Elena Poniatowska
Las enseñanzas de Torres Bodet /II
A cien años del nacimiento de don Jaime Torres Bodet (imposible quitarle el "don"), recuerdo con cariño al diplomático, pero sobre todo al alfabetizador. Le desesperaba que muchos niños no alcanzaran escuela; quería enseñarles a todos, de ser posible lo habría hecho personalmente. De allí que inició el libro de texto gratuito, para que no hubiera pretextos. ƑQué diría ahora don Jaime?
Trabajaba con pasión. Cuando fue embajador de México en Francia, sus compañeros decían que era un negrero. Octavio Paz lo quería. La señora Tovar, doña Lola, un poco menos, porque la hacía subir y bajar escaleras varias veces al día, pero en la embajada estaban orgullosos de trabajar con él. ƑCómo no admirar un figurón de ese tamaño? Hacia quedar bien a México en cualquier circunstancia y gracias a don Alfonso Reyes y a él los franceses descubrieron que éramos "tres civilizés" y superconfiables.
Don Jaime, ya retirado, parecía tener todo el tiempo del mundo, cosa que jamás sucedió anteriormente:
-Ahora voy a hacerle, don Jaime, una pregunta mucho más concreta: Ƒqué libros está usted preparando actualmente? ƑSerán volúmenes de poesía o de ensayos críticos?
-Hace tiempo que no escribo poemas. El último fue el que envié a Max Aub para la revista de Los Sesenta... No creo en la posibilidad (al menos por lo que me concierne) de precisar una fecha determinada para la iniciación de un poema, o de un conjunto de poemas. La poesía nos llama. No somos nosotros quienes gobernamos en sus ausencias, ni en su presencia... Es posible que mañana, o dentro de un mes, o dentro de un año, sienta la necesidad de escribir en verso. Pero sería inútil formular, al respecto, ningún programa. El poema es la flor de una circunstancia. Y las circunstancias no las inventa el hombre, las padece. O las aprovecha.
''De ahí que las obras que tengo en proyecto sean aquellas que, por su naturaleza, pueden obedecer -hasta cierto punto- a la voluntad de quien las proyecta.
Rubén Darío
-Y esas, Ƒcuáles son?
-Por lo pronto, me ve usted corregir los originales de un libro sobre Rubén Darío. Según espero, aparecerá con ocasión del centenario del insigne nicaragüense, nacido en Metapa el 18 de enero de 1867.
González Martínez y los jóvenes
-ƑY ese libro será el único en este año?
-Tal vez no, pues preparo también un estudio sobre González Martínez. Me duele que un poeta de su calidad y de su nobleza esté, ahora, tan olvidado. En efecto, si algo caracteriza a la lírica de Enrique González Martínez es su capacidad de alentar a los jóvenes incitándolos a medir cuáles son sus responsabilidades -morales e intelectuales- ante la hermosa y estoica empresa que ha sido siempre la de ser hombre.
Voy a escribir mis memorias
-Los dos ensayos que ha mencionado usted, don Jaime, son de carácter crítico. ƑPiensa usted limitarse, en lo sucesivo, a ese género de estudios?
-No. Además de los trabajos que he citado, estoy escribiendo una obra muy diferente y, sin duda, mucho más larga. Hablo de mis memorias. No serán la continuación de Tiempo de arena, ni en la cronología, ni en la forma; sino el examen de lo que puede y de lo que no pude realizar en 21 años de vida pública: desde el día de diciembre -de 1943- en que el presidente Avila Camacho me confió, por primera vez, el despacho de la Secretaría de Educación, hasta el 30 de noviembre de 1964, fecha en que puede regresar a mi biblioteca, para dedicarme definitivamente a mis tareas y a mis responsabilidades de escritor.
-Me ha dicho que será una obra larga. ƑCuántos volúmenes tiene usted en perspectiva?
-Cuatro, por lo menos. Hablaré, allí, de mis esfuerzos como secretario de Educación, por espacio de nueve años; los tres finales del gobierno del presidente Avila Camacho y los seis del gobierno del presidente López Mateos. Contaré mis experiencias en la Secretaría de Relaciones Exteriores, durante los 24 meses que mediaron, en la administración del presidente Alemán, entre el 1o. de diciembre de 1946 y el último de noviembre de 1948. Y analizaré, asimismo mis actividades como director general de la UNESCO, desde diciembre de 1948 hasta noviembre de 1952. Por supuesto habré de referirme también a las funciones que desempeñé (de 1954 a 1958) como embajador de México en Francia.
Nada peor y nada más infecundo que el resentimiento
''Muchos países y muchos hombres desfilarán por las páginas de esos cuatro volúmenes. En describirlos pondré la mayor franqueza; pero también, el mayor deseo de comprensión, de verdad y de probidad. Tratar de entender a un pueblo o a un individuo es, en el fondo, tratar de apreciarlos efectivamente, en sus cualidades y en sus defectos, para poder definirlo mejor, sin adulaciones y sin prejuicios. Nada peor que el resentimiento. Y, por otra parte, nada más infecundo. Me propongo hacer una obra de buena fe''.
Imposible no recordar el inicio del poema de don Jaime, Civilización:
Un hombre muere en mí siempre que un hombre/ muere en cualquier lugar, asesinado/ por el miedo y la prisa de otros hombres(...) Un hombre muere en mí siempre que en Asia,/ o en la margen de un río/ de Africa de América,/ o en el jardín de una ciudad de Europa,/ una bala de hombre mata a un hombre.
Los países pobres, los que más han luchado por la paz
-Como director de la UNESCO tuve la impresión, Elena, de moverme en el más oscuro de los desiertos: el internacional -dice don Jaime con cierta tristeza y mira hacia la ventana que da al jardín. Su casa de Virreyes desemboca en un bosque de eucaliptos ocres y enrojecidos, y don Jaime aseguró con voz grave que provenía desde su biblioteca: "enfrente nunca van a construir... Siempre tendré este bosque caminando hacia mi casa... La casa tiene la ventaja de este silencio que no sé si usted lo haya oído"... La biblioteca de don Jaime está perfectamente ordenada; es callada y hermosa. Don Jaime, con traje azul muy oscuro, concede la entrevista antes de ir al homenaje que la Academia de la Lengua le rinde a Enrique González Martínez, en el que él será el principal orador, y por decirlo así entre dos trenes, porque hace unos días estaba en Guadalajara, y pasado mañana saldrá a Monterrey...
El desierto internacional
-Usted, don Jaime, ha dado en El Colegio Nacional varias conferencias acerca de sus recuerdos de la UNESCO, y sigue dándolas en provincia. ƑSerán sobre el mismo tema?
-Sí, tanto las conferencias como los fragmentos a que usted alude forman parte de un libro que tengo en preparación y que aparecerá en mayo, impreso por la editorial Porrúa.
-ƑCuál será el título del volumen?
-El desierto internacional.
-ƑY por qué este título?
-Le agradezco la pregunta, que me parece muy pertinente. Otros la harán sin duda. Previéndolo así, he tratado de responder a esa interrogación en el prólogo de la obra.
''Durante cuatro años -del 26 de noviembre de 1948, fecha en que fui electo director general de la UNESCO, hasta el 26 de noviembre de 1952, día en que se aceptó mi renuncia- me esforcé por contribuir a que la UNESCO fomentara una alianza humana, merced al robustecimiento de la solidaridad intelectual y moral de comunidades sociales muy diferentes. Hice viajes a muchos países, hablé con los representantes de muchos gobiernos. Pero dominaba, en todas parte, la inquietud de la guerra fría. Y se me incitaba a preservar -teóricamente- en lo que pocos querían realmente hacer.
La organización necesitaba concentrar su programa demasiado abstracto y difuso, entonces, y ampliar su raquítico presupuesto. Piense usted que la UNESCO no disponía, en 1949, ni de 8 millones de dólares al año. Y, en 1952, cuando renuncié, el presupuesto no alcanzaba siquiera a ser de 9 millones... Ƒcómo creer en administraciones que me pedían acción, que se congratulaban de la concentración de nuestro programa, pero se rehusaban a proporcionarme los medios materiales para ejecutarlo, mientras derrochaban gigantescos caudales en armamentos?
Las horas en el desierto
-ƑPor qué, entonces, permaneció usted cuatro largos años trabajando para la UNESCO?
-Porque tenía la esperanza de persuadir a los gobiernos más reticentes. Me estimulaban a proseguir mis tareas la aptitud de mis colaboradores (entre los cuales mencionaré con particular aprecio a René Maheu), el aliento que me infundían ciertos delegados (los de los países más pobres), la magnanimidad de algunos próceres del talento (a quienes rendiré homenaje en el libro que se halla en prensa) y, más que nada, la gravedad de los problemas que plantean -todavía hoy- los desheredados de la historia y de la geografía; masas anónimas, mudas, pero ansiosas de rendición.
Sin embargo, mediante millares de incesantes promesas, consejos y exhortaciones, lo que advertí -en múltiples circunstancias- fue una trágica soledad. Los poderosos continuaban desarrollando su política de dominio, y los débiles dejaban que sus representantes hablasen de paz, sin asociarse valientemente, a fin de luchar para mantenerla.
Mi renuncia sirvió de alerta
-ƑPor qué renunció usted?
-En 1952, durante la séptima reunión de la conferencia general de la organización, al darme cuenta de que las grandes potencias pretendían ''estabilizar'' su presupuesto, preferí partir. Y no me arrepiento de haberlo hecho. Mi renuncia, hasta cierto punto, sirvió de alerta. La UNESCO es ahora una institución de positiva importancia -preferible, sin duda, pero coherente. Dispone, en promedio, de 79 millones de dólares anuales, tanto para la ejecución de su programa ordinario cuanto para su acción de asistencia técnica y de acuerdo con el Fondo Especial de la ONU. Pero el problema esencial sigue en pie. Mientras no se construya una paz auténtica, sobre la base de una creciente confianza en los valores de la cultura, en el respeto de la justicia y en el de los derechos del hombre, cada conciencia libre continuará sintiendo a su alrededor, como lo digo en mi libro, lo que yo sentí muy frecuentemente a lo largo de aquel periodo de mi vida: la angustia de estar clamando en mitad de un desierto inmenso: el más poblado y oscuro de los desiertos, el desierto internacional.