La magia de cuatro generaciones de son hizo
vibrar a 10 mil almas en el Auditorio Nacional
Buena Vista Social Club homenajeó en México
a Rubén González y a Puntillita
Ausentes, Compay Segundo, por compromisos en
Francia, y Ry Cooder, a quien ni se mencionó
Omara Portuondo y el novel tecladista Roberto
Fonseca hicieron de Bésame mucho un gran final
FABRIZIO LEON Y ARTURO CRUZ BARCENAS
La gélida estructura del Auditorio Nacional se
vino abajo la noche del pasado miércoles cuando Roberto Fonseca,
el nuevo pianista de los veteranazos cubanos del Buena Vista Social Club,
atacó las teclas para introducir en el escenario a la mejor banda
de son que campea por el planeta. Con ellos, al mando del incomparable
Demetrio Muñiz, diez mil personas se perdieron felizmente escuchando
y gozando la magia de cuatro generaciones del son isleño.
Estaban casi todos los músicos que hicieron posible
este proyecto, salvo el ya fallecido cantante Manuel Licea, Puntillita,
a quien se rindió homenaje versado; el guitarrista estadunidense
Ry Cooder, a quien ni se mencionó pese a que de algún modo
es el impulsor del fenómeno sonero cubano de nuestros días,
y Compay Segundo, quien se halla en Francia cumpliendo compromisos de trabajo.
Ya
había transcurrido la mitad del "rencuentro" y el público
extrañaba al veterano de los veteranos, al pianista Rubén
Gonzalez, cuyo nombre de pila fue clamorosamente voceado por las miles
de gargantas reunidas en el Auditorio. Omara Portuondo -la única
mujer que participa en la agrupación- había dicho en conferencia
de prensa que Rubén llegaría a la cita pese a que "ya se
le olvidan algunas líneas", forma discreta y elegante de referirse
a la avanzada edad del pianista -nació en abril de 1919-, quien
con sus interpretaciones ha originado y establecido estilos durante más
de medio siglo.
Casi al final del concierto, en silla de ruedas, don Rubén
fue colocado en medio del escenario rodeado por todos sus músicos,
para recibir el más cálido aplauso de la noche. Su lugar
de antaño, motivo de orgullo para el maestro, no estaba vacío.
En el piano un joven virtuoso, sin duda la revelación de la noche,
recogía la estafeta. Nunca dejará de hablarse de Rubén
González, pero ya irrumpió su sucesor: Roberto Fonseca.
Momentos emotivos
Varios fueron los momentos emotivos a lo largo de más
de dos horas. El primero fue para Puntillita, cuya muerte duele,
pero no mata. Sus amigos le lanzan unas décimas que hablan del amor
verdadero. Pío Leyva, Omara y el maestro Ibrahim Ferrer leen. "Guajira,
el son te llama", son montuno. Eliades canta para Puntillita, quien
en un video proyectado en dos enormes pantallas remata una mano de dominó,
el juego ciencia de las cantinas y las tertulias familiares. Ibrahim dice,
habla, canta, todo a la vez, un suave murmullo de una noche azul. Son las
imágenes que grabó el director de cine alemán Win
Wenders, quien se embarcó en una memorable aventura cinéfila
con los veteranazos cubanos, dueños de esa caliente locura musical
llamada son.
El segundo instante cinematográfico fueron los
minutos en que, en un alarde de vitalidad, Omara Portuondo y Juan de Marcos
alentaron al público a bailar. Los dos se reventaron unos pasos
al calor de Guantanamera, la guajira símbolo que la orquesta
de más de 15 integrantes tocó magistral. Con las manos invitaron
a moverse, a abandonar la tiranía del asiento. Lo que se mueve está
vivo. ¡A vivir! Aunque duela, con frases de amor directas al corazón.
"El amor que se nos va es un pedazo del alma que se arranca sin piedad."
Es la voz de Omara, "la muñeca de Cuba". De Marcos anuncia a Eliades
Ochoa, ampliamente conocido por el público mexicano, pues llegó
por primera vez al país en 1989. Ligado al Cuarteto Patria, ha hecho
de A una coqueta tema que hace lucir su voz expresiva y su talento
como guitarrista. Se le conoce como El león santiaguero y
en su currículum destaca el haber tocado de niño en bares
y burdeles de Santiago. La Revolución, dice, lo sacó de los
bares.
''Como si fuera la última vez''
Las ausencias pesan, pero se aligeran cuando el recuerdo
pasa de lo nostálgico a lo sabroso, a lo pegado a la tierra, a los
paseos por La Habana, vista a través de espejuelos de altas graduaciones.
En las pantallas se proyectan escenas de las avenidas isleñas, de
las guaguas, de los automóviles conservados a fuerza de un
alambre por aquí y una refacción conseguida por allá.
Y se aligeran todavía más cuando Pío Leyva baila e
improvisa de su memoria aquel son mentiroso que cuenta del caballo que
encontró en la panza del cocodrilo. ¿No vendrá de
ahí el sueño con serpientes tan mentado de Silvio Rodríguez?
Eliades canta y la melodía central intercala La
leyenda del beso. "Píntate los labios, María." Ibrahim
interpreta Cómo fue, el bolero síntesis, un clásico.
Ferrer, nacido el 20 de febrero de 1927 en San Luis, pueblo cercano a Santiago
de Cuba, luce su voz. ¿De dónde le sale tanto aire? Luego
en medio de una media luz ataja al público y lo somete a la reflexión
cuando canta Dos gardenias. Una dama se acerca al escenario y se
las regala.
Y, sin embargo, se mueven. Galileana. Bailan los
de Buena Vista y Omara e Ibrahim tocan el piso con los dedos en un alarde
de vitalidad. Aparte del equilibrio, el tiempo sobre el escenario. Son
Omara e Ibrahim los pilares del concierto, sostenido por la madurez del
contrabajo de Cachaíto y el aliento de Luis Guajiro
Mirabal. Más allá, Amadito Valdés, quien durante más
de 40 años ha desarrollado lo que aprendió de su padre y
de Walfredo de los Reyes. Timbalero que mostró su fibra. ¿Y
Barbarito Torres? De los más destacados de la tradición
guajira, ha tocado el laúd con infinidad de ensambles y el miércoles
con su mirada desafió a los oyentes, que no daban crédito
de su audacia. Lo secundó Juan de Marcos, que con el tres hizo cien.
En el fondo de los escenarios ocho extraordinarios músicos enviaban
con su aliento la mejor muestra de una big band.
En el encore, Omara canta Bésame mucho,
de Consuelo Velázquez. Al piano un joven llamado Roberto Fonseca
se inclina y se contorsiona ante el teclado, cuando Portuondo se despide
con el verso que dice "como si fuera la última vez". Sólo
por esta canción hubiera valido la pena ver, por última vez,
a Buena Vista Social Club.