Animalistas contra el humanismo
Lumbrera Chico
En menos de ocho días, dos notas difundidas por las agencias internacionales de prensa han puesto a la fiesta brava en el centro de la polémica. La primera vino de Madrid y refiere que tras el estreno de Todo lo que sé acerca de ella, la nueva película del maestro Pedro Almodóvar, los animalistas del reino de Juan Carlos I de Borbón se cortaron simbólicamente las venas porque durante la proyección de la cinta vieron la lidia a muerte de cuatro toros de casta.
La segunda, procedente de la ensangrentada Colombia, cuenta que antes del estreno de un espectáculo de La cuadra de Sevilla, los animalistas bogotanos protestaron tratando de impedir que se lidiaran a muerte otros cuatro toros bravos, en el marco de una función de teatro cuyo autor y director, Joaquín Távora, plantea como la búsqueda de "la física de los sentidos".
Nada han conseguido, por lo visto, las agrupaciones ibéricas de los que se rasgan las vestiduras con el incomprensible propósito de proteger los "derechos humanos" de los animales, mientras permanecen impávidos -tal es su característica más acusada- ante el trato animal que se les da a los hombres, lo que incita a recordar la divertida conseja de un criador de perros de pelea quien cierta vez, al subrayar que Hitler y los fundadores del Ku Klux Klan eran unos animalistas furibundos, postuló: "Cuando veas a un protector de animales, atraviesa la calle y cámbiate de acera porque apestan".
Podemos apostar a que la nueva creación de Almodóvar circulará por el mundo sin menoscabo de sus escenas taurinas, pero en el caso colombiano el resultado fue más bien salomónico. Al ver que no podrían impedir que el montaje de La cuadra de Sevilla se desarrollara como estaba previsto, los animalistas invocaron el cumplimiento de una ley que veta el ingreso de los menores de edad a las plazas de toros donde los astados son muertos a estoque. En consecuencia, las autoridades aplicaron el precepto jurídico y Távora accedió a modificar el guión, permitiendo que las reses abandonaran el ruedo por su propia pezuña para ser liquidadas en la trastienda.
Llama la atención, y entusiasma, el hecho de que dos grandes y reconocidos creadores escénicos volteen los ojos hacia la antiquísima celebración del rito de Tauro, en su contemporánea y decadente versión de principios del siglo XXI, para reflexionar artísticamente sobre la condición humana. Esto confirma lo que desde siempre hemos sabido los amantes de la tauromaquia: el juego, siempre trágico, del hombre con el toro, es un espejo terrible de la vida, y como la poesía misma, de la que está hecho, propone múltiples lecturas para acercarse a la realidad y a la oscura sustancia de los sueños.
Así lo comprendió uno de los más interesantes directores del cine estadunidense, el maestro Budd Boetticher, quien allá por los años 50 filmó una excelente película sobre la vida de Carlos Arruza. Muerto hace pocos días con muchas décadas a cuestas, Boetticher merece desde luego el homenaje de la recordación.