FRANCIA: UNA IZQUIERDA MARTIR
La
aplastante victoria de Jacques Chirac sobre el ultraderechista Jean-Marie
Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, efectuada
ayer, constituye la restauración de los presupuestos políticos
y éticos básicos de la república francesa, pero no
restaura el escenario político previo a los comicios del pasado
21 de abril en los que el Frente Nacional (FN, el partido de Le Pen) dejó
inopinadamente fuera de la contienda por El Eliseo al dimitente primer
ministro Lionel Jospin, al Partido Socialista (PSF) y a sus eventuales
aliados de izquierda.
Dividida y desencantada por la rutina corruptora del poder,
esa misma izquierda abrió la puerta, en abril, a una disputa final
entre la derecha y la ultraderecha. Ayer, cohesionados, disciplinados y
lúcidos, los votantes de la izquierda salvaron a la Quinta República
del fascismo xenófobo de Le Pen y la entregaron, por un quinquenio
más, al neogaullismo conservador de Chirac.
Es reconfortante que la mayoría de los franceses
haya reconocido el enorme traspié ciudadano del 21 de abril y que
haya conseguido, en buena medida, enmendarlo en la segunda vuelta de ayer,
en la que Le Pen recibió un porcentaje de votos menor que en la
primera ronda y en la que la participación se incrementó
de manera significativa. Pero, al mismo tiempo, debe reconocerse que a
raíz de este episodio la ultraderecha se coloca como protagonista
de la escena política francesa, y que la izquierda, en su afán
por detener el avance de ese sector del espectro partidario, se arriesga
a otorgar todo el poder a Chirac y a borrarse como opción de gobierno.
La disyuntiva se aclarará en las legislativas que
habrán de realizarse entre el 9 y el 16 de junio. Se verá
entonces si las izquierdas consiguen recomponerse y mantener la mayoría
parlamentaria requerida para un nuevo gobierno de cohabitación,
con presidente de derecha y primer ministro de izquierda, o si el ocaso
de Jospin deja al principal componente de tales izquierdas --el PSF-- sin
puntos de referencia ni liderazgo, y si ello se traduce en una nueva derrota
electoral y en consolidación de la derecha gaullista como polo único
de la vida institucional de Francia.
Como quiera que sea, el susto nacional por el que acaba
de pasar la ciudadanía de Francia debiera ser analizado con lupa
por todas las izquierdas del mundo, las cuales, en buena medida, comparten
con la francesa la desorientación, la falta de perspectivas y la
ausencia de propuestas lúcidas y diferenciadas para sus respectivos
electorados.