Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 14 de julio de 2002
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Cultura

Carlos Bonfil

La inglesa y el duque

La acción de La inglesa y el duque, de Eric Rohmer, se inicia en París el 14 de julio de 1790, primer aniversario de la Toma de la Bastilla. Una aristócrata inglesa de 30 años, Grace Elliott (Lucy Russell, formidable), permanece recluida en su residencia, a distancia del estrépito revolucionario. Su ex amante, hoy amigo y confidente, Felipe de Orleáns, primo de Luis XVI, partidario de una monarquía constitucional y supuesto amigo de los sans-culottes, se vuelve el único apoyo moral y político de la joven sospechosa de prestar ayuda a la reacción realista. Con la ejecución del monarca comienza un periodo de brutalidad e intolerancia conocido como el Terror. Un episodio histórico todavía tabú en el cine francés, y cuya exposición directa -desprovista de ambigüedades ideológicas- le valió a la cinta ser vetada en el Festival de Cannes del año pasado. De modo inusitado, el punto de vista es aquí el de la monarquía ultrajada, con un tono de denuncia frente a los excesos revolucionarios.

En el cine han prevalecido visiones muy distintas de este acontecimiento histórico. Jean Renoir captura, en 1937, en pleno Frente Popular, el júbilo de la revuelta en La marsellesa; para Griffith es telón de fondo para un melodrama espléndido, Las dos huérfanas, de 1922; en tanto la literatura, particularmente Victor Hugo en su novela Noventa y tres, exhibe el Terror como una epopeya que opone villanías y conductas heroicas, y sólo una novela corta, poco difundida, Los dioses tienen sed, de Anatole France, denuncia, al calor de la Comuna, la interminable espiral de crímenes cometidos en nombre de la libertad. El cineasta octogenario Eric Rohmer acomete con maestría lo que considera una pertinente revisión histórica, muy a contracorriente de la corrección política. La película no es reaccionaria, aclara el realizador: Grace Elliott no defiende una monarquía absolutista, sino una alternativa monárquica liberal, justamente la que existe en ese momento en Inglaterra, y que pretende ser la mejor conciliación del conflicto entre lo público y lo privado. En la visión que recupera Rohmer, el Terror jacobino es, por el contrario, la semilla de actitudes extremistas presentes hoy en nuestras sociedades. La inglesa y el duque es no sólo una estupenda recreación histórica, sino un comentario incisivo y oportuno sobre la persistencia de la tentación totalitaria.

Si la narración confunde astutamente la historia de una amistad amorosa, la que señala el título, y la circunstancia histórica que la determina y violenta, no es menor la habilidad del director en el terreno de la forma artística. Rohmer toma sus distancias frente al discurso histórico tradicional, y también frente al melodrama, para elegir en cambio un tono mesurado y la libertad que permite una crónica intimista, el testimonio de la propia Grace Elliott, en su Diario de mi vida durante la Revolución francesa, y del cual Rohmer retoma los años 1790-93 correspondientes al episodio del Terror. Elige también el cineasta la técnica digital y la reconstitución del espacio urbano a través de enormes lienzos ilustrados, de los cuales se desprenden las multitudes (en realidad una docena de personajes multiplicados digitalmente al infinito), con una increíble profundidad de campo, y vistas panorámicas de París tomadas de acuarelas de la época. El efecto, deliberado, es crear una ciudad virtual, en todo artificiosa, próxima al espíritu del cine mudo, y de modo especial, a los decorados fantásticos de Georges Méliés. El resultado es extraordinario.

Rohmer ensaya también una teatralidad que recupera el lenguaje dieciochesco (la ampulosidad verbal del duque, la galantería masculina, la discreta seducción de Grace), y contrasta continuamente maneras cortesanas y brutalidad jacobina (Marivaux y Robespierre en una misma cinta). A esto hay que añadir un manejo del suspenso, inesperado en el director de los Cuentos Morales, los Proverbios y las Estaciones, relatos fílmicos organizados a la manera de una nueva Comedia Humana. Como Balzac, Rohmer incorpora también en sus ficciones una sugerente reflexión histórica. Su nueva cinta sería de este modo la última parte de una trilogía integrada también por Perceval el Galo y La marquesa de O. Hay en ella momentos estupendos: una escena en la habitación de lady Elliott combina, durante una inspección domiciliaria, la comedia de enredos y el suspenso; hay otros, sin embargo, donde la violencia revolucionaria se presenta con trazos muy gruesos, mediante el gran guiñol y la caricatura. Pese a esto, resulta tan engañoso esconder bajo las sábanas, como si se tratara de un amante, a un pobre aristócrata perseguido, como querer a toda costa advertir en esta cinta un simple panfleto reaccionario, cuando en realidad se trata de la lectura inteligente de un episodio incómodo, oficialmente ignorado, de la gesta revolucionaria que justamente se celebra este día.

La inglesa y el duque se exhibe hoy en la Cineteca Nacional, en el quinto Festival Cinematográfico de Verano de la Filmoteca de la UNAM.

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