MEDIO ORIENTE: PASCUA SANGRIENTA
El
atroz atentado terrorista perpetrado ayer en un hotel de la ciudad israelí
de Netanya, en el que murieron 19 civiles israelíes, además
del atacante, pone de manifiesto la enorme distancia entre la actual coyuntura
sangrienta entre israelíes y palestinos y las perspectivas de reactivación
del proceso de paz.
A estas alturas, debiera ser evidente --tanto para Tel
Aviv y Washington como para las formaciones fundamentalistas palestinas
responsables de los ataques criminales contra civiles israelíes--
que el ciclo de violencia represiva por parte de Israel y de nuevos atentados
árabes es una serpiente que se muerde la cola y que la única
manera de detener el derramamiento de sangre es el retiro total de Is-
rael de los territorios que ocupó en la Guerra de los Seis Días,
en 1967; la pronta constitución, en ellos, de un Estado palestino
con todos sus atributos y con plena soberanía, la división
de Jerusalén --no para convertirla en una ciudad partida, sino en
una capital compartida-- y el reconocimiento del derecho de retorno a sus
hogares a los sujetos de los éxodos palestinos desde 1948.
Sólo de esa manera, ambos pueblos --el israelí
y el palestino-- podrían emprender uno de los más cruciales
desafíos de sus respectivas historias: el desafío de la reconciliación
y la convivencia pacífica.
Sin embargo, tales propósitos parecen irrealizables
en el actual escenario político mundial. En la conformación
unipolar presente, Estados Unidos pretende erigirse en árbitro del
conflicto, ignorando que siempre ha sido --y sigue siendo-- parte directamente
involucrada. Por ello, cualquier mascarada de negociación impulsada
por el Departamento de Estado está condenada al fracaso.
En lo inmediato, cualquier gestión estadunidense
tendría que empezar, para ser creíble, por el establecimiento
de una mínima equidad en el trato de Washington hacia ambas partes,
pero queda meridianamente claro que el gobierno de George W. Bush no está
dispuesto a renunciar a su alianza estratégica, financiera y política,
con Tel Aviv, incluso si el actual jefe de gobierno israelí es una
figura tan impresentable como Ariel Sharon, a quien un tribunal europeo
tiene por presunto criminal de guerra, debido a su responsabilidad en la
matanza de civiles en Sabra y Chatila, en los años 80.
Resulta exasperante que, en esta Pascua, la región
de Tierra Santa siga empapándose de sangre por una confrontación
en la que buena parte de la responsabilidad histórica y presente
corresponde a los países que se reclaman depositarios de los valores
éticos del cristianismo, empezando por Estados Unidos y las potencias
europeas.