Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 27 de junio de 2002
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Política

Octavio Rodríguez Araujo

El dilema de la oposición

Se equivocan quienes piensan que los partidos políticos de oposición han perdido prestigio porque no tratan de agradar a los votantes. Al contrario. Precisamente porque los partidos tienden, desde hace rato, a parecerse entre sí y a quedar bien con todos los electores, es que han perdido credibilidad. La otra razón, no menos importante, ha sido que una vez en el poder no cumplen con lo ofrecido tanto en sus documentos fundamentales como en sus discursos de campaña.

Cierto es que muchos jóvenes, especialmente estudiantes, no creen en la política y en los políticos, pero no se trata de la totalidad, ni de los jóvenes ni de los ciudadanos. Algunos jóvenes han sido influenciados por las corrientes de moda en política, pero en realidad son muy pocos, pues la mayoría no lee a Deleuze, Foucault, Lyotard, Derrida o Guattari, para mencionar a algunos autores que nutren el pensamiento antipartido y antipolítica. Lo que la mayoría de los jóvenes ve en los partidos y en los gobiernos es que no son democráticos (en términos de auspiciar o permitir la democracia participativa), que son (en el caso de los partidos) electoreros, oportunistas y, en el caso de los gobiernos, demagogos, autoritarios e indiferentes a los reclamos populares a la vez que serviles a los grandes capitales, al gobierno de Washington y al Fondo Monetario Internacional. Si se trata de partidos de izquierda, peor, pues cuando están en la oposición dicen una cosa y en el poder dicen y hacen otra muy distinta.

El drama de los partidos de izquierda ha sido que, para poder competir electoralmente, han abandonado sus principios y sus programas y, por lo mismo, se han acercado a los partidos de derecha y del llamado centro político. El punto de partida de los organismos de izquierda, desde los tiempos del eurocomunismo, fue que si la sociedad es plural los planteamientos de los partidos también debían ser plurales. Ahí firmaron su sentencia de muerte: no aumentaron su votación, no llegaron al poder y perdieron credibilidad incluso para quienes antes votaban por ellos (recuérdese el caso del Partido Comunista Francés, para citar un ejemplo). Se pensaba entonces, mediados de los años 70 del siglo pasado y todavía en los 80, que si la socialdemocracia ganaba gobiernos o mayorías en los parlamentos, los comunistas podrían lograr lo mismo socialdemocratizándose. No fue así. Eran los tiempos en que las posiciones de centro, es decir sin compromiso explícito, eran más convincentes para el electorado mayoritario que es, en general, conservador.

En estos tiempos, es decir en los primeros años del siglo xxi, las cosas han cambiado. Ahora es claro que la socialdemocracia no resolvió lo que dijo que resolvería en términos de empleo, salarios, impuestos, prestaciones sociales, soberanía nacional, etcétera, y muchos ciudadanos le dieron su voto a la derecha; pero en este año están cambiando de parecer y, al menos en Europa y en todavía pocos países de América Latina, se ha iniciado una ola de protestas para detener las políticas de esa derecha por la que votaron ayer. En México la situación no es muy diferente. Ahora es claro que el gobierno del cambio no ha cambiado nada, salvo de opiniones de un día a otro.

Si hace dos años una mayoría de ciudadanos votó contra el PRI y por quien tenía mayores probabilidades de sacarlo de Los Pinos, ahora no hay duda de que tanto el PRI como el PAN no ofrecen ventajas para esa mayoría. El problema es que el PRD, si no se define como un partido de oposición, con una propuesta distinta a la de sus competidores, tampoco será visto como una alternativa. Los tiempos son, otra vez, de definición, en este caso de definición en favor de los pobres y de quienes se han visto seriamente afectados por las políticas de los anteriores gobiernos priístas y por las de su continuador Vicente Fox.

Una cosa es que la mayoría de la población sea básicamente conservadora y que, por lo mismo, tienda a favorecer las posiciones partidarias de centro e incluso de derecha, y otra que no se dé cuenta de la situación en que vive ni de los riesgos de subordinar los intereses nacionales a las grandes potencias o a las empresas que dominan la economía mundial. Esta mayoría de población está esperando un partido en el cual creer, pues todavía se cree en la política. Pero un partido de oposición que no se oponga no tendrá credibilidad. Al contrario, los tiempos en que los partidos podían ganar tratando de agradar a todos los votantes, ya terminaron. La gente ya aprendió que un partido que quiere quedar bien con ricos y pobres en realidad beneficia sólo a los primeros. Los pobres, que son la gran mayoría de la población, quieren definiciones y no semejanzas. Pasaron los tiempos de las vaguedades, del no compromiso.

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