Mandatarios de la región enfrentaron
finales distintos cuando hubo intervención de EU
El retorno de Chávez, inédito en la historia
de AL
La campaña de la prensa en Venezuela, similar
a la de Chile cuando cayó Allende
STELLA CALLONI CORRESPONSAL
Buenos Aires, 14 de abril. El regreso del presidente
Hugo Chávez, literalmente secuestrado por el sector de militares
golpistas, después de un alzamiento popular contra esa acción,
constituye un hecho inédito en América Latina. Otros sucesos
similares tuvieron un final distinto, como el derrocamiento del general
Jacobo Arbenz, en Guatemala (1954); Getulio Vargas, en Brasil (1954); el
general Juan Domingo Perón, en Argentina (1955), y el presidente
constitucional Salvador Allende, en Chile (1973). En los casos anteriores
hubo una abierta intervención estadunidense.
Cuando
entrevistamos a Chávez por primera vez, la sensación que
transmitió este hombre de inusual sinceridad fue de una determinación
asombrosa, "quizá porque lanzarse de un paracaídas es siempre
una escena de retar al vacío, al destino", o por sus antecedentes
familiares, con un abuelo al que llaman Maisanta, de quien heredó
la rebeldía y el coraje, como sostuvo el mismo mandatario. La coalición
de sus adversarios tiene una similitud asombrosa con los que golpearon
a los gobernantes latinoamericanos antes mencionados: clase altas, empresarios
privados, militares desleales a los que se unieron las cadenas periodísticas
del poder, en lo que el mismo presidente calificó de "verdadera
conspiración mediática". Y por supuesto, infaltable en el
esquema, Washington.
Ya en las primeras entrevistas con La Jornada,
Chávez preveía que su sueño bolivariano de "una democracia
verdadera para Venezuela, una democracia para el pueblo" iba a traer muchas
tormentas. En julio de 1994, el ex teniente coronel de paracaidistas, quien
acababa de salir tras dos años de prisión por su intento
de golpe "contra la corrupción gubernamental" (de la administración
de Carlos Andrés Pérez) ?advirtiendo que las fuerzas militares
(que lo seguían) "no iban a actuar nunca más contra el pueblo"?,
hablaba de los prejuicios y la incapacidad de muchos analistas políticos
para poder establecer las igualdades y diferencias entre los países
de la región.
En aquella ocasión, la entrevista se realizó
durante un largo recorrido por una ciudad que mostraba los signos de una
severa crisis económica. En las calles por las que pasaba Chávez,
quien preparaba ya su movimiento bolivariano, todos lo saludaban como a
un viejo amigo. En esos mismos barrios pobres aún podían
verse los impactos de la represión de febrero de 1989, cuando el
entonces presidente Carlos Andrés Pérez impuso severos ajustes,
de acuerdo con las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI),
así como un alza del transporte. Estas medidas desataron la furia
popular. Vino entonces el Caracazo, cuando comenzaron los saqueos
y la consiguiente represión violenta para la cual se utilizó
al ejército, con saldo de centenares de muertos.
"La insurrección del 2 de febrero de 1992 tenía
justificación para nosotros. Estábamos tratando de dar un
campanazo, para decir la realidad que estábamos viviendo
como militares, estábamos viendo un país destrozado por la
miseria y la injusticia. El incendio ya está y no queremos que el
país sea un incendio total", explicaba Chávez.
Desde 1978, este hombre inició un movimiento clandestino
entre un grupo de militares. En 1982 ya contaban con un proyecto entre
oficiales jóvenes de las fuerzas armadas, "y vimos acelerarse ese
proyecto aquel febrero de 1989, cuando nos enviaron a reprimir al pueblo
en el Caracazo. Eso fue un genocidio. Estábamos enfermos,
espantados porque todos sabían que se iba a disparar contra mujeres,
niños, ancianos; contra el pueblo pobre, y eso significó
una toma de conciencia para nosotros como nunca habíamos tenido
antes".
Sus modelos eran el general Juan Velasco Alvarado, de
Perú, y el general Omar Torrijos, de Panamá. Esto lo decía
en 1994. En aquella oportunidad varios de los oficiales jóvenes,
todos universitarios, unidos a este movimiento bolivariano habían
sido ya despedidos del ejército, por el intento de golpe de 1992.
Y aún agitaban el llamamiento de 1992, que escasos medios publicaron
completo. Era un llamado revolucionario de un grupo de militares insurreccionados.
Pero este movimiento, que tenía lazos con intelectuales, estudiantes
y otros sectores que se alejaban en estampida de los partidos tradicionales
y ya estancados, o de la izquierda, creció hasta conformar la gran
alianza que llevó a Chávez al poder en 1998, convirtiéndose
luego en el presidente con mayor popularidad en la historia de Venezuela.
Chávez es también el único caso por el cual, para
cumplir estrictamente con la nueva Constitución bolivariana, volvió
a presentarse a elecciones en julio de 2000 y fue relecto.
"Una de las demostraciones de cómo se trata de
enterrar la verdad fue cuando se ocultó al mundo la Constitución
venezolana, que era una verdadera defensa de la soberanía nacional
y los derechos populares", dijo a este periódico en otra entrevista,
cuando ya estaba bajo la furia de las campañas de prensa.
"Nosotros hemos cometido errores de creación y
crecimiento, de no estructurar bien alianzas, pero aun así hemos
avanzado hacia la justicia, luchando contra estructuras de corrupción
que habían llevado a Venezuela a que, siendo tan inmensamente rica
en recursos, nuestro pueblo fuera tan miserablemente pobre. Es una tarea
muy grande transformar un país en estas condiciones (...). De lo
que hemos hecho son muy pocos los que hablan. Nadie nombra los esfuerzos
educativos, los avances en las zonas campesinas olvidadas. Nada. Ni de
recuperar una política exterior seria e independiente", decía
el mandatario, quien llegó a visitar Irak en abierto desafío
a Estados Unidos.
Chávez
ya sabía entonces que su gobierno iba a estar sometido a la desestabilización
constante, y que la campaña de los medios de comunicación
tenía gran semejanza con lo que había sucedido en Chile,
en la preparación del golpe militar contra Salvador Allende. Con
humor, en una charla en Montevideo, Uruguay, se burlaba de que algunos
intelectuales le reprochaban su forma de hablar, "como si no fuera una
característica muy venezolana. Si no fuera esto me buscarían
otros defectos. Si hasta dicen que soy un dictador delirante, cuando vivo
bajo el ataque de los medios que maneja el poder económico. Yo sólo
me detengo a contestar las mentiras, porque eso sí no lo dejo pasar,
ya que tenemos aquello de Goebbels, que (una mentira) se repite, se repite
hasta que se transforma en una verdad. Lo demás no interesa".
Cada uno de sus pasos ha sido seguido por Washington,
que públicamente le ha hecho llamados de atención. Pero Chávez
no dio marcha atrás, porque "hay que mantener la dignidad hasta
el final no sólo por nosotros mismos, sino por el propio país".
Otro de sus desafíos es "alentar la integración
de nuestros países y demostrar que un gobernante puede y debe desafiar
mandatos que significarán la destrucción de sus pueblos.
¿O quieren que tengamos obediencia debida cuando sabemos qué
resultados puede tener ciertas políticas para nuestros pueblos?"
Por eso viajó a los países "prohibidos"
como Irak, para "renacer a la OPEP", y no creyó que "debía
pedir disculpas, ya que el mío es un país soberano".
El 10 de diciembre pasado, cuando la misma coalición
golpista que actuó estos días hizo su primera intentona,
Chávez proclamó la Ley de Tierras, con impuestos para todas
las parcelas no trabajadas. Todo un símbolo.
Al verlo entrar la madrugada del domingo en el Palacio
de Miraflores, sonriente y tranquilo, se antojaba preguntarle si en los
momentos difíciles que vivió invocó a Maisanta, como
contó que hacía cuando este diario le preguntó una
ocasión si no temía enfrentar tantos desafíos.