Hermann Bellinghausen
Intifada
No eran tiempos para llamarse Alí. No en la ciudad de Marras, donde lo negro es negro, y lo blanco, blanco. Aunque, Alí se consideraba un asimilado, como aquellos judíos franceses de 1930, cosmopolita y educado, palestino del mundo. Mas era maniqueo el racismo religioso en ejercicio pleno. Y tenía ante sus ojos la miseria de sus hermanos de pueblo, su lucha desesperada y hasta suicida por estar en alguna parte del mundo, como querían los judíos alemanes de 1920.
Mucho doctorado tendrás en Nanterre o Friburgo, de todos modos Alí te llamas. Y se preguntó, forzando candor, como lo han hecho generaciones de trabajadores y campesinos del mundo: si la tierra es tanta, por qué no alcanza para todos.
Y es que la humanidad es muy vieja. Por todas partes brotan milenarias rencillas, la reclamación de derecho de piso de pueblos diferentes, plantados para bien o mal, sobre un mismo suelo.
En Marras, como en todo Occidente, si te llamas Alí puedes tener estudios, usar tu fuerza laboral, practicar el comercio exitoso, pero nunca tener tierra. Ni en la ciudad, ni en la campiña. Pero tenía una tierra de donde vino, si no él, lo que él era.
En ese lugar sus hermanos sufrían en sus propias casas palestinas los pogroms de 1900 en Rusia y de 1940 en Polonia. Sería porque estaban en su tierra, y no en ghettos, que los niños no salían de los escombros con las manos en la nuca camino al crematorio. Salían de los escombros con piedras en el puño y la cara cubierta, a expander su rabia.
Alí en Marras, con vida acedémica y un prestigio al que los nuevos aires de Occidente le enrarecían sus relaciones con colegas y le acotaban su derecho a ser progresista. Pero él no tenía el horizonte idealista de edificación y ganarle tierra al mar de los judíos rusos de 1950 y los argentinos de 1970 que se asentaron en los kibbutz de Israel. Él provenía de las mismas tierras atribuladas donde la Historia inventó las diásporas, pero ahora allí no había tierra prometida, sólo cercos, toque de queda, bombardeos, humillación.
Sintió un nudo. Creía, como el sionismo socialista de 1910, que la convivencia entre los dos pueblos en las tierras de Palestina era posible, y la única solución a tantas trampas de la religión y la Historia. Un siglo entero se consumió ya en demostar lo contrario. No, no eran tiempos para usar en paz la inteligencia, sobre todo si te llamas Alí.