INFANCIA: ABDICACION DE OBLIGACIONES
Al
participar en la Sesión Especial de la ONU en favor de la Infancia,
que tuvo lugar en Nueva York, el presidente Vicente Fox afirmó que
el sector público necesita de alianzas estratégicas con el
sector privado y las organizaciones civiles para garantizar el desarrollo
humano de la niñez, un trabajo que "el gobierno no puede hacer solo".
Tal reflexión, característica del asistencialismo
empresarial que aspira a remplazar las obligaciones de la sociedad y de
sus instituciones con la práctica de las limosnas y la beneficencia,
podría, con todo, ser practicable en otras naciones.
Pero en la nuestra no lo es porque choca frontalmente
con el título primero, capítulo I, artículo 4º
de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos,
que garantiza, entre otras cosas, el derecho de "los niños y las
niñas (...) a la satisfacción de sus necesidades de alimentación,
salud, educación y sano esparcimiento para su desarrollo integral",
y estipula la obligación del Estado de proveer "lo necesario para
propiciar el respeto a la dignidad de la niñez y el ejercicio pleno
de sus derechos".
Difícilmente la "coadyuvancia" de los particulares
en el cumplimiento de los derechos de la niñez, también prevista
en esa parte de la Carta Magna, para la cual el Estado "otorgará
facilidades", podría interpretarse como una repartición de
responsabilidades en esta materia.
Desde esa perspectiva, el señalamiento asistencialista
formulado por el titular del Poder Ejecutivo se aparta de lineamientos
constitucionales irrenunciables y prepara el terreno para destruir lo que
queda de una política social solidaria --las pocas instituciones
y programas sociales que no destruyeron los gobiernos de Miguel de la Madrid,
Carlos Salinas y Ernesto Zedillo-- y remplazarla por un modelo de beneficencia
en el que las carencias de distintos sectores de la población --en
este caso, los niños-- dejan de ser un vicio social inadmisible
y de erradicación obligatoria; su atenuación y alivio quedan
sujetos a la buena disposición y a la generosidad de donantes privados
y de voluntariados sociales sin duda encomiables, pero de eficiencia incierta.
En términos generales, el rosario de buenos propósitos
declamado en Nueva York por el propio Fox, por el secretario general de
la ONU, Kofi Annan; por el dueño de Microsoft, Bill Gates, y por
el presidente peruano, Alejandro Toledo, entre otras personalidades internacionales,
constituye una vergonzosa operación de blanqueo de sepulcros, toda
vez que son precisamente los gobiernos, los monopolios y los organismos
internacionales representados en el cónclave neoyorquino, los culpables,
por acción o por omisión, de la pavorosa e indignante situación
que enfrenta una buena parte de la niñez mundial en los albores
del tercer milenio.
A la proverbial miseria, a la desnutrición, a la
falta de acceso a la educación y a la salud, por no hablar del equilibrio
afectivo y emocional, debe agregarse ahora el trabajo infantil en condiciones
infrahumanas, la incorporación al ejercicio de la prostitución
--como recurso último de supervivencia o como actividad forzada--,
la situación de calle, la drogadicción y la propagación
del sida en organismos que ni siquiera han llegado --ni llegarán--
a la pubertad y a la adolescencia.
Las reglas actuales de la globalización, tan entusiastamente
defendidas por los protagonistas del encuentro de Nueva York, se han encargado
de agravar y extender, si no es que de generar, los fenómenos referidos.