Ilán Semo
De cómo ganar y perder rating súbitamente
Es curioso que la política más aparentemente
racional, el pragmatismo, sea a la vez la más compleja de descifrar.
En el siglo xx, Estados Unidos ha hecho de ella un obvio atributo de sus
enigmas. Entre 1910 y 1940, las relaciones entre México y Estados
Unidos son esencialmente cambiantes y, con frecuencia, explosivas. En 1911
Washington apoya el ascenso de Francisco I. Madero a la Presidencia de
la República; dos años más tarde su embajador en la
ciudad de México es el principal instigador del golpe de Estado
en su contra. Victoriano Huerta no corrió con mejor suerte. Los
envíos de armas apuntalaron a la dictadura en 1913; un año
después, una escuadra de navíos de guerra llegó a
Veracruz para derribarlo. Francisco Villa, la versión más
cercana a un Robin Hood mexicano en las pantallas de Hollywood entre 1910
y 1915, se convierte en 1916, súbitamente, en un forajido perseguido
por Pershing en la sierra de Chihuahua después del ataque a Columbus.
Las relaciones con Carranza resultaron más complejas. El coahuilense
sabe cómo aprovechar una circunstancia excepcional: Estados Unidos
se halla atareado en diversos frentes durante la Primera Guerra Mundial.
Carranza, el más conservador de los líderes de la Revolución,
fija las reglas elementales de un futuro nacionalismo radical: en la negociación
lo único que respeta y entiende Estados Unidos es la fuerza propia
y, sobra decirlo, la capacidad y la habilidad de aplicarla. En 1920 la
situación había cambiado visiblemente. Washington se halla
entre los vencedores de la conflagración mundial y en México
alienta la rebelión de Obregón contra Carranza. La factura
no tarda en llegar. Los Tratados de Bucareli fijan, para el presidente
mexicano, el otro extremo de las relaciones posibles entre ambos países:
ceder antes que adentrarse en la incertidumbre. Calles comenzó su
mandato con un enfrentamiento en torno al petróleo. Después
impone una carta máxima: es el único que puede o sabe cómo
preservar la estabilidad de una sociedad amenazada por la sombra de las
rebeliones armadas. Entre 1935 y 1938 Cárdenas muestra que la variante
radical del nacionalismo tiene una ventaja doble: un consenso nacional
asombroso y una relación con Washington regida no por la condescendencia,
sino por la negociación. Tiene a su favor otra situación
excepcional: el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Entre 1940 y 1988 Estados Unidos cifra, por su influencia
económica y su hegemonía política, el eje central
de las relaciones de México con el mundo. También cambian
las máximas que rigen a los actores en ambos países. La capacidad
del gobierno -de cada uno de los gobiernos sexenales- para cobrar consenso
nacional parece estar ligada no a la posibilidad del conflicto abierto,
como fue para Villa, Carranza y Cárdenas, sino a una dialéctica
de concesión y contención ritualizada, en la opinión
pública mexicana, por la retórica del nacionalismo y la real
singularidad de la política internacional de México. Incluso
en esa reducida franja de autonomía, dos presidentes se descalabran
estrepitosamente: Luis Echeverría y José López Portillo.
Del otro lado se halla: el otro, la amenaza. A partir de 1989, Carlos Salinas
de Gortari se propone lo inverosímil: pasar de las cenizas del viejo
nacionalismo a un estado de partnership. En ello se basa para asesinarar
perredistas, dilapidar empresas estatales y acariciar el sueño de
un dominio transexenal. Lo asombroso del salinismo es la seducción
que ejerce entre 1990 y 1993: el centro la absorbe y adquiere visibilidad
y legitimidad en Washington. La crisis de 1995 acaba con el espejismo o
la pesadilla salinista, pero no con el nuevo estatuto que ha cobrado la
relación con Estados Unidos en el imaginario público de la
sociedad mexicana. La campaña de Vicente Fox a la Presidencia se
basa, en gran medida, en este hecho. El idilio inicial entre Bush y Fox
acentúa la transformación de la percepción que se
tiene en el país sobre la nueva misión del político
mexicano en Estados Unidos. El sueño es efímero y dura hasta
el 11 de septiembre. El viraje estadunidense que sigue al ataque a las
Torres Gemelas recuerda pautas que evocan a los años 50: xenofobia,
cero condescendencia con el Sur y regreso a una visión del mundo
anclada en the west and the rest. Ese west es blanco y mayoritariamente
protestante. Fox nunca entiende el viraje y sigue administrando la relación
con EU en los términos del idilio de un partnership. Los
saldos del desencuentro entre el espejismo y sus realidades se miden por
su rating que no deja de caer. La (nueva) opinión pública
mexicana, digamos a partir de los años 90, se mueve así de
manera pendular rechazando dos extremos: la filiación simplemente
subalterna y el enfrentamiento abierto.