El volumen reúne el catálogo de
Simón Flechine con retratos la época de oro del cine
Recupera Semo, fotógrafo imágenes
de una rica etapa de la cultura mexicana
Incluye estudios de manos, cuatro ensayos e índice
de los negativos del fondo del autor
ANASELLA ACOSTA NIETO
Los retratos de Ninón Sevilla, Rosita Fornés
y Lilia Prado, así como los de Pedro Armendáriz, Cantinflas,
Jorge
Negrete y Pedro Infante, se convirtieron en iconos que llegaron por medio
de la postal y el cartel a diversas regiones del país e, incluso,
del extranjero, y "alimentaron la religiosidad" de diversas generaciones
que suplieron los santos por los charros y las rumberas, sostiene Iván
Trujillo, autor de uno de los ensayos que contiene el volumen
Semo,
fotógrafo, que reúne el catálogo del artista Simón
Flechine o Senya Flechine, cuyas imágenes legendarias son testimonio
de la época de oro del cine mexicano y de más de dos
décadas de cultura en el país.
El Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, el Sistema
Nacional de Fototecas del INAH, la Filmoteca de la UNAM y la Fundación
Cultural Artención auspiciaron la labor de la investigadora y curadora
Emma Cecilia García Krinsky, coordinadora del libro mencionado que
además incluye a personajes que hicieron historia en el teatro,
la literatura y otras disciplinas del ámbito cultural entre 1942
y 1963, así como de los estudios de manos, cuatro ensayos y un índice
de los negativos que integran el Fondo Semo que hoy se encuentra en la
Fototeca Nacional, en Pachuca, Hidalgo.
Semo, fotógrafo recupera un punto de vista
fundamental sobre un periodo particularmente intenso de la cultura mexicana
en el siglo XX.
Innovaciones en la técnica
Semo, nombre con el que fue conocido el fotógrafo
de origen ruso y que se derivó de la fusión entre las primeras
letras de su nombre y del de su esposa, Mollie Steimer, llegó a
México en 1942. Algunos meses después estableció su
estudio ?Foto Semo? en Artes 28. Su presencia en la capital significó
la importación de las vanguardias de Berlín y París,
ciudades en las que el artista se formó, lo que le valió
el prestigio entre la comunidad artística del México nacionalista.
Cuenta Trujillo que luego de los retratos ortodoxos que
reflejaban a la aristocracia mexicana y uno que otro personaje popular
en "actitudes solemnes y estereotipadas", cuya gravedad e inmovilismo correspondían
al ideal positivista de orden y estabilidad, la introducción del
cine comienza a enriquecer la percepción común del país.
Con el cine nacional y de ficción ?observa?, la identificación
popular con las imágenes de la producción fílmica
llega a tener rienda suelta. Así, las actrices y los actores logran
salvarse del olvido gracias a las fotos postales tomadas en estudios, como
el de Enrique Díaz Delgado, en las que se observa ''cierta elegancia
rígida y actitudes propias del género dominante: el drama
pasional''.
Simón Flechine, contemporáneo de la
renovación del cine mexicano que se internacionaliza con el éxito
de Allá en el rancho grande, en 1936, llega a México
"cuando se hacía necesaria la presencia de un fotógrafo que
incorporara nuestro Olimpo fílmico a la estética del glamour
tipo hollywoodense, y que hiciera aún más deslumbrante
y fascinante al mundo mexicano del espectáculo", escribe Trujillo.
Los efectos de luz y sombra, los encuadres y el retoque
tanto en el negativo como en la prueba, para borrar las imperfecciones
de la piel, técnicas aprendidas en los estudios Harcourt de París,
fueron procesos aplicados por Semo en sus retratos a actores, escritores,
músicos, bailarines, pintores y fotógrafos mexicanos de dos
décadas.
El México nacionalista, que no impedía la
asimilación de nuevas tendencias artísticas, evidenció
?según Trujillo? la proyección masiva de los medios de comunicación
y por ende la necesidad de producir imágenes y mensajes claros y
memorables, así como la existencia de figuras reconocidas y admiradas
por públicos numerosos mediante el enaltecimiento de sus cualidades
físicas.
Semo "contribuyó significativamente a engrandecer
el culto a los actores y las actrices que dieron nombre a la época
de oro''.
Según el ensayista, el fotógrafo ruso afianza
una identidad desbordada entre los mexicanos, pues la imagen de las estrellas
fue en su origen "estereotipo que el público no sólo aceptaba,
sino que precisaba: cejas, sinónimo de altivez; piernas asociables
a la incitación infiel; sonrisas peligrosas; gestos potenciados
gracias a la luz y el poder del encuadre''.
Mientras se revisa el catálogo de Emma Cecilia,
aparecen la belleza y el llanto de Rosita Quintana, la sensualidad diabólica
de la señora Fu Man Chú, el legendario rostro de María
Victoria, la pureza y sumisión de Columba Domínguez; después
un Gabriel Figueroa en aparente acción; más allá,
la nobleza de José Clemente Orozco; el perfil divagante en la partitura
de Carlos Chávez y las manos escribientes de Salvador Novo; pero
la contundencia se halla en los cuerpos elásticos y el momento escultural
de los danzantes Gloria Campobello, Ricardo Silva, Guillermina Bravo, Josefina
Lavalle, Alma Rosa Martínez y Amalia Hernández.
Luego de 21 años de labor de retrato cultural,
Semo decidió retirarse de la vida pública para radicar en
Cuernavaca. Antes, donó al archivo fotográfico del Instituto
Nacional de Antropología e Historia 50 mil 468 piezas, entre ellas
254 mil 698 negativos y 24 mil 770 positivos.
Simón Flechine tenía la intención
de que otros fotógrafos donaran sus obras y así se fundara
la primera fototeca del país, de la que entonces se carecía.
Así nace el Fondo Semo y posteriormente la Fototeca
Nacional del INAH. En 1993 el Sistema Nacional de Fototecas decidió
incorporar al catálogo computarizado el fondo del artista ruso para
facilitar la consulta y garantizar la conservación del patrimonio
fotográfico, recuerda Rosa Casanova en otro de los ensayos que integran
el catálogo de reciente publicación, y que recopila imágenes
de dos décadas en la cultura mexicana, tomadas por un anarquista
ruso.