Acontecimiento del siglo
Lumbrera Chico
Nada: la prensa "especializada", en la medida en que nadie
le untó la mano, hizo el vacío al acontecimiento más
importante que ha registrado la fiesta brava en México en lo que
va del siglo XXI. Me refiero, desde luego, a la corrida de erales que presenciamos
ocho días atrás en el embudo de Mixcoac. De cinco niños
toreros y una rejoneadora adolescente, el promotor Pepe San Martín
sacó una soberbia tercia de ases: Joselito Adame, Hilda Tenorio
y Juanito Chávez.
Cualquiera habría esperado que, tras el éxito
indudable que arrojó aquella tarde, los tres hubiesen repetido ayer
en la México. Los aficionados que asistieron a su dramática
y conmovedora presentación, habrían regresado sin duda llevando
del brazo a mucha gente más, con lo cual, por lo menos, se habría
duplicado la entrada. Pero la plaza de Insurgentes, ya se sabe, está
en manos de un grupúsculo de truhanes que se sirve de ella para
satisfacer los más oscuros propósitos, el último de
los cuales es el de forjar afición y enriquecer la cultura popular
en esta materia.
Hace poco más de un año, el Partido Verde
Ecologista Mexicano y, paradójicamente, su ex aliado, el de Acción
Nacional, promovieron una iniciativa de ley en la Asamblea del Distrito
Federal, que pretendía prohibir el acceso de menores de edad a las
plazas de toros capitalinas donde el ganado fuese lidiado a muerte. A despecho
de aquella exasperada manifestación de la mojigatería panista,
la corrida de los niños toreros, en la que éstos mataron
a seis ejemplares de la ganadería de El Vergel, puso de relieve
dónde está el futuro de nuestra tauromaquia (y del país
en general).
Son los más jóvenes, las generaciones de
nuevo ingreso a la vida, quienes lo poseen todo para cambiar nuestra miserable
realidad. El futuro dejó atrás a las promesas que nunca cuajaron,
léase Manolo Mejía o Jerónimo, que en su momento alentaron
las mayores esperanzas de la afición. Hoy contamos con El Zotoluco
?la figura más lograda de estos tiempos?, y tres o cuatro matadores
más que, tarde o temprano, podrán desplazarlo. Pero, con
todo respeto para esos talentos, que han madurado a fuerza de perseverancia,
sacrificio y valor, ninguno de ellos tiene lo que derrocharon Adame, Tenorio
y Chávez: un ángel extraordinario, una clase fuera de lo
común y, con ambos atributos, el don de hacerse del "toro" y del
público a la vez, poniendo a éste al borde del asiento.
Qué exageración, se dirá, pretender
que el descubrimiento de estos niños es lo más importante
que ha sucedido, taurinamente hablando, en el brevísimo siglo XXI
mexicano. Pero contéstese: dónde están los datos y
los hechos que contradigan o descarten semejante hipótesis. La semana
pasada, en la crónica, recordé que en 1925, ocho días
después de la despedida de Rodolfo Gaona, debutó como becerrista,
a los 13 años, el maestro Fermín Espinosa Armillita.
Pues bien, días después de la presentación de los
novilleritos en la México, en la feria de Aguascalientes se cortó
la coleta Fermín Espinosa Armillita hijo, un diestro que
a lo largo de su carrera derrochó inmenso valor... para usar tal
nombre, habiendo sido, como fue, un torero tan mediocre.