas de la miseria rural o de una prepotencia oficial que se quiso pasar de lista en una negociación mal encauzada y peor realizada.

El resultado está a la vista y no hay garantía alguna de que va a favorecer a la evolución democrática de México o a estos "labriegos" que la fascinación por lo absoluto nos ha inventado para el consumo corriente de la mistificación de una política popular que no puede avanzar encapuchada y blandiendo machetes, aunque sea para regocijo de un auditorio ávido de folklore y emociones fáciles.

El round más reciente de Atenco ya no fue de sombra, pero su secuela es oscura y hasta tenebrosa. Abre un sendero que el país no puede darse el lujo de explorar y que debe rechazar con firmeza sin necesidad de llenarse el pecho con himnos a un estado de derecho que apenas se insinúa en su horizonte. La ley no nos caerá del cielo como regalo adicional de la morenita.

Hay que construirla y probarla y disponerse a afrontar el error y el riesgo, pero hay que hacerla valer antes de que alguien por ahí decida que la única valedera y eficaz es la de la fuerza y el engaño sistemático investido de poderes metafísicos, pero bien arraigados en la riqueza o la capacidad de fuego. Un compromiso simple y claro con la legalidad existente y su ejercicio es, por desgracia, el paso obligado del momento porque en esta materia no hemos hecho otra cosa que caminar para atrás, confundiéndolo todo con tal de ganarle una partida fútil al pasado. Luego vendrá el tiempo de tanta reforma pospuesta y convertida en mito destructor de cualquier interlocución racional y política. Quizás, hasta las amenazas de los vicegobernadores bancarios ocupen entonces su lugar en el armario de las ignominias menores.

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