Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 21 de marzo de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Mundo

Angel Guerra Cabrera

Neoliberalismo de guerra

A George W. Bush le urge atacar a Irak. Pero hete aquí que la Casa Blanca, para reducir el enorme costo político que supondría la agresión, necesita crear un consenso aprobatorio en el mundo árabe. Allí la opinión pública desconfía de los argumentos estadunidenses y está harta de ser regida por oligarquías frecuentemente serviles a Washington. A la vez, rechaza que éstas se embarquen en apoyar otra matanza contra un pueblo árabe o islámico. En cambio, la unen la censura a Estados Unidos por su respaldo a Israel y la solidaridad con los palestinos, sentimientos que han crecido con la actual intifada. La identidad árabe se condensa hoy en el martirio impuesto al pueblo palestino por Washington y Tel Aviv. Es reveladora la popularidad de que goza Osama Bin Laden en Medio Oriente. No por haber volado las Torres Gemelas, sino como un árabe que se atreve a levantar la voz contra Washington y es acusado sin pruebas y usado como chivo expiatorio del atentado.

Los gobernantes árabes son presas de una trampa doble: por un lado, la rebelión interna que temen si accedieran a la presión de Estados Unidos para que den luz verde al ataque a Bagdag; por otro, la exigencia de sus pueblos para que demanden a Washington una solución del drama palestino. De allí la premura de casi todos por complacer a Bush simulando que se trabaja por conseguir un acuerdo de paz sobre Palestina, que serviría de cortina de humo tras minimizar la arremetida contra Irak. Ello explica que, a diferencia de 1991, los gobiernos árabes hayan manifestado por ahora su oposición a esa medida en la reciente gira del vicepresidente Richard Cheney. Explica también la sorpresiva iniciativa de paz saudita de hace unos días y, a tenor de ésta, el patrocinio por Washington, vísperas de la partida de Cheney, de la curiosa resolución aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU sobre el conflicto palestino-israelí. La resolución pide la retirada de Israel de los territorios ocupados y se pronuncia por la existencia de dos estados, pero -allí está la trampa- mide con la misma vara al agredido y al agresor y obvia exigencias fundamentales a Israel, que ya habían formulado otros acuerdos de ese órgano que Estados Unidos considera "superados" (Allbright dixit), como las resoluciones 232 (1967) y 338 (1973) del Consejo de Seguridad.

Puede imaginarse que Israel manipulará a su antojo la nueva resolución como ha hecho siempre con las disposiciones de la ONU, tanto más cuanto que en los años re-cientes el árbitro entre israelíes y palestinos es uno de tan dudosa imparcialidad como Washington. Resulta grotesco el cinismo con que Cheney en presencia de "mi viejo amigo", como llamó a su paso por Tel Aviv al fascista Ariel Sharon, responsabilizó a Yasser Arafat de cualquier escollo que surja en la instrumentación del cese del fuego entre las dos partes y al condicionar una eventual reunión con el prisionero de Ramallah a que éste dé muestras de estar verdaderamente comprometido con "poner fin al terrorismo". Un Sharon complacido no se quedaba atrás en las humillaciones a Arafat. Puede que le permitamos ir a (la cumbre árabe de) Beirut, afirmó, pero si no se porta "bien" allí no lo dejaremos regresar.

El apremio de Bush por agredir a Irak nada tiene que ver con la posesión de "armas de destrucción masiva" -léase químicas y bacteriológicas- por Bagdag, a quien Estados Unidos estimuló a usarlas contra Irán y equipó militarmente cuando le convino para empujarlo a destruir la revolución antimperialista de los ayatolas. Tampoco con que Sadam Hussein sea un dictador. Sus vecinos árabes, íntimos de Estados Unidos, Arabia Saudita en primer lugar, son satrapías hereditarias extremadamente opresoras de sus súbditos, en particular de las mujeres; en el mejor de los casos, como Kuwait, no pasan de adornarse con una caricatura de Parlamento. La urgencia estadunidense obedece a su decisión de implantar lo que Pablo González Casanova llama "neoliberalismo de guerra": al ser rechazado ese modelo por sectores cada vez más numerosos de la población en el mundo, Washington ha optado por imponerlo con el terror mediante un estado de guerra permanente. No es casual que denominara Justicia Infinita la agresión contra Afganistán ni que sus víctimas mayoritarias hayan sido miles de indefensos y famélicos civiles, tanto en el "frente" afgano de la así llamada guerra contra el terrorismo, como en el palestino, comandado por Sharon.

[email protected]

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año