Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 24 de marzo de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Política

Rolando Cordera Campos

Semana Mayor, semana global

Con claridad meridiana, como para que nadie se fuese a llamar a engaño, el presidente Bush reiteró la posición de su gobierno sobre el desarrollo internacional: que cada quien se las arregle como pueda, que respete las reglas, y si alguno quiere ayuda o calor humano, que se porte bien, conforme al modo americano de comportarse.

El presidente estadunidense pudo haber dicho también que los mal portados serán perdonados, pero no sin antes demostrar con hechos y no con verbo que están apenados: Cry, uncle!, suelen decir allá en el norte que deben gemir los réprobos, pero nos ahorraron esta vez el bochorno. Así hablaban de México hace unos años, cuando la crisis de la deuda estaba en su apogeo, o cuando el gobierno del presidente De la Madrid intentaba, en Contadora, hacer honor a la política exterior mexicana, en medio del peor temporal financiero de la época, por cierto.

La rudeza texana y la tacañería y los remilgos de los aliados ricos no son, sin embargo, argumentos suficientes para declarar la inutilidad de la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo. La renuencia de los desarrollados a comprometer los fondos propuestos por la ONU era conocida, o previsible, como lo son, de sobra, las imperfecciones y los abusos del mercado internacional que desde el norte se quiere global pero no tanto, como lo muestra nuestra propia experiencia camionera y atunera, y también la caminera si pensamos en los emigrantes sin documentos, no ayer sino en plena euforia del libre comercio de Norteamérica.

Todo esto y más -Argentina sigue su llanto entre nosotros- caracteriza la economía política internacional del presente, pero no es suficiente para descalificar el esfuerzo de la ONU o para justificar la andanada aldeana en boga, contra una reunión en la que se buscaba poner sobre la mesa lo que hace mucho se condenó, también desde el norte, so pretexto de las urgencias petroleras o de la deuda, o de la "dictadura de las mayorías" en la ONU, y demás espantajos, pero con dientes, urdidos por el terrible eje (Ƒdel mal, éste sí?) Reagan-Thatcher.

De un día para otro, desde sus bases en la Sultana o sus cuarteles generales aquí en la capital, a esto se dedicaron algunos medios mexicanos. Y a esto se dedicarán otros más, ahora que la salida abrupta de Fidel Castro del auditorio y de la conferencia les dio la tan ansiada "nota". Las cumbres no sirven, dirá el cínico en traje de experto, salvo cuando nos dan alimento para el escándalo efímero y para amarrar las navajas del caso. Bienvenido sea, concluirá entonces, el inaceptable y aún inexplicado mutis de Fidel del Cerro de la Silla.

La cumbre de Monterrey buscó abrir un poco más la puerta a lo que en los años 70 y 80 se despreció y persiguió por parte de las potencias a todo lo largo de las instituciones internacionales: el diálogo global entre los desiguales, con fines de compromiso y políticas tangibles; el reconocimiento de la necesidad y la legitimidad del desarrollo nacional, como condición para un orden internacional gobernable; la admisión de que sin crecimiento no hay combate a la pobreza que sirva, y la de que sin fórmulas adecuadas de financiamiento internacional, en especial para los países subdesarrollados, no hay crecimiento que dure y rinda frutos sociales.

Las deficiencias y la necedad doctrinaria de los documentos básicos del Consenso de Monterrey han sido expuestos quizás hasta la saciedad, pero es claro que todavía se dirá mucho, y tal vez mejor, una vez que los ánimos se calmen. Lo que importa ahora es insistir en que el contraveneno adoptado frente al "pensamiento único", de descalificar a ultranza y sumariamente los esfuerzos internacionales de los Estados por el desarrollo, no nos llevarán muy lejos y sí pueden tener efectos funestos para un debate sobre el tema que en estas tierras de la modernidad ha brillado por su ausencia.

Para empezar, al fin de esta nota, podríamos proponer: no es la globalización la que explica la magnitud y la ampliación actuales de la pobreza, sino, en todo caso, las convulsiones y arbitrariedades, junto con la falta de entradas efectivas para los más débiles, de un sistema económico internacional desbocado, que perdió el frágil orden que Bretton Woods le legó al mundo. Ese orden, por cierto, con todo lo injusto que haya sido, arropó la fase de desarrollo de las naciones pobres más larga de su historia. Esta es, al menos, la historia de este país y de la región de la que todavía forma parte.

El movimiento social de protesta internacional, cuya ausencia aquí fue notoria, no puede más presentarse como anti globalización, sino más bien por una globalización plena, que abra las puertas del mundo al libre flujo de personas, tecnología, conocimientos y, para los más pobres de los pobres, a la ayuda real y sostenida, sin condiciones grotescas como las que se sugirieron y algunos hasta aplaudieron en Monterrey: que para merecer la ayuda tan regateada, los subdesarrollados tengan que ser, de antemano, desarrollados, con la casa limpia y en orden, con la justicia y la honestidad a prueba de balas, de ambición, de egoísmo y de Enrons.

La semana regia terminó, pero la Semana Mayor apenas ha empezado.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año