EL CINISMO DE SHARON
Con
los principales asentamientos palestinos arrasados, humeantes y sembrados
aún de cadáveres por la acción del ejército
ocupante, el primer ministro israelí, Ariel Sharon, aseguró
que la masacre perpetrada por los soldados de su país "ha planteado
la oportunidad de encauzar el proceso de paz por una vía ética
diferente, libre de la amenaza del terrorismo", y reiteró su propuesta
de convocar a una "conferencia de paz" organizada por Estados Unidos para
resolver el añejo y cruento conflicto en los términos que
interesan a Tel Aviv: el cese de las hostilidades, la concertación
de un acuerdo intermedio similar a un armisticio y un acuerdo final permanente
"en que se establezcan las fronteras definitivas de Israel y los palestinos".
El presunto criminal de guerra en Sabra y Chatila no dijo
una palabra, por supuesto, del clamor mundial que demanda el retiro inmediato
de los territorios palestinos reocupados; el fin del secuestro domiciliario
en que las tropas de Israel mantienen al presidente palestino, Yasser Arafat;
la conclusión del cerco a la iglesia de La Natividad, en Belén;
la realización inmediata de una investigación internacional
sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos por israelíes
en poblaciones palestinas, y el despliegue de una fuerza multinacional
que evite que Israel perpetre un nuevo genocidio en Cisjordania y Gaza.
Desde esa perspectiva, la solución "de paz" imaginada
por el gobernante israelí constituiría, en todo caso, la
formalización y reconocimiento, por parte de la comunidad internacional,
de las atrocidades de Tel Aviv, la imposición a los palestinos de
un estatuto de pueblo vencido y una garantía de impunidad perpetua
para los responsables políticos y militares de las matanzas de civiles
en Jenin, Ramallah y otras localidades atacadas por el militarismo de Sharon
y de su coalición de gobierno.
Cabe preguntarse, por último, con qué base
moral podría Washington organizar una conferencia para resolver
una guerra desigual en la que uno de los bandos, sostenido y armado con
los productos más modernos y mortíferos de la industria bélica
estadunidense, ha enfrentado y arrasado a una población desesperada,
aterrorizada e inerme, con el pretexto de la caza de terroristas.
La semana pasada el secretario de Estado estadunidense,
Colin Powell, fue testigo del vandalismo de los ocupantes israelíes
en Ramallah; cuando salió de allí, Powell, sin inmutarse
ni apiadarse por la destrucción de vidas y bienes, deseó
simplemente que la ocupación terminara pronto y, en una expresión
de humor macabro, instó al mandatario palestino, incomunicado, privado
de electricidad y agua, y prisionero en su propia oficina, a que pusiera
fin a los atentados terroristas.
Con esos antecedentes en mente, la propuesta de Sharon
no parece una sincera expresión de paz, sino una nueva burla a la
comunidad internacional, a los derechos humanos y a la ética.