Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 28 de mayo de 2002
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Política
José Blanco

Gobierno sin Estado

En 1982 Marshall Berman escribió un texto brillante y optimista: Todo lo sólido se desvanece en el aire. El título del libro, se sabe, es un aforismo de Carlos Marx. Berman recuerda que fue J. J. Rousseau el primero en utilizar la palabra moderniste en el sentido con que habría de usarse en los siglos xix y xx. Rousseau, dice Berman, es fuente de algunas de nuestras tradiciones modernas más vitales, desde la ensoñación nostálgica hasta la introspección sicoanalítica y la democracia participativa. En su Julie, ou la nouvelle Héloise (1761), o en su Emile, ou de l'education (1762), Rousseau registra "el torbellino social" y advierte el "borde del abismo" en que se hallaba la Europa de aquellos años, anticipando así los estallidos revolucionarios que se avecinaban y que habrían de remover los obstáculos al proceso de modernización y al libre desenvolvimiento de la cultura del modernismo.

El proceso de modernización no tiene para cuándo acabar. Diluye a su paso en todas partes a las comunidades humanas y crea así al individuo que, a su vez, reclama la necesidad de un Estado precisamente moderno, por oposición a las múltiples versiones del ancien règime. Pero su tarea está incompleta. Pasa ahora por una fase globalizadora y empieza a dejar en el camino al Estado nacional, mucho antes que tantas comunidades en disolución puedan crearse un Estado moderno propio.

Dice Berman: "los que esperan el final de la Edad Moderna pueden tener la seguridad de tener un empleo fijo. Es posible que la economía moderna siga creciendo, aunque probablemente en nuevas direcciones, adaptándose a las crisis crónicas de energía y medio ambiente creadas por su propio éxito. Las futuras adaptaciones exigirán grandes agitaciones sociales y políticas; pero la modernización siempre ha prosperado en el conflicto... En tal atmósfera, la cultura del modernismo seguirá desarrollando nuevas visiones y expresiones de la vida, pues los mismos impulsos económicos y sociales que transforman incesantemente al mundo que nos rodea, para bien y para mal, también transforman las vidas interiores de los hombres y las mujeres que lo habitan y lo mantienen en movimiento."

La globalización hoy no tiene gobernación. Tiene garrote. Hay muchos gobiernos subalternos y un gobierno mundial hegemónico, pero no hay Estado, un Estado correspondiente al alcance de la globalización. Salvo unos cuantos barruntos -nada desdeñables y expresados en las regiones multinacionales que comienzan a configurarse- se ha globalizado el mercado de mercancías, de servicios, el mercado financiero, la información, el conocimiento -algo distinto es la posibilidad de acceso al mismo-, pero no los derechos universales, las instituciones que los respalden y hagan valer, las leyes que regulen a la "presidencia imperial", cuyos fundamentos fueron puestos expresamente, con todas sus letras, entre el gobierno de Theodore Roosevelt (1901-1909) y el de Franklin Delano Roosevelt (1933-1945). Desde esa nueva institucionalidad estadunidense fue organizado el mundo de posguerra: la creación de la ONU, la Carta de La Habana y el GATT, los acuerdos de Bretton Woods, la creación del FMI y del Banco Mundial, la OTAN, la OEA y algunas instituciones multilaterales más. Fue ese el primer intento de organización de un mundo que comenzaba a "globalizarse" con rapidez.

La hegemonía estadunidense comenzaba a declinar en los 70, cuando la crisis económica internacional, el surgimiento -como respuesta- de los nuevos materiales y de las nuevas tecnologías basadas en la electrónica y la informática, en las que los estadunidenses adelantaron al mundo con velocidad inusitada, dieron un nuevo impulso mucho más profundo a la globalización. La caída del Muro de Berlín dejó el terreno libre a la "presidencia imperial" que se asumió como tal, cabalmente y sin derecho a réplica, después del 11 de septiembre de 2001.

La modernización capitalista seguirá avanzando pero, como siempre, no se hará cargo de los estragos que cause en las comunidades que destruya ni de las comunidades que excluya. Eso continuará ocurriendo a pesar de que modernización es inclusión o no es tal. Esto es, la modernización, siempre incompleta, exige de los humanos su lucha por la inclusión en la era de la abundancia y en la edad del conocimiento. Frente al grado de dificultad de este panorama mundial, en múltiples puntos del globo han surgido y continuarán surgiendo las propuestas de autoexclusión de un mundo globalizado e injusto. Pero tales proyectos, que muy bien pueden desplegarse bajo el discurso de la autonomía y de la soberanía que reclamó en su nacimiento el Estado burgués nacional, serían los caminos hacia el pasado y hacia el atraso. La lucha por la inclusión y la justicia social pasa por la paulatina construcción de un Estado de derecho que gobierne la globalización económica y la tiranía del mercado.

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