Luis González Souza
¿Mundial atípico, Mundial espejo?
No somos nadie para contrariar la fiebre futbolera que
recorre al mundo. Trataremos, sin embargo, de encararla con espíritu
analítico y hasta especulativo. Nuestra hipótesis difiere
de los clichés sospechosamente sincronizados en casi todos los medios,
en este caso, no de comunicación sino de idiotización. Dicen
los comentaristas profesionales que el actual Mundial de futbol Corea-Japón
es el de las sorpresas, de las herejías, de las travesuras anticlimáticas
a cargo de los seleccionados "de segunda línea" (Pelé), destacadamente
Senegal, Corea y Turquía, contra vacas sagradas de la talla de Italia,
Rusia o Francia, que fueron eliminadas a las primeras de cambio. Por ello,
dicen los más elegantes, lo que hoy presenciamos es un Mundial "atípico".
A nuestro entender, más bien se trata de un Mundial-espejo
del mundo de nuestros días, o tal vez premonitorio del mundo por
venir en las próximas décadas. Pensamos en un mundo donde
los de abajo, los de "segunda línea", para seguir con Pelé,
terminan de decir ¡basta! inclusive en el reino del futbol, hasta
hace poco muy bien resguardado por burocracias como la FIFA, codo a codo
con suculentos negocios de patrocinadores, televisoras y demás.
Basta de ampliar la brecha ?entre y dentro de las naciones? que separa
a los que todo lo tienen y los que a duras penas sobreviven. Basta de humillaciones
sistemáticas hasta en las canchas de futbol.
Si en las canchas del mercado, la política y las
guerras toma mucho tiempo la igualación, en las futboleras sólo
toma entre 90 y 120 minutos de juego digno, comunitario (juego de equipo)
y enjundioso. Así fue como ese "tigrillo del sudeste asiático"
llamado Corea del Sur sacó de la contienda a Italia, una de las
mayores potencias futbolísticas en la historia del balompié.
Y así fue como Senegal puso -y seguirá poniendo- muy alto
el nombre de la olvidada o hasta desahuciada Africa. Todo lo que la actual
globalización depredadora le ha quitado en esperanza de vida a dicho
continente, ahora Senegal (y en menor medida los seleccionados de Sudáfrica
y Nigeria) se lo han devuelto con las divisas del futbol digno, incansable,
vertical y, por si fuera poco, ya más alegre y vistoso que el mismísimo
futbol brasileño.
La rebelión de los de abajo, pues, ya asomó
hasta en las canchas de futbol. Y es que el mundo anunciado con la "nueva
guerra" de Bush simplemente es insoportable, como insoportablemente vergonzosa
es la excepción protagonizada por la selección mexicana,
que después de tres grandes desempeños ante Croacia, Ecuador
e Italia, volvió a las andadas ante Estados Unidos. Esas andadas
de agachar la cabeza y lamer pisos ante el vecino país, ahora incluso
en un partido de futbol, sospechoso de cabo a rabo, desde la alineación
y sus cambios, hasta el arbitraje; desde la poca entrega de muchos jugadores,
hasta las conductas autocomplacientes de directivos, durante y después
del juego; desde los telefonazos presidenciales (Bush-Fox) previos al juego,
hasta los apapachos y cachondeos en ascenso que seguramente están
a la vuelta de la esquina.
No somos nadie para mejorar decisiones técnicas
como las del Vasco Aguirre. Pero sí vimos y sufrimos lo que
todos: un equipo que distó de "morir en la raya", que careció
de lo que ha hecho grandes a equipos como Senegal y Corea: una entrega
al límite del desfallecimiento, una dignidad a prueba de balas,
dólares y silbatazos traperos, lo mismo que de telefonazos amenazantes
o rastreros.
Lástima por México, que hasta la dignidad
futbolera parece perder. Ojalá algún día conozcamos
toda la verdad subyacente a la humillante derrota frente a Cobi Jones y
sus coequiperos. Pero aún nos queda Senegal para poner en alto el
nombre de los abajo. Y aún si Senegal no se corona, el actual ya
puede llamarse el Mundial de los de abajo, el Mundial espejo del nuevo
mundo que ya asoma, ciertamente, no en los escritores de la FIFA, de la
Casa Blanca ni de Los Pinos, pero sí donde más importa: en
el subsuelo de los marginados, abrevadero último de todas las dignidades.