Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 30 de junio de 2002
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Política

Rolando Cordera Campos

Bajo los escombros

El desprecio por la cultura y sus practicantes de que hicieron gala el secretario de Hacienda y sus oficiosos corifeos dio pábulo a que todo tipo de tiradores se aprestaran a sacar provecho del derrapón. El inefable conductor de los diputados perredistas, por ejemplo, pidió la cabeza de Gil acusándolo de devaluador, y ahora, al calor del desplome de WorldCom, muchos otros buscadores de fortuna fácil quieren asociar a Gil Díaz con su pasado laboral y profesional para señalarlo con índice de fuego y, claro, pedir su cabeza.

En este tira tira descabellado, la cabeza que puede rodar si nos descuidamos es la de todos nosotros. Sin instituciones que amarren lo poco que ha quedado del orden estatal post democrático, lo único que puede sobrevenir es un todos contra todos, la vulnerabilidad extrema de nuestra frágil economía y, al final, después del naufragio, la venta de lo que reste de la propiedad nacional para hacer fogatas en la playa a la espera de un barco salvador. Ni Viernes estaría dispuesto a hacernos compañía en un escenario como este.

Resguardar los tejidos institucionales sobrevivientes es una tarea nacional de la que tienen que hacerse cargo todos, pero en el campo político es, sobre todo, una responsabilidad de la izquierda democrática. Es a ella a quien corresponde plantearse y plantearle al país la posibilidad y la conveniencia de una marcha a través del Estado y las instituciones, como condición inexcusable para arribar a mejores estadios de convivencia y bienestar, con democracia. A la derecha, en especial a la que gobierna o pretende gobernar, no le queda este mandato, entre otras cosas porque no entiende las primeras letras del alfabeto de una política democrática capaz de hacerse cargo de la compleja y grave problemática que enfrenta México desde hace lustros, cuando como el Hombre de Neandertal perdió la senda del desarrollo y se adentró en la desquiciante utopía de una modernización sin apellidos ni rumbo.

En este contexto, la discusión sobre la conducción económica y financiera de México no puede reducirse al relevo en los mandos superiores del Estado. No tanto porque se trate de personajes imprescindibles por su credibilidad ante los "mercados", lo que por otro lado no debería desdeñarse, sino porque lo que está en juego no es el mal humor y la insensibilidad cultural del secretario, que en realidad permean al conjunto del gobierno, sino la posibilidad de construir un curso distinto al que hoy seguimos y que ostensiblemente no da los mínimos resultados esperables, para no hablar de los prometidos demagógicamente.

Bajo los escombros del derrumbe mediático de la semana pasada, es preciso rescatar el tema de fondo que Gil pretendía dramatizar pero volvió pantomima. Más que de rematar empresas sobrantes para salir al paso del drama contable que acompaña a nuestras finanzas públicas, de lo que se trata es de persuadir a la sociedad de la urgencia de construir una fiscalidad de la que el país carece y que no se puede sustituir más mediante la posposición del gasto o la venta de garage del sector público. Pero esto no es sino el principio que, tal vez, podría unificarnos a todos.

La Secretaría de Hacienda y los diputados nos deben un cúmulo de información y explicaciones que no debería posponerse más. Insistir en que no hay más ruta que la del IVA, por ejemplo, no nos lleva ya a ningún lado, mucho menos a acuerdos productivos en materia de impuestos. Tampoco avanzaremos un ápice si el mayúsculo déficit en las pensiones sigue presentándose de manera terrorista, o como algo atribuible a los asegurados, cuyas cotizaciones no han tenido la contraparte legal efectiva que corresponde al Estado.

Lo mismo tendría que decirse de la participación patronal en los impuestos o la seguridad social. Si de entrada lo que sus cúpulas buscan es aprovechar el viaje para reducir impuestos directos, o seguir sin pagarlos, o acabar con lo poco que tenemos de Estado social, sistemáticamente minado por tirios, troyanos, caciques sindicales y pésimos ingenieros financieros, lo único que cabe esperar es una ronda de lucha de clases que no hará sino aumentar las ruinas en que ya hemos empezado a movernos.

Como puede verse por medio de estos ejemplos, la agenda es abrumadora y tiene que empezar a desahogarse. Seguir empecinados en imponer una visión o en sacar raja de las dificultades presentes para descontarlas en 2003 es una operación suicida. Igual que andar por ahí con el petate del muerto del contagio o, como se hizo antes, con el ayate milagroso de un blindaje que no le dura sino horas a los émulos de Soros en los trópicos. Más que de relevos o de despidos "depuradores" (maldita palabra de los perseguidores y verdugos de siempre), lo que necesitamos es que los que gobiernan, en el Ejecutivo y el resto de los poderes, dejen de comportarse como si les hubiésemos pagado por adelantado.

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