Francisco Gil Díaz y Diego Fernández
han descalificado a la comunidad de pensadores
Antintelectualismo, característica del grupo
que ganó el poder el 2 de julio
De la Madrid, Salinas y Zedillo no se atrevieron a revelar
desprecio alguno hacia los creadores
JESUS RAMIREZ Y JENARO VILLAMIL /I
C. Wright Mills, sociólogo estadunidense, declaró
en 1960, en un curso impartido en la UNAM, que envidiaba la influencia
política de los intelectuales en América Latina, incluido
México, y la tenía por único factor decisivo de transformación
social en los países subdesarrollados.
Otro ciudadano de Estados Unidos, Roderic Ai Camp, destacó
en La política en México esta misma influencia, y
subrayó que si este sector ejerce un poder en el sistema político
es porque difunde sus ideas en los medios editoriales y mantiene una relación
estrecha con el gobierno.
A dos años del triunfo de Vicente Fox, el 2 de
julio de 2000, el secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz, no
sólo desdeñó las consideraciones hechas hace más
de cuatro décadas por Wright Mills, autor de La imaginación
sociológica, y de Roderic Ai Camp, sino que sentó un
precedente único en la historia de las relaciones entre el gobierno
y los intelectuales con una auténtica confesión de antintelectualismo
y la entronización de la ignorancia como línea fundamental
de la política hacia los editores.
El desplante pretendió ser una explicación
a la desaparición de la tasa cero del IVA a la industria editorial
mexicana.
Pornografía y terroncitos de azúcar
"En cuanto a la industria editorial -dijo Gil Díaz
el jueves 20 de junio-, todos sabemos que con excepción de algunas
revistas que son semipornográficas, que son las de mayor circulación,
prácticamente no leemos en nuestro país" (La Jornada,
21 de junio de 2002, p. 3).
Al día siguiente, distintos representantes de la
comunidad intelectual no escatimaron en adjetivos para descalificar al
responsable de las finanzas públicas del foxismo. "Ignorante", "arrogante",
"inculto", "irresponsable", "analfabeta", víctima de un "hundimiento
cerebral" y responsable de una declaración "pornográfica"
fue lo menos que se le dijo.
El jefe Diego, como se conoce al líder moral
del PAN y cabeza de la bancada en Xiconténcatl, agregó leña
al fuego. Diego Fernández de Cevallos lanzó un nuevo epíteto
contra los críticos de Gil Díaz que hubiera avergonzado al
mismo fundador de su partido, Manuel Gómez Morín, el intelectual
que abogó por una "patria generosa":
"No veo por qué los intelectuales consideren que
su talento no se va a difundir sólo porque hay impuestos. Ellos
pueden decir lo que quieran del Presidente de la República y de
los políticos, y nosotros no los podemos tocar, porque se deshacen
como terroncitos de azúcar. ¡Eso no me parece! El intelectual
es como yo, como ustedes, nada más que a veces no tienen un modo
honesto de vida" (La Jornada, 22 de junio de 2002, p. 11).
Como mancuerna, Gil Díaz y Diego Fernández
hicieron explícito su fervor antintelectual, convicción que
con su silencio avalaron tanto Acción Nacional como el Presidente
de la República. Esta descalificación a la comunidad artística
e intelectual es algo que ninguno de las administraciones anteriores, priístas,
hicieron en 71 años de estar al frente del gobierno federal.
En el pasado hubo, sí, muchas amenazas veladas,
medidas de coerción contra los críticos, presidencialazos,
como la renuncia de Arnaldo Orfila al Fondo de Cultura Económica
por publicar la novela Los hijos de Sánchez, que molestó
a Gustavo Díaz Ordaz por difamar la idiosincracia del mexicano y
"el alma nacional".
Luis Echeverría intentó seducir a creadores
y pensadores con su "apertura democrática". Enfocó sus ataques
contra el sector más crítico al que calificó de antinacional.
Son célebres sus elípticas referencias despectivas contra
Daniel Cosío Villegas, premio Nacional de las Letras en 1971, que
en el ocaso de ese sexenio se convirtió en un lúcido crítico
del presidencialismo desde su columna semanal en Excélsior,
entonces dirigido por Julio Scherer.
Los mandatarios surgidos de la ortodoxia financiera -Miguel
de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo- nunca se atrevieron a mostrar
abiertamente algún menosprecio del poder político contra
la investigación y la creación artística.
Por el contrario, hicieron gala pública de sus
buenas relaciones con intelectuales y artistas y los aprovecharon para
responder y descalificar las críticas que provenían del sector
contra el régimen.
De la Madrid creó el Sistema Nacional de Investigadores
(SNI). El propio Salinas se alaba en sus memorias, Un paso difícil
hacia la modernidad, por haber logrado incorporar a su causa a los
dos grupos de pensadores más influyentes -los de las revistas Nexos
y Vuelta- y relata las medidas adoptadas en favor de la comunidad
artística e intelectual del país: la creación en 1990
del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
En 1993 se instituyó el Sistema Nacional de Creadores
del Arte, y ese mismo año se creó el Canal 22, primera concesión
televisiva dedicada a la cultura.