Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 14 de mayo de 2002
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Política

En un campamento, soldados dan instrucción castrense a campesinos priístas

Emisarios foxistas a los indígenas de El Suspiro: "extranjeros presionan para que los desalojemos"

Aquí no necesitamos a los soldados que cuidan la laguna, mejor que se vayan a la ciudad a vigilar bancos; no nos van a sacar de aquí, expresan los habitantes

HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO

El Suspiro, Chis. 13 de mayo. Que se trata de un tesoro de la naturaleza, de un cofre de maravillas, ni dudarlo. La "reserva" profunda de la selva Lacandona está al final del proceso de colonización y organización social más extraordinario del siglo XX mexicano. Desde hace varios años, además, lo que sucede aquí es de importancia nacional e internacional. Quizá por ser el último rincón de la patria donde todavía todo es México. El final del arcoiris.

El representante indígena de El Suspiro diría que los soldados que "cuidan" la laguna, en la ribera opuesta, corren la versión de que en la laguna hay oro. El hombre agregaría de inmediato, en una notable asociación de ideas:

-Que se vayan a cuidar bancos en la ciudad. No los necesitamos.

Aquí, en medio de la verde nada del desierto de la Soledad, está todo. La virginidad ambiental y la urgencia por patentar y comercializar las especies vegetales y animales que quedan por patentar (esa obsesión del capitalismo global: al final del arcoiris de Linneo se encuentra el negocio más grande del mundo).

Están la movilización social, el despertar de los pueblos indios y la guerra. En una ribera, los militares que amenazan reiteradamente a la pequeña comunidad de la orilla opuesta: tzotzil, zapatista, en resistencia.

Casi mítico, el dorado de los recursos estratégicos elegido por el imperio global para la ubicación de enclaves que poco o nada tienen que ver con nuestra nación, que no sea para su sometimiento. Pero sucede que ésta, una de las selvas más grandes y generosas del mundo, se ha convertido en la casa de miles de familias mayas.

En un extremo, al sur de la verde "S" de agua que dibuja la laguna El Suspiro, en las selvas bajas de la sierra de San Felipe, está la casa del yanqui, cuyo dueño la abandonó en enero de 1994. Todo lo que saben los indígenas es que se trataba de un "gringo". A partir de la ofensiva zedillista de febrero de 1995, la casa, de dos pisos (sí, dos), sirve para el comando del campamento militar.

Curiosamente, los soldados insisten en llamar Yanqui a la laguna, mientras los indígenas y los mapas la denominan El Suspiro. Asimismo, a esta pequeña comunidad, en un extremo al noroeste de la espiral de agua, el Ejército federal y los documentos del gobierno la llaman Semental.

-Dicen así para burlarse de nosotros -comenta a La Jornada el representante de las familias de El Suspiro.

"Aquí nos vamos a quedar"

Llegaron aquí al calor del movimiento indígena insurgente, hace cerca de una década. Llevaban años solicitando tierra. Un día se metieron a la selva, igual que sus abuelos y sus padres, y fincaron a orillas de la laguna, en una de las últimas regiones vírgenes de la Lacandona. Ahora que los amenazan con el desalojo, los pobladores de El Suspiro dicen enmontes_azules_04lu voz de su representante:

-No aceptamos que nos saquen. Aquí nos vamos a quedar.

Agrega:

-No sabemos quién ha comprado aquí, si japoneses o de Estados Unidos. Los del gobierno nos dicen que "los que están contra ustedes son de otras naciones. Ellos son los que presionan para que los saquemos". Para nosotros es lo mismo. Antes el gobierno decía que venía a cuidar lo que es de ellos, que de parte de Carabias" (Julia Carabias, titular de la Semarnap en el sexenio zedillista).

O sea que hasta 2000 su conflicto era con el gobierno de México. Ahora, por boca de los emisarios foxistas, es "con otras naciones". šQuién los viera! Tan rústicos, apacibles y poquitos, y ya con problemas internacionales. Ha de ser también por eso que su defensa también ha devenido internacional.

El representante de El Suspiro, hombre fuerte, de edad media, facciones pronunciadas y severas, lacónico, inteligente, que no dice su nombre, refiere que estuvo preso en el penal de Cerro Hueco durante tres meses, a raíz del "desmantelamiento" alborista del municipio autónomo Ricardo Flores Magón, en 1998.

-Vinieron hasta aquí Seguridad Pública, judiciales y soldados. Nos agarraron en los trabajaderos y se llevaron a cuatro de nosotros, acusados de provocar los incendios de la selva, que nunca fueron por nuestra culpa.

En la ciudad de Palenque, el agente del Ministerio Público le dijo cuando se lo llevaban a prisión: "La próxima vez que te agarren no te van a tener preso, te van a meter un plomo en la cabeza". Y subraya:

-Aunque me maten, nosotros no nos vamos a dejar.

A lo largo de la plática, en el solar de su casa, el hombre mantiene la mirada en dirección a la laguna. Lo rodean varias mujeres de distintas edades que no hablan castellano, sólo tzotzil. Declara de manera categórica:

-Los que echaron el fuego están libres, allá en su casa. Nosotros no estamos destruyendo la montaña ni maltratando las orillas de la laguna. No rozamos montaña, ya sólo acahual.

En vecindad con un recóndito puesto de avanzada de las fuerzas armadas, son constantes los sobrevuelos de helicópteros sobre la comunidad y la laguna. Mientras estuvimos en El Suspiro, un helicóptero dio un par de vueltas sobre las casas de los indígenas.

-El dos de mayo hicieron cuatro viajes. Unas veces descargaron en el campamento y otras nomás dieron vueltas, como si fueran a bajar aquí en el patio.

Señala el solar de tierra, circundado de piñales, juncos y naranjos. Una mujer joven, con un bebé en brazos, habla en tzotzil. El hombre traduce: "Los helicópteros pasan siempre por aquí y espantan a los niños. Los hacen llorar".

Revela que en la base de los soldados hay un campo de entrenamiento, al que acuden campesinos priístas de la poderosa comunidad de Palestina, en las afueras de Montes Azules, a recibir entrenamiento. Los zapatistas los identifican como paramilitares desde hace tiempo.

Patrullas del Ejército federal han incursionado varias veces en El Suspiro. Al principio los paramilitares de Palestina acompañaban a los soldados, "y nos decían que esto es de ellos". Los indígenas comentan que las últimas veces sólo han venido militares. Los civiles priístas no pasan del campamento de la casa del yanqui.

El remero entusiasta

Florencio lleva a los periodistas a recorrer la laguna, en una precaria balsa hecha con tres troncos amarrados, lo mínimo necesario para que no se dispersen sobre el agua. El remo de Florencio consiste en una larga tabla acucharada. Con esta embarcación cruzan al breve potrero en la ribera opuesta, donde tienen una decena de caballos. Ni una vaca. Ocasionalmente pescan "sardinas", pero se abstienen de nadar porque abundan lagartos "con la espalda muy ancha".

Morosamente, bordeando los islotes de roca visitados por aguilillas, aves acuáticas y grandes vencejos con la tijera abierta, nos conduce al centro del lago para mostrarnos la base militar, que desde la comunidad no se ve. El techo de la casa del yanqui, alto y plateado, brilla con el sol, rodeado por construcciones de madera y campos aplanados.

-Los soldados están ahí porque nos quieren sacar. Pero nosotros aquí estamos, trabajando. No nos vamos a dejar -dice Florencio, sonriendo.

El silvestre gondolero habla con emoción de la laguna. Pondera sobre las aves, que abundan en número y variedad. "No hay necesidad de matarlas", dice antes de comentar que, como todos los indígenas de la selva y las montañas de Chiapas, caza tepezcuintle, animal común y plebeyo pero de carne muy apreciada.

-No sabíamos qué era la biosfera hasta que por la amenazas nos venimos a enterar.

Sus antepasados salieron de Simojovel. Enclavado en una región tzeltal, Florencio resulta trilingüe:

-Nos hablamos un ratito en tzeltal, otro en tzotzil y otro rato en español.

Ya encarrerado, confiesa que le gustaría aprender inglés "para poder hablar con los otros idiomas". Y lamenta la contaminación que provocan los soldados. "Llegan a nuestra orilla zapatos, un chingo de pelotas, bolsas de jabón, cajas de bolis, cubetas de aceite, suciedad y cosas que nos traen enfermedad."

Los últimos colonos de la selva

Independientemente de cuál sea el desenlace de su situación, en lugares como el poblado zapatista Seis de Octubre están posiblemente los últimos colonizadores de la selva Lacandona. Cincuenta familias indígenas, al establecerse entre las comunidades de Santa Rita y San Antonio Escobar, todo dentro de la reserva de la biosfera, repiten una vez más la odisea maya de la milpa que camina, en apropiación de una vastedad que les ha sido negada una y otra vez.

Muchas de estas familias vivían en San Antonio Miramar y fueron expulsadas por los priístas, quienes se oponen a los reglamentos del municipio autónomo Ricardo Flores Magón para detener el saqueo y la destrucción de la selva. San Antonio Miramar desmontó un vasto potrero en la laguna Ojos Azules, y ha tenido un aserradero para el tráfico ilegal de caoba y otras maderas.

Los pequeños que juegan y se tiznan las manos en una parcela humeante en Seis de Octubre, inocentes como se ven y sin duda son, habitan en el límite, en la resistencia, con la vida de un hilo. El gobierno dice a sus padres que se deben ir. Que esas tierras no les pertenecen. Que tienen otro dueño.

El municipio en rebeldía ha prohibido a las comunidades de Montes Azules, regularizadas o no, tumbar montaña, y sólo permite quemar para la milpa en acahuales (es decir, vegetación secundaria). En todos los poblados que visitó La Jornada, con excepción de San Antonio, los campesinos aseguraron que sus quemas son en acahual, muy limitadas, y en ningún caso han tenido incendios.

Sin ser por el momento una temporada especialmente grave en materia de incendios, actualmente hay dos en el norte de Montes Azules. Uno, originado entre Palestina y Chamizal, amenaza con llegar cerca de la laguna El Suspiro; el otro, que afecta un bosque de pinos, en las alturas de la sierra de San Felipe y que este fin de semana avanzaba con rapidez, proviene del ejido Coatzacoalcos.

En los tres casos se trata de comunidades priístas. Uno de los integrantes del concejo autónomo había dicho la víspera que "a los de Coatzacoalcos no les importa, pusieron mal su guardarraya". Si no se detiene el fuego, se verán obligados a combatirlo los indígenas zapatistas, los de la Aric Independiente y de otras comunidades.

En días pasados se registró otro incendio en El Limonar, grande, pero se controló. Ahora existe la amenaza de detener a las autoridades del ejido, de mayoría pertenecientes a la Aric Independiente. Ahí ven los autónomos otro peligro: que el gobierno desate una cadena de aprehensiones contra las autoridades comunitarias, con el pretexto del fuego, y donde sea posible, con base en demandas penales (el ingrediente lacandón).

Voces de la laguna

Es una anciana. Prácticamente sin dientes, lo cual le deforma la cara. Pero en cuanto empieza a hablar, se percata uno que es hermosa como ninguna. Su rostro es perfecto. Recuerda largamente, en tzotzil, las incursiones del Ejército federal en el poblado. Su voz es aguda, dramática y apacible.

El representante de El Suspiro traduce enseguida. La última "visita" de los soldados fue el 8 de enero de este año, a eso de las siete de la noche. Llegaron caminando alrededor de la laguna. La denuncia fue pública en su momento. Que los soldados preguntaron por los hombres. Que les dijeron que iban a expulsarlos por órdenes del gobierno. Que, eso sí, les iban a pagar las frutas que les han robado a los campesinos todo este tiempo de vecindad lacustre.

Ofendidas, las mujeres respondieron: "Lo que queremos lo tenemos aquí. No queremos su dinero". La patrulla militar permaneció en el poblado cerca de una hora, y los soldados se fueron diciendo que volverían.

Los campesinos de El Suspiro, tierra prohibida y codiciada por trasnacionales y "naciones", adonde también alguna vez emisarios de la Profepa han venido a exigirles que se vayan, reconocen tener entre siete y ocho hectáreas de milpa y unas siete mil matas de café.

-Lo que queremos es que se vayan los soldados -insiste el representante de los pobladores de El Suspiro.

El y los suyos saben que se encuentran en el grado cero de la guerra, en el extremo más distante y delgado de un hilo que sigue sin romperse. Tenso, en alerta y sin reposo, el hilo de la resistencia topa aquí con los afanes conservacionistas (sensatos unos, otros inconfesables e interesados), la torpeza acumulada de seis sexenios (de Echeverría a nuestros días) y la avaricia imperial que no quiere oro ni quiere plata, sino que quiere romper la piñata. Al final del arcoiris, donde todo comienza.

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