José Blanco
Gobierno sin Estado
En 1982 Marshall Berman escribió un texto brillante
y optimista: Todo lo sólido se desvanece en el aire. El título
del libro, se sabe, es un aforismo de Carlos Marx. Berman recuerda que
fue J. J. Rousseau el primero en utilizar la palabra moderniste
en el sentido con que habría de usarse en los siglos xix y xx. Rousseau,
dice Berman, es fuente de algunas de nuestras tradiciones modernas más
vitales, desde la ensoñación nostálgica hasta la introspección
sicoanalítica y la democracia participativa. En su Julie, ou
la nouvelle Héloise (1761), o en su Emile, ou de l'education
(1762), Rousseau registra "el torbellino social" y advierte el "borde
del abismo" en que se hallaba la Europa de aquellos años, anticipando
así los estallidos revolucionarios que se avecinaban y que habrían
de remover los obstáculos al proceso de modernización y al
libre desenvolvimiento de la cultura del modernismo.
El proceso de modernización no tiene para cuándo
acabar. Diluye a su paso en todas partes a las comunidades humanas y crea
así al individuo que, a su vez, reclama la necesidad de un Estado
precisamente moderno, por oposición a las múltiples versiones
del ancien règime. Pero su tarea está incompleta.
Pasa ahora por una fase globalizadora y empieza a dejar en el camino al
Estado nacional, mucho antes que tantas comunidades en disolución
puedan crearse un Estado moderno propio.
Dice Berman: "los que esperan el final de la Edad Moderna
pueden tener la seguridad de tener un empleo fijo. Es posible que la economía
moderna siga creciendo, aunque probablemente en nuevas direcciones, adaptándose
a las crisis crónicas de energía y medio ambiente creadas
por su propio éxito. Las futuras adaptaciones exigirán grandes
agitaciones sociales y políticas; pero la modernización siempre
ha prosperado en el conflicto... En tal atmósfera, la cultura del
modernismo seguirá desarrollando nuevas visiones y expresiones de
la vida, pues los mismos impulsos económicos y sociales que transforman
incesantemente al mundo que nos rodea, para bien y para mal, también
transforman las vidas interiores de los hombres y las mujeres que lo habitan
y lo mantienen en movimiento."
La globalización hoy no tiene gobernación.
Tiene garrote. Hay muchos gobiernos subalternos y un gobierno mundial hegemónico,
pero no hay Estado, un Estado correspondiente al alcance de la globalización.
Salvo unos cuantos barruntos -nada desdeñables y expresados en las
regiones multinacionales que comienzan a configurarse- se ha globalizado
el mercado de mercancías, de servicios, el mercado financiero, la
información, el conocimiento -algo distinto es la posibilidad de
acceso al mismo-, pero no los derechos universales, las instituciones que
los respalden y hagan valer, las leyes que regulen a la "presidencia imperial",
cuyos fundamentos fueron puestos expresamente, con todas sus letras, entre
el gobierno de Theodore Roosevelt (1901-1909) y el de Franklin Delano Roosevelt
(1933-1945). Desde esa nueva institucionalidad estadunidense fue organizado
el mundo de posguerra: la creación de la ONU, la Carta de La Habana
y el GATT, los acuerdos de Bretton Woods, la creación del FMI y
del Banco Mundial, la OTAN, la OEA y algunas instituciones multilaterales
más. Fue ese el primer intento de organización de un mundo
que comenzaba a "globalizarse" con rapidez.
La hegemonía estadunidense comenzaba a declinar
en los 70, cuando la crisis económica internacional, el surgimiento
-como respuesta- de los nuevos materiales y de las nuevas tecnologías
basadas en la electrónica y la informática, en las que los
estadunidenses adelantaron al mundo con velocidad inusitada, dieron un
nuevo impulso mucho más profundo a la globalización. La caída
del Muro de Berlín dejó el terreno libre a la "presidencia
imperial" que se asumió como tal, cabalmente y sin derecho a réplica,
después del 11 de septiembre de 2001.
La modernización capitalista seguirá avanzando
pero, como siempre, no se hará cargo de los estragos que cause en
las comunidades que destruya ni de las comunidades que excluya. Eso continuará
ocurriendo a pesar de que modernización es inclusión o no
es tal. Esto es, la modernización, siempre incompleta, exige de
los humanos su lucha por la inclusión en la era de la abundancia
y en la edad del conocimiento. Frente al grado de dificultad de este panorama
mundial, en múltiples puntos del globo han surgido y continuarán
surgiendo las propuestas de autoexclusión de un mundo globalizado
e injusto. Pero tales proyectos, que muy bien pueden desplegarse bajo el
discurso de la autonomía y de la soberanía que reclamó
en su nacimiento el Estado burgués nacional, serían los caminos
hacia el pasado y hacia el atraso. La lucha por la inclusión y la
justicia social pasa por la paulatina construcción de un Estado
de derecho que gobierne la globalización económica y la tiranía
del mercado.