León Bendesky
Crecimiento
ssegún la versión oficial la recesión
económica ya habría tocado fondo y empezaría a revertirse
el registro todavía negativo de la producción del primer
trimestre del año, sumamente desfavorable en particular para el
sector de la industria manufacturera y el comercio. El dato esencial de
esta postura es que las exportaciones crecieron a ritmo favorable en abril
después de varios meses de retroceso y, como se sabe, la dinámica
de la producción está totalmente ligada a lo que pasa con
la demanda en Estados Unidos. En todo caso, aun las más optimistas
proyecciones de crecimiento lo sitúan alrededor de 1.8 por ciento
para el año, cifra muy baja en cuanto a las necesidades sociales
del país y, también, de las expectativas fijadas al inicio
del gobierno. Con ello durante este sexenio se podría esperar, siempre
que las condiciones sean favorables, una expansión productiva promedio
del orden de 4 a 5 por ciento.
En donde las cosas son más firmes es en el control
de la inflación, que este año estima el Banco de México
en 4.5 por ciento y confirma su pronóstico de llegar a 3 por ciento
en 2003. La política monetaria se ha beneficiado mucho del régimen
cambiario, es decir, de la flexibilidad del valor del peso frente al dólar,
así ha sido posible reducir la tasa de interés al tiempo
que se aprecia el peso y baja el ritmo de crecimiento de los precios. En
condiciones de no intervención de las autoridades en la fijación
del tipo de cambio, la afluencia de dólares, principalmente por
la vía de la inversión extranjera directa, ha abaratado esa
moneda y, con ello, el costo de las importaciones, lo cual abate los precios
internos.
Mientras haya bastantes dólares la política
antinflacionaria podrá seguir dando resultados positivos. Para que
esa oferta siga creciendo se necesitan atraer suficientes flujos de inversión
y, sobre todo, mantener las corrientes de exportaciones de manufacturas
y esperar que los precios del petróleo se sostengan en un nivel
alto. De otra manera sólo le quedará al gobierno aceptar
todavía más bajas tasas de crecimiento para evitar que se
provoque un desequilibrio en las cuentas externas que genere una nueva
crisis financiera. Los flujos de la inversión extranjera directa
han sido menores a los esperados y los campos que la atraían no
son ahora los más rentables, por ello se seguirá insistiendo
en la apertura del sector energético y en la venta de lo que queda
al gobierno, como ha sido el caso de Aseguradora Hidalgo y lo que falta
de las líneas aéreas.
La pregunta básica es si este modelo de crecimiento
que funcionó de manera razonable entre 1996 y 2000 -en un circuito
virtuoso del dólar- puede recrearse y, sobre todo, mantenerse como
fuente de expansión. Al respecto se aprecia que una de las fuentes
de ese crecimiento eran las maquiladoras de exportación, sector
que más castigado salió con la caída de la demanda
externa desde 2001, y eso que al final ni siquiera hubo una recesión
en la economía estadunidense. Ello muestra la patología de
nuestra economía y la insuficiencia de las políticas de estímulo
al crecimiento que se imponen no sólo con criterios técnicos
muy estrechos de gestión, sino con bastante poca imaginación.
El esquema maquilador está agotado por razones de mercado y por
la falta de capacidad de atracción de México frente a las
ventajas salariales que ofrecen otros países, sobre todo en Asia,
y conviene que en el gobierno se convenzan de que por ahí ya no
va ningún proyecto productivo y de generación de empleos.
El proceso de crecimiento con baja inflación tiene
límites en el terreno productivo que están ligados con la
productividad, que es, finalmente, la única base de la competitividad
en mercados abiertos. Por ello debe considerarse el asunto de los salarios.
No sólo se necesita una corriente constante de dólares para
ir bajando la inflación, sino que el esquema exige un entorno de
bajos salarios que no saquen de la competencia "global" a los que producen
en México, sean nacionales o extranjeros. Aun aceptando que la depreciación
del peso no generaría ventajas competitivas duraderas, como se sostiene
ahora, el hecho es que no hay margen para una elevación sostenida
del salario.
Los salarios deberían fijarse en relación
con la productividad, pero hoy se dice que no están suficientemente
en línea con las expectativas de la inflación. Cada vez que
se firma un contrato de trabajo por encima de la meta de inflación
oficial se provoca una presión adicional sobre los precios. Ahí
es donde entra el tema de la productividad, primero para reconocer en el
salario los aumentos efectivos que se registran en varios sectores, y luego
para poner en evidencia que en la economía mexicana no existen las
condiciones ni los estímulos para el incremento de la productividad
por la vía de la mayor inversión. Una economía con
crecimiento y baja inflación necesita de un cimiento en la productividad,
que se expresa en la eficiencia general del sistema económico. Ese
aspecto de la política de desarrollo está aún sofocado
en México.