Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 3 de abril de 2002
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Política

Carlos Martínez García

Diáconos indígenas

No nos cierren la puerta, escribieron a Juan Pablo II los diáconos indígenas de Chiapas cuando se enteraron de que su nombramiento y ministerio es puesto en serio cuestionamiento por la jerarquía romana. Los casi 400 indios que alcanzaron la diaconía en el obispado de Samuel Ruiz, se sienten marginados de la vida de su Iglesia y se dirigieron al Papa con el fin de que prosiga los lineamientos del Concilio Vaticano II, que abrió la posibilidad a la participación de los fieles en tareas antes reservadas a los sacerdotes.

La reacción de los líderes católicos indígenas fue motivada por la prohibición que Roma impuso al obispo Felipe Arizmendi para otorgar nuevos nombramientos de diáconos. La alta burocracia romana ordenó al sucesor de Samuel Ruiz abstenerse de continuar con una línea pastoral que el llamado Tatic auspició para atender mejor a la grey del amplio territorio que comprende la diócesis de San Cristóbal de las Casas. El obispo Ruiz García, por convicciones propias y observación del contexto religioso indígena, llegó a la conclusión de que era necesario hacer partícipes a los indios de las tareas evangelizadoras y ministeriales de la Iglesia católica. Mientras en otras confesiones religiosas, cuya mayor dinámica de crecimiento coincide con las cuatro décadas del obispado de Ruiz, el clero no indio es muy pequeño y el liderazgo recae preponderantemente en los creyentes de la región, dentro del catolicismo la vida eclesial centrada en el sacerdote inhibe la participación de los feligreses. Si las Iglesias protestantes mostraban gran vitalidad, gracias en buena medida a que en su seno se decidía tanto lo cúltico como las acciones de diseminación de su fe, lo mismo podría alcanzarse en las comunidades católicas, si se lograba que los indígenas se apropiaran del quehacer eclesiástico. El nombramiento de diáconos fue un paso necesario para esa apropiación.

La Iglesia católica tiene ante sí una encrucijada. Por una parte, Karol Wojtyla exhorta a la feligresía a mantener una fe viva, a inculturar el Evangelio y a no dejarse absorber por las ideologías corrosivas del mundo contemporáneo. Del otro lado bajo su papado ha regresado a posiciones preconciliares, reforzando el papel del sacerdocio y los controles de las autoridades eclesiásticas sobre ideas y prácticas renovadoras que buscan dialogar y negociar cognoscitivamente con el mundo. Al mismo tiempo que Roma desea mayor involucramiento de los fieles en las tareas de la Iglesia católica, en su interior más anquilosado se despierta el pavor por esa posible participación, no vaya a ser que los creyentes lleguen a la peligrosa conclusión de que pueden organizar su vida religiosa sin el liderazgo de los sacerdotes y la alta burocracia que administra todo el entramado eclesiástico. No se puede esperar un profundo involucramiento de los indios y las indias en la vida de su Iglesia, sin reconocerles responsabilidad y capacidad de decisión en la conducción de ella.

En la diócesis de San Cristóbal, mayoritariamente indígena, hay 76 sacerdotes para "una grey de cerca de millón y medio de católicos" (reportaje de Blanche Petrich, La Jornada, 27/03). Si a ellos les sumamos las casi cuatro centenas de diáconos y algunas decenas de religiosas, el total queda muy por debajo del número que alcanzan los pastores evangélicos, misioneros indios, predicadores itinerantes, diáconos y diaconisas. Por cierto que en un salto inconcebible para quienes rinden pleitesía incondicional a los pétreos usos y costumbres, en buen número de congregaciones evangélicas de corte pentecostal el liderazgo lo tienen las mujeres y alcanzan el reconocimiento de su comunidad al ser nombradas pastoras. El efecto democratizador de estas prácticas aún no es evaluado, pero sí deja constancia de que por propia decisión los pueblos indios están transformando su dinámica interna.

Los cerca de 400 diáconos están bajo la mira del Vaticano. Allá dudan de su capacidad para guiar e impartir sacramentos a sus compañeros de fe. En una misiva dirigida al obispo Felipe Arizmendi, por parte de Jorge Medina Estévez, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, se advierten los temores de Roma: "Hay antecedentes que causan preocupación respecto a la solidez y equilibrio de su formación... Cabe preguntarse si los diáconos ya ordenados tienen un claro concepto acerca de la naturaleza del ministerio diaconal". Poco le faltó para regresarnos a la polémica católica del siglo XVI que discutía si los indios tenían o no tenían alma.

Los mayores embates contra los indígenas católicos provienen de quienes les niegan capacidades y favorecen ortodoxias, que si antes fueron erróneas ahora rayan en la ridiculez. No sería extraño que los diáconos indios hoy rechazados, mañana estén realizando su vocación religiosa como pastores evangélicos.

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