Rolando Cordera Campos
Violencia en directo
El mes del triple aniversario se ha visto manchado por
el desacuerdo y el escándalo como forma principal de arreglar litigios
y ahora, de nuevo, por la violencia disfrazada de acción directa
y justiciera. Un auténtico "no cumpleaños" pero sin el humor
y la ironía sutil de Carroll.
Los macheteros actuaron de nuevo este jueves, como era
previsible que lo hiciesen después de su toma del aeropuerto
internacional. Y después de la toma de Toluca y de los muchos
paseos armados por la ciudad de México, a ciencia y paciencia del
jefe de Gobierno, que prefiere dar consejos y muestras de templanza a quien
se despierte temprano.
Ahora, lo que se ha planteado no es un intercambio de
rehenes, sino la capacidad del Estado para hacer valer su autoridad. Por
lo pronto, el jueves por la noche el gobernador Montiel hizo gala de conocimientos
sobre la competitividad que se vería beneficiada por la nueva terminal
aérea, pero de ningún reflejo ante situaciones que en realidad
nunca ha tenido entre manos y, por eso, no se le pueden salir de control.
("Porque, usted sabe, el aeropuerto es de todos los mexicanos, no de los
mexiquenses": casi verbatim, 11/07/02 por la noche, con Joaquín
López Dóriga.)
La admisión expresa y total de que la democracia
representativa es la alternativa a la violencia no se ha vuelto un compromiso
claro entre nosotros y no es un mandato creíble para el conjunto
de actores que hacen la política todos los días. Los ciudadanos
hicieron un mandato claro desde 1994 y lo reiteraron en 1997 y 2000, pero
desde aquel año miserable hasta la fecha, analistas y tribunos de
toda laya se han dedicado a minar la robusta señal de gana democrática
emitida por una ciudadanía de cuya madurez se dudaba y se duda sistemáticamente.
No son estos votantes los que erosionan el IFE, o callan
ante los desmanes de los manifestantes iracundos que invaden el Palacio
Legislativo con vacas y tiran puertas en el Palacio de Cobián donde
debería velarse por el orden interior. Mucho menos los que celebran
sin recato los abusos del machete o se abstienen de opinar por largos meses
sobre una huelga universitaria que requería con urgencia de acciones
correctivas por parte del Estado. Es la "sociedad política" formada
por tirios, troyanos y romanos que sueñan con un imperio, la que
se encarga de cercenar todos los días lo poco de sólido que
tiene la democracia en estreno.
Aprendido que fue el verbo desafanar, los políticos
se dedicaron a conjugarlo y a volverse robots ridículos del costo-beneficio...
y aquí estamos, a la espera de que el Ejército federal intervenga
en territorio mexiquense y mande a callar... sin garantía alguna
de eficacia u obediencia.
La acción directa es reconocida como una práctica
legítima dentro de muchas democracias avanzadas. Sin embargo, nunca
es vista como costumbre o recurso cotidiano. Los actores políticos
y sociales y el mercado se encargan de imponerle restricciones y de hacerla
un expediente de última instancia, o casi. No ocurre así
entre nosotros y no parece que hayamos encontrado el modo de hacerlo. Por
eso los machetes son objeto de transmisión y hasta de celebración
en directo y los gobernantes tienen que hacer el ridículo antes
de pedir la intervención federal. Los que no lo hacen se reducen
a dejar hacer con la esperanza de que el pueblo llano los premiará
con votos. Y la cadena sigue, sacralizada por los sacerdotes de la revancha
más que de la justicia.
Quejas y gemidos hay sobre la falta de reglas y estado
de derecho. Lo que falta es el trapito y la disposición al riesgo
por parte de quienes tienen el poder del Estado y han visto su ejercicio
legitimado por el voto. En esta disyunción es donde radica tal vez
nuestra falla institucional mayor.
Confundir leyes con acuerdo y convicción para aplicarlas,
por ejemplo, es una fuente mayor del escepticismo mexicano respecto a la
justicia, como lo ha sido tradicionalmente la impunidad de que han gozado
sobre todo los poderosos en la política y la economía a la
luz del día. No son los delincuentes menores que se benefician a
diario del desbarajuste judicial los que han corroído la credibilidad
de la justicia en México; son los que mandan y poseen y hacen negocios
turbios bajo el sol y no a la sombra, los que se amparan sin pudor y desfachatadamente
son avalados por los guardianes de la democracia, los que pasan la sierra
debajo del piso de la política civilizada que, para serlo, requiere
de un gobierno y de una población sujetos a las leyes, no porque
así lo mande la teoría, sino porque así lo entienden
y lo sienten los que quieren vivir en una sociedad habitable.
Pero en lugar de esto, así fuese en dosis pequeñas,
lo que tenemos es la transmisión en directo de la violencia diferida.
Mala temporada, sobre todo cuando se trata de un año más
del cambio.