Jenaro Villamil
De Echeverría a Atenco, guerras sucias y medios
No acabábamos de salir del azoro al ver al ex presidente halcón salir de su segunda comparecencia ante la fiscalía especial y escuchar el grito de "šasesino!" que le aventaron sus críticos, cuando la violencia se hizo presente en Texcoco y los habitantes de San Salvador Atenco levantaron barricadas para defender sus tierras y protestar por la detención de sus dirigentes.
El gobernador del estado de México, Arturo Montiel, confirmó sin pudor que 30 años no son mucho para la cultura del autoritarismo. Sus argumentos en Televisa, Tv Azteca y cuanto programa radiofónico quiso fueron los mismos que dio Echeverría para criminalizar en su momento a los estudiantes: en Atenco hay "gente externa" e "intereses oscuros" que manipulan a los ejidatarios, eternos menores de edad para la lógica clientelar del PRI. Lo mismo dijeron en su momento Carlos Salinas y Ernesto Zedillo de los indígenas de Chiapas que se levantaron en armas en 1994, y de los estudiantes del CGH que protagonizaron la huelga más larga de la historia de la UNAM. Sólo faltaba que Montiel parafraseara a Díaz Ordaz y llamara a los ejidatarios "filósofos de la destrucción".
Por supuesto que el mandatario mexiquense y su procurador no hablaron de los intereses extranjeros que están detrás de la construcción del aeropuerto. Lo foráneo para ellos es todo aquello que no puedan comprar con prebendas y que no beneficie a la clase política y económica de esta entidad. La PFP y los policías estatales, reconvertidos en los nuevos batallones Olimpia y en los halcones de ahora, fueron televisados cuando encabezaron la provocación. Se han apostado en los alrededores de Atenco para defender "la legalidad", según Santiago Creel. El presidente Vicente Fox, quien confunde las declaraciones de amor con las prioridades de Estado, descubre, en el segundo año de estar en la Presidencia, que está ante el desafío más importante generado en su propio sexenio: pasar a la historia como otro represor más de la era priísta que ahora fustiga o transitar como un mandatario ausente frente a conflictos que reclaman interlocución.
Lo diferente, a 30 años de distancia, es la actitud de los movimientos sociales frente a una de las estrategias más importantes de la era globalizadora: ganar la batalla mediática. El EZLN marcó una diferencia sustancial en este sentido. Demostró que no basta ganar el territorio físico sin capacidad de ganar el espacio simbólico, mediático e informativo.
Los medios también se transformaron. En la sociedad mexicana del 68 y los 70, los propios medios sólo tenían un interlocutor: el poder político. Hoy lo siguen privilegiando, pero también la apertura y la feroz competencia por el mercado han dejado sus efectos colaterales: medio que encabece la guerra sucia estará destinado a perder rating, mercado y credibilidad. Ya no es tan fácil operar la represión con enlaces en vivo y los golpes de mano del poder ante los medios, como el ocurrido en Excélsior en 1976; difícilmente se pueden repetir ahora en tiempos de excesiva visibilidad de los actos del poderoso. Los propios medios y sus noticieros están en vitrina y son fiscalizados. El instinto autoritario no ha abandonado a muchos conductores, pero la audiencia los castiga.
A raíz de los sucesos del pasado jueves, la televisión, la radio y buena parte de la prensa escrita han redescubierto que existen habitantes dispuestos a defender su tierra en un sitio que la publicidad del aeropuerto quería condenar a un papel de fantasmas. No sólo eso. Los mismos "fantasmas", con machetes, utensilios de labranza y envases cocacoleros (que para algunos conductores son "armas peligrosas" y "bombas molotov") han recurrido a los tribunales y pueden ganar el amparo. Estos campesinos, encarnaciones del "México bárbaro", han sido más respetuosos con sus detenidos que las autoridades mexiquenses.
La provocación se le puede revertir a Montiel, porque quizá no calculó que los ejidatarios y las mujeres de Atenco tienen mayor capacidad de comunicar, de convencer y de defenderse mediáticamente que sus colaboradores.
Basta con observar el resultado de las encuestas telefónicas de las dos grandes cadenas televisivas: el auditorio no quiere represión y descalifica la estrategia gubernamental de "pasarse la bolita". En la radio las llamadas no claman sangre contra los atenquenses, sino un trato justo. Al platicar con algún televidente común uno observa el éxito de los campesinos de Atenco: ante la mediatización del conflicto (que ocupó 60 por ciento de los espacios informativos) las tribulaciones de Lorena Herrera en Big Brother VIP ya no son la atención principal frente a un problema real, con seres humildes de carne y hueso, que no están en casting ni tienen productores, que también son capaces de dar lecciones de dignidad a Diego Fernández de Cevallos.
Con todo y sus riesgos (la simplificación, la descontextualización, la autopromoción de los enlaces, el linchamiento y el maniqueísmo), los medios se han convertido en un activo para las luchas sociales que ganan consensos. La marcha zapatista del año pasado lo demostró con creces: el EZLN y Marcos ganaron el espacio y el discurso en medios, a pesar de los evidentes intentos corporativos por desviar la atención y apropiarse de "la paz". El CGH no pudo o no supo aquilatar la importancia de esta estrategia. El ideologismo de un sector de la "ultra" se quedó aprisionado en la vieja consigna de los "medios vendidos" y en la insistencia de la provocación por encima del convencimiento. Ahora, el movimiento de Atenco vuelve a demostrar que más importantes que los aviones son los seres humanos, y que la dignidad también tiene rating.
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