Atilio A. Borón
Sombras amenazantes sobreVenezuela
Venezuela parece encaminarse resueltamente hacia una crisis
económica, política y social sin precedentes desde mediados
del siglo XX. ¿Cómo caracterizar esta coyuntura?
En primer lugar, la crisis es producto del desenvolvimiento
de las luchas de clases y de la inevitable polarización a la que
conduce en América Latina cualquier programa de transformación
social. En el continente donde se asienta el poder imperial de Estados
Unidos, las reformas, por tímidas que sean, suelen ser ahogadas
en la sangre de cruentos procesos contrarrevolucionarios. Y el gobierno
de Chávez tiene el mérito de haber introducido en la vida
pública venezolana una reforma de fundamental importancia y de perdurables
efectos: después de largas décadas de hueca e inconsencuente
retórica democrática, su gobierno le confirió un sentido
de dignidad a las clases y capas populares de ese país. Después
de Chávez, ser mulato, mestizo o negro dejó de ser estigma,
y esto explica tanto la intensa adhesión de los sectores más
pobres y marginados hacia él, como el odio que su figura suscita
entre los ricos que, no por casualidad, son casi todos güeros.
Pocas veces se ha visto una superposición tan diáfana
entre clase y color, como la que afloró en Venezuela tras la caída
del régimen surgido del Pacto de Punto Fijo. Los significativos
avances sociales consagrados por la Constitución bolivariana, la
módica reforma tributaria que afecta fundamentalmente a las petroleras
extranjeras y la moderada reforma agraria impulsada el año pasado,
unidas a la caída de los ingresos petroleros, la devaluación
del bolívar y la fuga de divisas, pusieron el condimento económico
necesario para tensar la cuerda de la lucha de clases. En ese marco, hay
que reconocer que el gobierno de Chávez ha cometido algunos errores
y ha incurrido en no pocas torpezas que alimentaron la fuerza de la oposición,
al paso que desencantaba a sus seguidores. En este rubro, hay que anotar
desde el exagerado personalismo de la gestión presidencial -que
en condiciones de crisis como las actuales desgasta innecesariamente la
imagen del mandatario- hasta las vacilaciones de la política económica,
la persistencia de la pobreza y el desempleo, así como el deterioro
de los servicios públicos. Maquiavelo recordaba que los reformadores
irresolutos como Chávez conjuran contra sí el peor de los
mundos: la parcial y desconfiada lealtad de los beneficiados por sus reformas
y el total antagonismo de sus damnificados.
Pero el correcto descifrado de la coyuntura sería
imposible, al margen de un análisis de la situación global
de América Latina y el demencial belicismo desplegado por Washington
después del 11 de septiembre. En este sentido, la temprana oposición
de Chávez al Plan Colombia y a la militarización del conflicto
que desgarra a ese país ?manifestada no sólo en declaraciones,
sino en negativas concretas a la utilización del territorio y del
espacio aéreo venezolano para intervenir en la lucha antiguerrillera?
ha suscitado la cólera de Washington, que si no dio lugar a mayores
represalias fue sencillamente por la necesidad de preservar una fuente
confiable y cercana de abastecimiento de petróleo (la otra es México),
en momentos en que dos de los principales productores mundiales de crudo,
Irán e Irak, están sindicados como posibles blancos de ataques
nucleares estadunidenses, y un tercero, el Estado-cliente de Arabia Saudita
ha entrado en un peligroso ciclo de creciente inestabilidad política
y social. Chávez irritó también a Estados Unidos por
su estratégico papel en la revitalización de la OPEP, su
desafiante visita a países tales como Irak, Irán y Libia;
su acercamiento al Mercosur, a través de su fluido diálogo
con Fernando H. Cardoso, presidente de Brasil, y su rechazo al ALCA; su
negativa a endosar la dizque "guerra al terrorismo", lanzada por Bush Jr.
luego del 11 de septiembre, y su condena a las operaciones militares en
Afganistán y, last but not least, por las buenas relaciones
que ha establecido con La Habana, lo que ha permitido, entre otras cosas,
introducir una promisoria novedad en el comercio internacional sur-sur,
al concretar un programa de intercambio de petróleo, que a Venezuela
le sobra, por atención médica, donde los cubanos sobresalen
por su excelencia.
Es obvio que en un continente como éste el precio
que se paga por seguir una política exterior así de independiente
es muy elevado. De ahí el temporal retiro del embajador estadunidense
de Caracas, las ofensivas declaraciones de Colin Powell, en relación
con las actitudes de Chávez frente al "terrorismo", y la extraordinaria
campaña propagandística destinada a satanizar a Chávez
y a su gobierno, precisamente cuando en Argentina naufragaban trágicamente
las políticas del FMI y del BM.
Eliminar al chavismo aparece ante los ojos de los estrategas
de Washington como prerrequisito para "normalizar" la situación
colombiana y para poner fin, con un castigo ejemplar, a un gobierno que
ha desafiado las directivas del imperio en materia de política exterior
y, en parte, interior. En todo caso, si alguien tiene dudas acerca de lo
que Chávez significa para Venezuela y para la izquierda en general,
una rápida ojeada al abanico de sus adversarios políticos
las elimina por completo. En la vereda de enfrente se encuentran el gobierno
estadunidense, los grandes grupos económicos y la banca extranjera,
los tradicionales monopolios de la prensa y los medios de comunicación
de masas; la dirigencia sindical más ligada a la corruptela de AD
y Copei, todos bendecidos por el inédito fervor democrático
de la jerarquía católica y alabados y ensalzados por los
medios de comunicación estadunidenses y la Sociedad Interamericana
de Prensa ?la misma que jamás abrió la boca ante el centenar
de periodistas desaparecidos en Argentina y que ahora se escandaliza ante
los supuestos avances del chavismo sobre la prensa más libre de
las Américas, y donde el nivel diario de insultos y calumnias, no
sólo de críticas, a la figura presidencial no tiene parangón
en ninguna otra parte. Esta es la formidable coalición que se le
opone y que levanta, sin mayor convicción y con menor credibilidad,
las banderas de la democracia y la justicia.
La combinación de presión externa y desestabilización
interna suelen ser fatales para cualquier gobierno. Pero Chávez
aún tiene una reserva de legitimidad que se deriva de su papel histórico
y de las seis impecables elecciones ampliamente ganadas, algo que difícilmente
pueda borrarse con un cuartelazo promovido por Washington y ejecutado por
socios tan impresentables como los antes enumerados. Por otra parte, es
ilusorio suponer que, con el importantísimo respaldo popular que
aún cuenta -y que probablemente se acreciente en cuanto el pueblo
vea en acción a sus rivales-, Chávez abandone el poder sin
ofrecer batalla. Sería lamentable llegar a este violento desenlace,
pero la historia enseña que las condiciones del conflicto las fijan
los actores más irresponsables e inescrupulosos, y la oposición
antichavista unida a los halcones de Washington parecen haber escogido
la vía de la violencia y están procurando que Chávez
acepte sus términos.