Horacio Labastida
Día del Trabajo
El Día del Trabajo, que en México celebramos con manifestaciones públicas en el centro de la ciudad desde que lo promovió así la Casa del Obrero Mundial en 1913, y que hoy el gobierno intenta reducir a reuniones en oficinas presidenciales, tiene como raíz el acuerdo que sobre el particular adoptó en París la Segunda Internacional de Trabajadores (1889). Por esto es indispensable trazar su dimensión histórica.
La Primera Internacional (1864-72) fue fundada en Saint-Martin's Hall, Londres, con secciones de diferentes países, a fin, según el artículo primero de sus estatutos (1866), de asegurar "el progreso completo y constante de la clase obrera", es decir, su desenajenación de la cultura de dominio y de los factores económicos que la mantienen oprimida y explotada en el proceso de producción. El problema central que buscó despejar fue la antinomia entre socialismo científico y anarquismo bakuniano de la época. La Segunda Internacional, fundada en París en 1889, como ya se dijo, concluyó al declararse la Primera Guerra Mundial (1914), reiniciando actividades seis años después (1920) como coalición de partidos socialdemócratas y sacudida por la oposición de marxistas y revisionistas. En el marco de la Segunda Internacional se luchó contra el estallido de la guerra mundial, al argumentarse que sus orígenes se entrelazaban con grandes intereses intercapitalistas.
La Tercera Internacional halló cobijo en la revolución iniciada por Lenin en Rusia, y entre sus actividades contó, a partir de 1919, la doble lucha de marxistas contra la socialdemocracia y el capitalismo. No hay duda de que el Día del Trabajo está enraizado en esas batallas del internacionalismo obrero y con los complejos procesos que desde el alba de la historia impulsan a las generaciones hacia el rompimiento de las trabas materiales, mentales y políticas que impiden la realización plena de los más altos valores espirituales de la humanidad.
Aunque la lectura de la liberación de los más frente a los menos es muy antigua, sus escenarios más dramáticos se corresponden con la victoria de los señores del dinero sobre los señores de la nobleza en los siglos XVII y XVIII. Una vez que el capitalismo industrial dejó atrás el capitalismo mercantil y el feudalismo del latifundio y atrajo a enormes masas campesinas, en las ciudades de entonces saltó la tajante cuestión. La lógica industrial de la riqueza, maximizar utilidades y minimizar costos, impuso la reducción del precio de la mano de obra, salarios y sueldos, generando una honda divergencia entre las necesidades objetivas de los últimos y la lógica empresarial. Pero la oposición no se reduce a la diferencia en la percepción de ingresos, porque el desequilibrio necesita reproducirse para que el capitalismo a su vez se reproduzca, condición ésta que exige un poder político favorable a la asimetría de los ingresos y por tanto al auge de las ganancias.
Los acontecimientos que ocurrieron en el Chicago de 1886 son bien conocidos. Gregorio Selser anota que esos hechos lamentables, "aunque reconocen como punto de arranque la bomba que en la noche del día 4 (mayo) mató e hirió a algunos policías cerca del Haymarket Square (Plaza del Mercado del heno), tenían como único origen la lucha en que estaba empeñada la clase trabajadora de Estados Unidos a favor de la jornada de las ocho horas de labor" (Luchas sindicales históricas de los obreros en los Estados Unidos, Universidad Obrera de México, México, 1991, p. 94), o sea de un punto central de equidad colectiva vinculado con el juego de maximización de utilidades y minimización de sueldos y salarios como causa, entre otros elementos, de la lucha de clases y de la necesidad de purgar la desigualdad que convierte la convivencia humana en un círculo infernal no imaginado por Dante y Virgilio en la Divina Comedia (c.1310-14), asunto por lo demás inmerso en México.
Desde que Esteban de Antuñano y otros visionarios de la primera mitad del siglo xix instalaron las fábricas modernas, hasta el presente en que nos invaden grandes corporaciones multinacionales, prevalece una condenable iniquidad general en nuestra historia, y precisamente el Día del Trabajo simboliza la protesta del hombre contra su propia deshumanización. šCada primero de mayo se identifica con las banderas de justicia social! No lo olvidemos.