En vecindades del Centro Histórico temen más a uniformados que a los ladrones
La policía sólo viene por su mochada: vecinos
Las autoridades saben quiénes son los delincuentes, pero "no le entran al toro", señalan
ANGEL BOLAÑOS SANCHEZ
En la vecindad nadie le tiene confianza a la policía. Prefieren tolerar a quienes saben que se dedican a "pegarle al peligro"; es una regla de convivencia en todo el vecindario: "No nos metemos con ellos y ellos no se meten con nosotros, y no por miedo, sino porque uno no está solo, están los hijos", asegura Martina, habitante de una de las 32 vecindades del Centro Histórico señaladas por el secretario de Seguridad Pública, Marcelo Ebrard, como refugio de delincuentes.
Saben además que los grupos de asaltantes tienen una regla de oro no escrita: "En el barrio nadie se quema". Los que llegan a robar o a vender droga por el rumbo son de otra parte, asegura Juan Carlos, estudiante, que habita una de las vecindades de la calle Argentina, que durante el día, desde República de Venezuela hasta el Eje Uno Norte, bulle por el comercio ambulante, pero "de noche ni te metas", recomienda.
"Si es un ratero ya sé que me va a robar, pero si es un policía, además de que me va a robar me va a golpear y hasta me va a meter a la cárcel", afirma.
Las viviendas deterioradas pasan inadvertidas abajo, donde todo es comercio, establecido e informal, y las lonas de los puestos semifijos cubren las fachadas descascaradas de los edificios, los cristales rotos de las ventanas, el metal corroído de los barandales en los balcones y los plafones semiderruidos. Los cientos de compradores que cruzan la calle difícilmente se darán cuenta de que casi en la esquina con Haití, la mitad de uno de los inmuebles se vino abajo y la otra mitad está habitada; es otra de las vecindades donde la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal y la SSP quieren entrar a buscar delincuentes.
Doña Guadalupe, de una vecindad en el callejón de Leandro Valle, recuerda una experiencia de hace 12 años, cuando unos policías de los que entonces se llamaban Zorros (hoy Fuerza de Tarea) entraron a las casas sin orden de cateo; "traían una orden bien poderosa: hazte a un lado o te meto un tiro".
Decían que iban a buscar a alguien, pero anduvieron revolviendo hasta en los cajones de los roperos, señala.
Para ella, la advertencia de Ebrard Casaubón no es más que "tiempo, dinero y esfuerzo de los contribuyentes perdidos", porque si la policía quisiera actuar contra los delincuentes, asegura, sabe bien quiénes son, "pero no le entran al toro".
Juan Carlos cuenta una anécdota: "llegaron como cinco policías judiciales y agarraron a uno; le dijeron cáete con 5 mil pesos y te dejamos ir, pero pónle el dedo a otro, y le enseñaron una lista con nombres, con apodos y hasta fotos de la banda".
Por separado, Guadalupe agrega que los policías "nada más vienen por su mochada", a los que llegan a detener y se llevan a la cárcel es porque son el hilo más delgado. "Atrás de un delincuente pendejo hay otro delincuente astuto que lo mangonea".
El problema de la inseguridad pública no es la delincuencia en sí, sino lo que hay detrás de ella, asegura Martina, y es que "la gente no puede vivir decentemente con un salario, la gente está frustrada y por eso consume droga".
Dice que tiene años viviendo en la vecindad; "aquí crecieron mis hijos y sé que ellos no andan en eso"; los que sí, cuando salen a delinquir incluso me saludan y yo también, les digo: 'vayan con Dios'".