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Cultura
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LA MUESTRA
Carlos Bonfil
El hombre que no estuvo
Posiblemente el punto más fuerte de la muestra
sea, desde ahora, la exhibición del filme más reciente de
Joel Coen, El hombre que no estuvo (The man who wasn't there),
un brillante trabajo de dirección escénica, una lección
de cómo recrear en blanco y negro un clima de angustia a la vez
personal y colectiva. El lugar: un pequeño pueblo estadunidense;
la época: 1949, periodo de exasperación, de paranoias compartibles
?los extraterrestres, los comunistas, los nipones sanguinarios, la guerra
fría?; el protagonista: Ed Crane, un hombre tan inexpresivo y banal
que los guionistas, los hermanos Ethan y Joel Coen, no aciertan en ubicar
en lugar alguno, a no ser en el territorio de lo absolutamente prescindible,
como emblema del "hombre moderno" y en una imagen atroz, la de un cabello
que luego de crecer "es cortado y desechado" sin mayor trámite.
La profesión de Crane es precisamente la de peluquero; su condición
real, la de un perfecto anónimo, un hombre casi fantasma --tan espectral
como el desempleado Vincent en otra cinta de la Muestra, Tiempo de mentir,
de Laurant Cantet.
¿Qué sucede cuando un hombre de mediocridad
semejante se deja envolver en una intriga pasional y delictiva? ¿Cuando
él mismo la diseña sólo para precipitarse luego en
una dinámica que lo rebasa y aniquila? Crane (un Billy Bob Thornton
formidable) tolera la infidelidad de su esposa Doris (Frances McDormand)
para después chantajear anónimamente a su rival Dave Nirdlinger
(James Gandolfini), dueño del almacén donde ella trabaja.
Hasta aquí, el esquema clásico de una novela negra de los
cuarenta. Para los hermanos Coen, sin embargo, el punto de partida, a lo
James M. Cain, a lo Dashiell Hammett, deriva pronto en una comedia del
absurdo, con referencias a los platillos voladores y a la metafísica
del cabello cortado. Los muertes son aquí accidentales o la cámara
sencillamente no las registra. Como en una cinta de Hitchcock (El hombre
equivocado, El hombre que sabía demasiado), hay también
falsos culpables en El hombre que no estuvo, y la variedad de interpretaciones
posibles mantiene al espectador en suspenso y en un azoro continuo. En
esta acuciosa exploración del personaje de Ed Crane ?hombre común,
enigmático y casi sonámbulo, entre la impasibilidad y el
delirio contenido), los hermanos Coen retoman y resumen a los antihéroes
de Fargo, Simplemente sangre o Barton Fink. En el
reparto aparecen sus actores fetiches; falta John Turturro, pero ahí
está en cambio la revelación de Billy Bob Thornton. Ahí
también, el acostumbrado director de fotografía, Roger Deakins,
con su notable aprovechamiento del blanco y negro, onírico y expresionista,
y la banda sonora, una vez más, de Carter Burwell. Un universo familiar
para el cinéfilo seguidor de los Coen, de sus obsesiones temáticas
y de su sugestivas derivaciones estéticas. Pero hay algo más:
el pueblo de Santa Rosa, California, aparece a finales de los cuarenta
como una interesante proyección de la aldea estadounidense a principios
del siglo siguiente, un territorio plagado de fobias y aprehensiones colectivas,
donde el "hombre moderno" deambula sin propósitos muy definidos,
un poco a la merced de una fatalidad siempre acechante A imagen de Ed Crane,
el ciudadano común que imaginan los Coen es un animal desencantado,
presa indolente de pasiones y maquinaciones que siempre lo exceden y avasallan.
Su revuelta, meramente hipotética, parece condenada al fracaso.
El hombre que no estuvo (¿por qué suprimir el ahí?)
es el comentario más sombrío de los cineastas sobre la condición
humana (y su relación con la cultura dominante) desde Miller's
crossing (De paseo a la muerte), su realización consagratoria.
Fascinante.
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