Elena Poniatowska
Mariana Yampolsky, su tierra y su gente
Las fotografías de Mariana Yampolsky han hecho
escuela. Cuando los jóvenes le preguntan qué se debe hacer
para tomar una buena fotografía, su respuesta es conmovedora: amar.
''Si no se ama, no sale''. El amor se ve en las fotos de Mariana, que son
un canto a su país. La nobleza de México salta a los ojos
y por eso las fotos de ella nos llegan tan hondo. Son nobles porque Mariana
es noble. (No se me ocurre mejor calificativo.) Es noble como los grandes
magueyes que retrata, como esas casas de lodo y paja que los hombres levantan
de la tierra, y que Mariana ha sabido valorar con mirada certera y apasionada
durante más de cincuenta años. A mí su amistad también
me ennoblece, y por eso mismo me hace mejor de lo que soy.
Nacida en Chicago el 6 de septiembre de 1925, Mariana
tuvo una infancia campesina en Cristal Lake, a la sombra de árboles
frutales, lagos y tierras dulces y fértiles. Montada en su bicicleta,
le encantaba descubrir caminos desconocidos, como ahora se lanza al campo
en su bochito y va a dar a pueblos totalmente nuevos para ella y
para nosotros. No sabe dónde dormirá ni qué encontrará
de comer; ella se lanza a la aventura. Intrépida, es una figura
familiar en casi todos los estados de la República. Llega como tractorcito
avanzando sobre sus fuertes piernas de caminante, un sombrero de paja en
la cabeza, su cámara Hasselblad al hombro, y contempla el paisaje,
el de la naturaleza y el de los hombres. Piensa mucho, mira hacia adentro,
y de pronto apunta su lente y dispara. Congela en un instante a las mujeres
mazahuas, a los habitantes de Tlacotalpan, a los niños pulqueros
de Tlaxcala. Mariana ha recorrido a pie pueblos y rancherías, y
tiene compadres y comadres no sólo en tierras mazahuas, también
en mixes y jarochas.
Mariana llegó de la Universidad de Chicago en 1944
y cuando abrió la ventana de su primer día en la ciudad y
vio una buganvilla estallar en la pared de enfrente dijo: "Este es mi país",
y cuando caminó por calles del Centro ?Regina, Donceles? y observó
risueña a los mecapaleros y a las quesadilleras de banqueta, a los
pregoneros y al cilindrero, pensó: "Esta es mi gente".
La Revolución Mexicana es posiblemente la más
fotografiada en el mundo. Hay que ir a Pachuca a conocer el archivo Casasola,
que conserva en óptimas condiciones negativos hoy científicamente
cuidados, en cuartos que tienen una determinada temperatura, un aire acondicionado
que supongo los oxigena y rejuvenece. Cuando se rescató el archivo,
los negativos, pegados unos con otros, peligraban. Vinieron expertos de
Rochester a convertir la colección Casasola en el archivo más
importante del país. Mariana, entusiasta, participó en el
rescate, y en 1950 colaboró con Carmen Toscano en la edición
de la película Memorias de un mexicano. Mujer desprendida
y fervorosa, ella le ha legado al país su conocimiento y su amor
a los niños, evidenciado en la colección de libros de texto
gratuitos que dirigió, Colibrí, para la Secretaría
de Educación Pública, en la que Mariana enseñó
a gustar de la lectura a niños de todas partes de la República.
A Mariana Yampolsky no le gusta hablar de sí, y
sin embargo es bueno saber que pasó del grabado a la fotografía.
Estudió dibujo, pintura y escultura en La Esmeralda y en la escuela
Artes del Libro. Primera mujer miembro del Taller de Gráfica Popular,
cuando Hannes Meyer, ex director del Bauhaus, le pidió que retratara
a los miembros del Taller de Gráfica Popular para un libro, tomó
sus primeras fotografías. Y le gustó. En los cuarenta, Mariana
se transformó en una formidable luchadora antifascista, y además
de inundar la ciudad con grabados de repudio al nazismo, los pegó
en las esquinas de las calles del Centro. Amiga de Leopoldo Méndez
y de Pablo O'Higgins, hizo los grandes libros de arte del Fondo Editorial
de la Plástica Mexicana: José Guadalupe Posada, Lo
efímero y lo eterno del arte popular mexicano y Diego Rivera.
Los frescos en la Secretaría de Educación Pública.
Mariana reivindicó el arte de México que hoy conoce como
pocos mexicanos. Su conocimiento de la arquitectura popular mexicana es
único y cuenta con más de 70 mil negativos del campo mexicano
y ha hecho más de 300 exposiciones individuales en el mundo entero,
de Estocolmo a Tokio, de Zurich a Tenerife, de Toronto a Shangai, de Nueva
York a París, ya que en el Centro Pompidou conservan una colección
de sus mejores fotografías.
Curadora ella misma de magnas exposiciones (Memoria
del tiempo. 150 años de fotografía en México),
el entusiasmo que suscita su obra sólo puede equipararse al que
ella siente por México.
Nunca he visto a Mariana más feliz que en sus viajes
al campo; ''es lo que me alimenta''. Llegó por primera vez a Tlacotalpan
hace 40 años por el río Papaloapan, río de las mariposas,
porque no había carretera. Formaba parte de una compañía
de teatro que daba funciones sin cobrar; Mariana hacía los escenarios,
tras bambalinas sostenía en el aire los decorados y pintaba los
telones de fondo. Tlacotalpan se le apareció reflejado en el agua
del río, brillante bajo la lluvia tropical. Entonces no había
hotel. Mariana dormía en hamaca al aire libre y caminaba todo el
día fascinada por las casas abiertas a la calle, sus cortinas blancas
agitadas por la brisa, sus corredores de helechos. Los habitantes la quisieron
de inmediato y la invitaron a pasar. Tlacotalpan detenida en el tiempo
y declarada patrimonio de la humanidad es uno de los libros que Mariana
fotografió con tanto entusiasmo como su obra magna: La casa que
canta, que debiera ser libro de texto obligatorio para todos los arquitectos
mexicanos. Otros libros suyos son: La casa en la tierra, Estancias
del olvido, Haciendas poblanas, La raíz y el camino,
Mazahua, Traditional Architecture of México ?publicada
por Thames y Hudson en Londres?, El jardín de Edward James
(Xilitla, en San Luis Potosí), amén de las obras de las que
ella se ha responsabilizado: Pablo O' Higgins, Bailes y balas,
Romualdo García y Francisco Toledo, entre muchos otros.
La buganvilla fue el detonante. Como la mujer descubre
al amado, Mariana Yampolsky vio la buganvilla y a partir de su colorido
extendió su mirada sobre el país y le dijo: "No te muevas,
México, que te voy a retratar", y nos ha entregado imágenes
excepcionales que la reflejan de cuerpo entero, porque ella misma es un
ser excepcional.