Alejandro Nadal
Camino a Johannesburgo
La cumbre de Johannesburgo sobre desarrollo sustentable (prevista para septiembre) debe evaluar los logros desde la reunión de Río de Janeiro sobre medio ambiente. Debería ser un gran acontecimiento, pero las negociaciones van por mal camino y confirman la subordinación del tema ambiental a los dictados de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Esta semana se reúnen en Bali los ministros de medio ambiente para dar los últimos toques al documento final de la cumbre en Sudáfrica. El borrador sobre el que trabajan es decepcionante.
Hace 10 años, la cumbre de Río concluyó con algunos resultados positivos, aunque modestos. De ahí salió la Agenda 21, catálogo de medidas con un enfoque integral para los problemas ambientales más apremiantes, dos convenciones importantes (cambio climático y biodiversidad) y varios acuerdos regionales y sectoriales (bosques, pesquerías). El espíritu era claro: los problemas debían resolverse de manera equitativa porque los países industrializados cargan con la mayor responsabilidad en el deterioro ambiental a escala global. No era la panacea, pero el razonamiento daba esperanzas.
Pero entre Río de Janeiro y Johannesburgo se interpone una década de globalización neoliberal. En lugar de promover el espíritu de Río, se impuso la apertura comercial y la desregulación financiera. En el proceso aumentaron el deterioro ambiental y la desigualdad, y se redujo la viabilidad del desarrollo sustentable.
Hay algunos resultados positivos: mejoró la calidad del aire y agua en algunos ríos de Norteamérica y Europa, y la proscripción de los cloro-fluorocarbonados permitirá restaurar la capa de ozono al nivel de 1980 dentro de 50 años. Pero esos logros son demasiado austeros y, en términos generales, el deterioro ambiental ha empeorado.
Las emisiones de gases invernadero siguen acumulándose en la atmósfera, pero el principal instrumento para revertir el proceso (Protocolo de Kyoto) sigue en estado de coma después del rechazo de Estados Unidos. Las metas de Kyoto ya eran insuficientes, pero ahora es más difícil lograr un acuerdo satisfactorio.
Cada año se destruyen 15 millones de hectáreas de bosque. La deforestación es más intensa en Africa, donde se pierden 5.6 millones anualmente. La erosión de suelos no se queda atrás: en la actualidad hay más de 2 mil millones de hectáreas afectadas por erosión irreversible debido a la actividad humana. Eso equivale a la superficie de Estados Unidos y México. La desertificación sigue sin solución y la salinización de tierras irrigadas empeora cada año.
La dotación de agua dulce por habitante sigue disminuyendo. La mitad de los ríos del mundo se encuentran agotados o seriamente contaminados por el uso intensivo de agroquímicos y desechos municipales. De los 227 ríos más importantes, 60 por ciento se encuentra intensamente fragmentado por sistemas de presas y otras obras, con graves daños en humedales y ecosistemas ribereños. Los principales mantos freáticos se explotan con tasas superiores a las de recarga y los casos de enfermedades por falta de agua limpia aumentan cada año.
En los mares y zonas costeras las cosas no mejoran. La sobrexplotación de las principales pesquerías comerciales se mantiene: de las 21 zonas pesqueras definidas por la FAO, 18 se encuentran sobrexplotadas y sólo mantienen el volumen de captura al explotar las cohortes jóvenes, reduciendo la biomasa futura y anunciando un porvenir de mayor presión sobre los recursos marinos vivos.
La pérdida de biodiversidad se ha acelerado. Más de 25 por ciento de los mamíferos y 12 por ciento de las aves existentes están clasificados como amenazados. La deforestación y destrucción de manglares y sistemas coralinos agrava esta situación. La introducción de especies exóticas es una vieja amenaza, pero la difusión de cultivos transgénicos empeorará las cosas.
El comercio de especies amenazadas o en vías de extinción no se detiene. En Brasil se extraen ilegalmente unos 38 millones de animales de sus ecosistemas cada año. Su venta en el mundo genera aproximadamente mil millones de dólares. Existen cifras comparables para Africa. La Convención sobre Comercio de Especies en Peligro (CITES) no ha sido capaz de detener el proceso, en buena medida por falta de recursos.
Los países ricos no cumplieron su compromiso de reducir sus niveles de consumo y producción intensiva en recursos naturales. Así, la limpieza de la atmósfera y agua en regiones de Europa esconde la huella de deterioro ambiental a veces a miles de kilómetros de distancia por la sobrexplotación de recursos naturales. Ahora la globalización neoliberal difunde un patrón de consumo insostenible a escala global.
En lugar de reconocer estas tendencias negativas, el borrador para Johannesburgo rinde pleitesía a la OMC y considera la apertura comercial y liberalización financiera un instrumento para enfrentar el deterioro ambiental. Hasta recomienda poner en práctica el desprestigiado mandato de la reunión ministerial en Doha, pretendiendo ignorar que carece de legitimidad.
El paradigma de la globalización neoliberal no sólo no garantiza el crecimiento y la reducción de la pobreza, sino que contradice en muchos rubros la agenda ambiental. Pero el borrador no aborda los problemas relacionados con la profundización de los derechos de propiedad intelectual o la inversión extranjera directa. En su capítulo sobre finanzas ignora que la ayuda al desarrollo ha descendido a mínimos históricos, y en un desplante de mediocridad, šhasta apoya el triste Consenso de Monterrey para reducir la volatilidad financiera!
En síntesis, en lugar de desarrollar un programa de trabajo serio, la cumbre de Johannesburgo corre el riesgo de quedar secuestrada por la OMC, confirmando la tendencia a la sumisión de Naciones Unidas a las necesidades de la agenda neoliberal.