Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 26 de mayo de 2002
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Cultura
Carlos Bonfil

Muhammad Alí

En sus 156 minutos de duración, Muhammad Alí, de Michael Mann, cubre, en una suerte de tríptico narrativo, diez años en la vida del controvertido boxeador estadunidense Cassius Clay, de 1964 a 1974. A manera de prólogo y de epílogo, dos peleas históricas: el encuentro con Sonny Liston, a quien le arrebata el título de campeón mundial de peso completo, y el memorable combate africano, Rumble in the jungle (Box y tambores), donde se enfrenta al texano George Foreman en Kinshasa, Zaire. La parte intermedia de la cinta describe un combate más, no menos violento, con el gobierno de su país, el cual lo despoja de sus licencias de boxeo y lo condena a cinco años de prisión bajo fianza, por negarse a ser reclutado para la guerra de Vietnam. ¿Por qué habría de pelear contra un país surasiático?, pregunta el boxeador frente a las cámaras, y añade célebremente: "Ningún Vietcong me ha tratado jamás de negro".

En 1996, el realizador Leon Gast conquistó el Oscar con su documental Cuando éramos reyes (When we were kings), sobre la pelea de 1974 en África, con comentarios de Spike Lee, Norman Mailer (autor de The fight), y los propios protagonistas; en tanto el fotógrafo y cineasta William Klein exploraba la personalidad del pugilista en otro documental, Ali, the greatest. La leyenda requería todavía de un consagratorio punch hollywoodense, y lo consigue con la experiencia más reciente de Michael Mann. En Alí aborda el director, sin tintes melodramáticos, diversas facetas del personaje, desde su amistad con el militante negro Malcolm X (Mario van Peebles), hasta su relación casi filial con el cronista deportivo Howard Cosell (estupendo John Voigt). Su vida sentimental queda apenas esbozada; incluso un conato de conflicto conyugal se despacha en dos minutos, como un peso muerto en la biografía apasionante. Interesa mucho más su postura intransigente frente a las autoridades estadunidenses, a las que tacha de racistas e intolerantes. En breves apuntes se describe la política de segregación racial durante los años sesenta y los disturbios urbanos que provoca la muerte de Martín Luther King, y con mayor detalle, la ejecución de Malcolm X. La cinta evoca también, de modo muy esquemático, las posturas políticas de ambos líderes, el pacifismo del primero y la opción radical del segundo, meditadas a su vez por Cassius Clay, quien claramente elige el lenguaje radical en sus apariciones televisivas. Algo también insuficientemente desarrollado es su elección de la fe musulmana y las posturas y gestos simbólicos que de tal opción se derivan: el abandono de su nombre familiar Clay, "nombre de esclavo", a favor primero de un Cassius X -a la manera de su amigo y mentor Malcolm X--, y luego del nombre árabe definitivo. (Imagine el lector cuál sería el impacto de una elección semejante en nuestro siglo, luego del 11 de septiembre). La película podía haberse atenido a describir la turbulenta vida amorosa del protagonista, a mostrar una media docena de peleas bien filmadas y un repertorio de anécdotas pintorescas, y con ello habría cumplido de sobra con los requerimientos de la industria hollywoodense. Por suerte, el realizador va un poco más lejos y endosa, a su manera, un señalamiento político todavía vigente, y más oportuno aún de cara al radicalismo conservador que hoy busca legitimarse en Estados Unidos. No es por supuesto una intención política lo que domina en la cinta, pero la tonalidad crítica sí es un rasgo primordial en el retrato de Alí, el rebelde intransigente, el que rechaza el apellido familiar impuesto, y también servir a la patria de quienes lo discriminan, y "venerar a un Jesucristo rubio de ojos azules".

El actor Will Smith encarna con brío y soltura al boxeador estrella -su verbo fanfarrón (big mouth infatigable), sus desplantes públicos, su narcisismo autopromocional: "Soy el más grande, soy el más guapo, soy el rey". El juego entre Smith y John Voigt posee tal calidad y sutileza que muy pronto eclipsa al resto de las interpretaciones. Los encuentros boxísticos están filmados con destreza, sin abusar de la cámara lenta y sin recurrir a otros artificios técnicos. La estrategia de fatigar al adversario fingiéndose prematuramente derrotado, antes de asestar el ataque decisivo se vuelve, en términos visuales, una estrategia narrativa afortunada, atractiva incluso para el espectador no aficionado al box. Se pueden reprochar a la cinta los múltiples cabos sueltos en la narración y en la reflexión política, los personajes secundarios prescindibles, la figura femenina meramente ornamental, y una edición que de haber sido menos complaciente, habría reducido considerablemente la duración de la cinta y aumentado su atractivo. El Malcolm X, de Spike Lee, dura más tiempo, pero aprovecha cada minuto para profundizar en su retrato y en el comentario político que de él deriva. Muhammad Alí tiene un arranque estimulante que es toda una promesa, pero sólo la cumple parcialmente --con buenos actores y con intenciones todavía mejores.

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