John Berger
Un otro lado del deseo
Hallé una isla en tus brazos
un país en tus ojos,
brazos que encadenan,
ojos que se tienden.
Abrámonos paso hacia el otro lado.
Jim Morrison
El deseo. El deseo erótico. Erótico
es mejor adjetivo que sexual, pues es menos reduccionista.
Cuando el deseo es recíproco (entre dos), las nociones
de lujuria o incluso de libido se tornan obsoletas, porque,
por definición, éstas son singulares, no dobles.
La energía inicial de un deseo así proviene,
por supuesto, de la necesidad biológica de reproducirnos. El deseo
es también una invitación a, y un esperar, placeres imaginados.
Lo que se inicia como deseo erótico puede traducirse súbitamente
en el deseo de tener y poseer. El contenido social del deseo es, de hecho,
la posesión, y es por eso que en el teatro el deseo irrefrenable
nunca es ajeno al conflicto o a la tragedia.
La fuerza potencial del deseo es proverbial en toda cultura.
Tal vez porque la conciencia de ser deseados nos confiere un sentido único
de invulnerabilidad. Cuando este sentido se multiplica por dos, se puede
arriesgar casi cualquier cosa.
El deseo comienza pronto y continúa hasta tarde.
Puede ocurrir en todas las edades entre, digamos, los cinco y los 80. La
edad puede tener efectos sobre las prioridades del deseo. Y empero, estas
prioridades no son nunca estándares o uniformes. Cualquier deseo
se conforma de una multitud de ofrecimientos y anhelos, y, finalmente,
habrá tantas variedades de deseo como encuentros eróticos.
No obstante hay ingredientes comunes, y lo que yo llamo
un otro lado del deseo está, creo, presente en todo deseo, aunque
pueda variar el grado de su importancia o la posibilidad de su reconocimiento.
En las sociedades de consumo este ingrediente (la reciprocidad) se reconoce
poco a nivel público, excepto en el rock, donde con frecuencia
es central.
Siempre habrá sufrimiento
fluye por la vida como agua
pongo mi mano sobre su mano
en la enramada de limoneros.
Nick Cave
Cuando es recíproco, el deseo es una trama, urdida
por dos, y enfrenta o desafía todas las otras tramas que determinan
al mundo. Es una conspiración de dos.
El propósito es ofrecerle al otro un respiro que
aplace el dolor del mundo. No la felicidad (¡!), pero sí un
respiro que alivia al cuerpo del riesgo enorme de sufrir dolor.
En todo deseo hay compasión y hay apetito; ambos,
no importa su proporción relativa, se entretejen. El deseo es inconcebible
sin una herida.
Si hubiera seres sin heridas en este mundo, vivirían
sin deseo.
La conspiración es entonces para crear juntos un
lugar, un locus, de exención, necesariamente momentáneo,
que nos libre de la lastimadura sin sosiego de la cual la carne es heredera.
El cuerpo humano contiene arrojo, gracia, jugueteo, dignidad
y otras incontables sutilezas, pero también es intrínsecamente
trágico, como no lo es el cuerpo de animal alguno. (Ningún
animal está desnudo.) El deseo anhela escudar el cuerpo deseado
de la tragedia que aloja, y lo que es más, cree que puede. Esta
es su fe. No hay naturalmente altruismo en el deseo. Ofrecer escudo, conferir
salvedad, se logra en el ofrecimiento de todo el ser, física e imaginativamente,
pero desde el inicio dos cuerpos se involucran y así la salvedad,
cuando se logra, si se logra, los cubre a ambos. Esta tiende a ser breve
y no obstante lo promete todo, por eso logra abolir la brevedad -y junto
con ella las lesiones asociadas a la amenaza de lo breve.
Si lo observa una tercera persona, el deseo es un paréntesis
corto; si se experimenta desde dentro es algo trascendental. En ambos casos,
sin embargo, la vida cotidiana continúa en su entorno, antes y después.
El deseo promete liberarnos. Empero, eximirnos del orden
natural existente es equivalente a desaparecer. Y es eso precisamente lo
que el deseo propone en su punto de mayor éxtasis: desvanezcámonos.
Mientras sube la marea
(y) cada uno rememora
llevo al vacío de mi sombra
destellos de ti.
El viento los llevará
cuando todo se desvanezca
el viento nos llevará.
Noir Desir
La desaparición de los amantes no puede considerarse
una evasión, un vuelo; es más un viraje a otra parte: la
entrada en una plenitud. Comúnmente se piensa en la plenitud como
acumulación. El deseo insiste en que es un regalarse: la plenitud
de un silencio, una oscuridad en donde todo está en paz. De algún
modo pienso en un sueño antiguo, la leyenda del Vellocino de Oro.
(Este permitió que Phrixus y Helle se libraran de un sacrificio.)
A nivel simbólico representa tanto la inocencia como la sabiduría.
Reposa tendido en su refugio, rizado, inviolado, completo, sin que nadie
lo rinda.
Una vez compartida y experimentada, la salvedad que ya
no exime permanece inolvidable, y las desapariciones semejan ser más
reales, más precisas que lo aparente o lo legible.
Las sirenas ululan calle abajo. Mientras estés en
mis brazos, nada podrá hacerte daño.
Traducción: Ramón Vera Herrera