Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 18 de marzo de 2002
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Cultura

Vilma Fuentes

Ibargüengoitia o la familia de Alfred Jarry

Acababa de ver expuestas en las vitrinas de las librerías parisienses algunas de las novelas de Jorge Ibargüengoitia, traducidas al francés, cuando la suerte -en el caso encarnada por Tania Huerta- puso en mis manos dos de los volúmenes de la recopilación realizada por Guillermo Sheridan de las crónicas periodísticas de éste. Ver involucrado el nombre de Sheridan no me sorprendió, pertenece a la misma familia: alergia a la solemnidad, ignorancia del lugar común, erupción de urticaria ante cualquier militancia, incapacidad de controlar y contagiar la risa...

Releer los artículos de Ibargüengoitia fue un baño de agua fresca. Escenas ocurridas y escritas, en México, más de treinta años atrás no sólo no habían envejecido: me arrancaban la carcajada irreprimible que causan lo inusitado, la sorpresa, la visión reveladora que hace estallar lo consabido, el ridículo puesto en evidencia, la realidad aplanada por la costumbre. Mis carcajadas depertaron la curiosidad de Jacques, quien se apoderó de uno de los volúmenes que devoró sin parar de reír. La prosa de Ibargüengoitia, tenía las pruebas, sobrevivía incólume a las corrosivas agresiones de fechas y lugares. Como a las dificultades, en apariencia insuperables, de la traducción: el siempre objetivo azar me llevó a conocer, apenas una semana después, un crítico de la prensa francesa que me habló con entusiasmo de las novelas traducidas de Ibargüengoitia, a quien consideraba un gran escritor que no podía reducirse a la etiqueta de autor policiaco. Los resortes misteriosos de la risa, ocultos entre los matices de su prosa no habían perdido nada de su poder al ser vertidos al francés.

Si es cierta, como bien lo afirma Sheridan, la filiación anglosajona de la obra de Ibargüengotia, Jacques Bellefroid adivinaba en los textos de Jorge la lectura, más secreta, de Alfred Jarry. Sobre todo, de sus crónicas periodísticas felizmente recopiladas de manera póstuma bajo el título La chandelle verte, escogido por el propio Jarry antes de su muerte prematura a los treinta y cuatro años de edad. De par ma chandelle verte es la invocación proferida no menos de catorce veces por Ubú a lo largo de Ubú rey, la pieza de teatro que, como lo indica Annie Le Brun, es el árbol que oculta el bosque. La riqueza de la obra de Jarry radica tanto en su abundancia (tres volúmenes de La Pleiade) como en la originalidad que lo hace inimitable -pero no excluye su vasta influencia. Una originalidad producto de la absoluta rebelión contra la estupidez, la solemnidad y cualquier sistematización del pensamiento, del sarcasmo o la risa. Imposible descubrir en sus diferentes escritos un método, un sistema de burla que apague la risa y conduzca al tedio. Nada más triste y tedioso que la ironía sobre los mismos temas, con el mismo estilo, sobre los mismos adversarios... Otro camino hacia la solemnidad.

Creo que la mejor manera de mostrar lo que es Alfred Jarry es citarlo. Dos inicios de sus textos bastan. El primero, citado por André Breton en su Antología del humor negro, es el que comienza ''La pasión considerada como carrera de cuesta:

''Barrabás, del equipo, declaró que abandonaba.

''El starter Pilatos, sacando su cronómetro de agua o clepsidra, lo que le mojó las manos, a menos que no hubiese simplemente escupido en ellas, dio la orden de arranque.

''Jesús despegó a toda velocidad.

''En esa época, el uso era, según el buen redactor deportivo san Mateo, flagelar al arranque los ciclistas sprinters, como hacen los cocheros con sus hipotomotores. Así, Jesús, bien preparado, despegó, pero el accidente de la llanta ocurrió enseguida. Una rama de espinas agujeró todo el derredor de su rueda delantera...''

De ''M. Faguet y el alcoholismo '':

''ƑCuándo será innecesario recordar que los antialcohólicos son enfermos víctimas de ese veneno, el agua, tan disolvente y corrosivo que se le ha escogido entre todas las sustancias para las abluciones y lejías, y que una gota vertida en un líquido puro, por ejemplo el absinto, lo turba?''

Bastan estas breves dos muestras para abrir el apetito de los futuros lectores de Jarry, una escritura que no teme la insolencia sin caer nunca en la facilidad del sarcasmo en apariencia feroz pero en el fondo conformista y políticamente correcto y uniforme de la crítica sin imaginación.

Pero una viciosa consciente como soy yo no puede recomendar de manera impune a Ibargüengoitia y menos aún a Jarry. Cualquier otra lectura podría ser decepcionante.

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