Salvador Quiauhtlazollin
Linda Lovelace: la diosa arrodillada
Suave, suavemente, desliza esa lengüita traviesa de arriba a abajo, disfrutando cada milímetro de deliciosa potencia masculina, en una danza hipnotizante. Después, mientras en la butaca el espectador permanece paralizado, viene lo sensacional: en un acto digno del mejor tragasables, Linda Lovelace, la primera diva de los confines porno, engulle enteramente el endurecido miembro, mostrándole al mundo las infinitas posibilidades de un cuello bien entrenado. Es junio de 1972 y las películas porno de 8 milímetros, esas candorosas muestras de lo que es el infracine son relegadas a los armarios y olvidadas por un público que a partir de ahora asistirá a las salas a ver filmes XXX de alta calidad: Garganta profunda está en los cines de Estados Unidos y junto a la Monroe hay una nueva diosa.
Sin embargo, las deidades no son eternas y coincidentemente con otras divinidades, Linda Lovelace ha regresado al Olimpo virtual que el olvido nos depara: a los 53 años, su omnipotencia sexual nos ha dejado tras una larga agonía, literalmente después del orgasmo sublime que el escritor J.G. Ballard veía en el crash de un accidente automovilístico. Junto con Marilyn Chambers y Georgina Spelvin, Linda Lovelace formaba la santísima trinidad del despegue de un nuevo cine exclusivamente dedicado al placer.
Linda Lovelace es sinónimo de un solo título emblemático conocido por todos y que está a punto de cumplir sus 30 años. Pero ese filme, glorificación dionisiaca de la fellatio, es el alfa de una industria sin chimeneas que actualmente logra ganancias por mil millones de dólares: las cintas XXX. Anteriormente a Garganta profunda el cine pornográfico generalmente se rodaba en sótanos, dormitorios o cualquier sitio donde hubiera oportunidad de reunir a los actores, casi siempre dos muchachos y dos chicas que en ese entonces cobraban unos 50 dólares cada uno. El productor asumía la dirección y edición del sonido, se maquilaba sobre la marcha cualquier guión (o de plano se le olvidaba por completo) y se iniciaba el rodaje en 8 milímetros de dos o tres cintas que después se distribuían a nivel local. Ninguna de estas películas dejaba más de mil dólares de utilidad.
Garganta..., la cinta más famosa de la historia del porno, cambió esa concepción de manufactura del cine "de adultos". Su realización en 35 milímetros, la eficiente dirección de Gerard Damiano (que después realizaría otro gran clásico, El diablo en la señorita Jones), una producción destinada realmente a la cinta y un guión divertido le dieron a este filme un carácter especial que le otorgó el honor de ser la primera XXX proyectada comercialmente a nivel nacional en EU, compitiendo por la taquilla con El padrino e Historia de amor.
Deep throat (título lleno de imaginación) raya los límites de la sexología ficción: una chica (Linda Lovelace) no consigue satisfacción ni aun con la penetración simultánea. Un médico cotorro y bien dotado (Harry Reims) detecta el problema: su clítoris está en el fondo de la garganta y para lograr el orgasmo tiene que lograr que el falo hurgue en esas profundidades. Linda, entusiasmada, decide dedicar su vida a ayudarles a encontrar la salud a otros y así empieza sus andanzas, siempre a la hambrienta búsqueda del instrumento adecuado (tamaños estándar y pequeños, abstengámonos), haciendo coincidir sus propios orgasmos (con los cuales literalmente ve estrellas y fuegos artificiales) con los de sus compañeros.
Linda Lovelace, la protagonista de Garganta..., empezó su carrera con las ingenuas cintas de 8 milímetros y se dio a notar con El pie, cinta undeground experimental en la que un pie se excita con sus caricias hasta el clímax. Desinhibida, Linda se convirtió en uno de los principales blancos del vociferante movimiento feminista de inicios de los setenta, que la vieron como una aliada de los misóginos mass media masculinos. Las feministas aducían que detrás de la trama de la cinta, en la que una chica toma la iniciativa para conseguir su propio placer (el argumento que se usó para contener las críticas iniciales) se escondía la fantasía real del macho: la chica complaciente que vorazmente rebasa los límites del tamaño. Pasado el escándalo inicial y los ataques más conocidos ("la pornografía es la teoría, la violación la práctica") vino la etapa de la intelectualización del asunto, como la que hizo Dominique Poggi: "La liberalización sexual que la pornografía preconiza es en realidad una canalización de la sexualidad hacia la heterosexualidad, en un universo en el que los hombres siguen siendo los únicos que dominan el juego; en este sentido la pornografía milita a favor del mantenimiento de la apropiación de las mujeres por los hombres". Este galimatías no le quitó el sueño al anónimo informante del asunto Watergate, que jocosamente adoptó como sobrenombre el título de la cinta.
Pasados sus 15 minutos de fama, Linda Lovelace renegó de su pasado como estrella XXX para dedicarse con ahínco a la causa feminista y la lucha contra la industria del placer, pero indudablemente se le recordará por siempre por su participación en Garganta profunda, filme que sufrió en su tiempo de censuras incoherentes: mientras en Binghamton, un pueblo pequeño, la cinta se exhibió sin mayor inconveniente, en Nueva York, a dos horas de coche, era retirada de pantalla por mandato judicial. Aquí los erotómanos la vieron en video desde mediados de los ochenta (distribuida por Video Pegaso, compañía, ay dolor, ya desaparecida), y en 1994 se estrenó en las salas Savoy, Marilyn Monroe y Alex Phillips. La Garganta... llegó a México 22 años después de su estreno. No fue mucho tiempo, tomando en cuenta la hipócrita doble moral que funciona en el país.