Angeles González Gamio
La casa de la primera imprenta
La ubicación original exacta de muchos inmuebles históricos suele ser motivo de polémica entre los historiadores. Ejemplos ilustrativos pueden ser la universidad, la imprenta y la casa de las campanas. Hay varias teorías sobre el sitio donde estuvieron esas primeras instituciones en la ciudad de México del siglo XVI. Lo que sí es definitivo es que se encontraban en los alrededores de la Plaza Mayor, hoy llamada Zócalo. Acudiendo a la tesis de don Miguel León Portilla acerca de la validez de los mitos fundacionales, damos por buena la casona que se encuentra en la esquina de las calles Moneda y Licenciado Verdad, como la sede de la primera imprenta del continente americano.
La historia comienza el 12 de junio de 1539, día en que fue firmado en el protocolo del escribano don Alonso de la Barrera, en Sevilla, el contrato entre el alemán Juan Cronberger y el italiano Juan Pablos, para trasladar e instalar la primera imprenta de tipos movibles en la capital de la Nueva España. Existe también la constancia de la entrega de 120 mil maravadíes, 100 mil destinados al costo de la prensa, tinta, papel y otros enseres, y el resto a sufragar el flete y los pasajes de la esposa de Pablos, Gerónima Gutiérrez, de un oficial, Gil Barbero, y de un esclavo negro de nombre Pedro. En la misma fe notarial se autoriza el poder general que otorga Cronberger a Pablos para que lo represente en México.
La necesidad de la imprenta era imperiosa, en esos primeros años de la Nueva España; los sacerdotes requerían con urgencia impresos con la doctrina en castellano y lenguas indígenas, como apoyo indispensable para su labor evangelizadora. De ello habla don Vasco de Quiroga, quien tuvo que enviar a imprimir a Sevilla, en 1538, su Doctrina en lengua de indios de Michoacán, así como la bilingüe en castellano y náhuatl, atribuida a Juan Ramírez.
Así, el arribo de Juan Pablos fue recibido con entusiasmo por autoridades, clero y población; sus expectativas no se vieron frustradas, pues tras su llegada, el mes de septiembre de 1539, de inmediato comenzó a trabajar. Nos habla del éxito de la empresa que al concluir el primer siglo de la imprenta en México, se hubieran publicado aproximadamente 180 obras, de temas diversos: doctrina cristiana, lingüística, cancioneros, legislación, filosofía, teología, crónica, medicina, milicia, cronología, náutica, botánica e historia natural, únicamente en el taller de Pablos y en la sucursal que abrió en Tlatelolco en 1594; esto es, sin contar a otros impresores que también trabajaron en esos años.
La casa que alojó esa primera imprenta tuvo muchos dueños y sufrió múltiples transformaciones a lo largo de los siglos, hasta 1989, cuando la Universidad Autónoma Metropolitana y el Instituto Nacional de Antropología e Historia se abocaron a restaurarla para que se dedicara a centro cultural y de educación continua de la UAM.
No se imaginaban las sorpresas que les deparaba; entre múltiples objetos de todas las épocas: cerámica, esculturas, botellas y demás. Apareció como cimiento una colosal y extraordinariamente bella cabeza de serpiente emplumada, semejante a la que se encuentra en la esquina del palacio que aloja el Museo de la Ciudad de México. Resulta fascinante conocer que esta escultura que se halló como cimiento, originalmente estuvo, igual que aquella, a la vista del paseante, pero con los hundimientos pasó a quedar bajo tierra y fue utilizada como base de la casa que se edificó en el siglo XVII, aprovechando parte de los muros de la anterior.
Ahora se puede admirar en un pequeño museo de sitio que ocupa una de las salas del primer piso de la bella mansión. De tres pisos, tiene un lindo patio, balcones con herrería y magníficas salas, donde siempre hay diversas exposiciones. Ahora hay una de originales cajas de Luis Manuel Serrano, y dos de los pintores Fernando Vilchis y Claudia Sánchez.
La dinámica y simpática directora, Guadalupe Fernández López, organiza constantemente conciertos, presentaciones de libros, montajes escénicos, muestras artísticas, y facilita la impartición de diplomados y talleres, con lo que la antigua casona continúa fiel a la vocación cultural que heredó del activo impresor Juan Pablos.
Otro atractivo de la casona es su cercanía a lugares para comer sabroso, como el bar Sobia, en la calle Palma 40, con su misteriosa ubicación subterránea que nos traslada al México de los años cincuenta, época en que lo creó Florentino Hevia, dueño del Correo Español, el afamado restaurante de cabrito ubicado en Peralvillo. El caldito de camarón y los taquitos de picadillo, ambos cortesía de la casa, preparan el paladar para degustar el jugoso chivito acompañado de humeantes tortillas de harina de trigo.