Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 18 de marzo de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Política
Fernando del Paso

Religión y educación/ IV

La teología de la liberación

Considerada la teología como la ciencia que trata del conocimiento de Dios y sus atributos, su ejercicio por parte de grandes pensadores ?Platón y Aristóteles en sus orígenes, San Agustín, San Bernardo de Claraval, Tomás de Aquino, San Buenaventura, Duns Scoto, Melanchton, Francisco Suárez, Karl Barth? le ha dado al mundo algunos de los escritos más admirables y complejos de la historia. De aquí que se le niegue el carácter de "teología" a una doctrina, como la de la "liberación", cuyos postulados y razonamientos, cuyas premisas, parecen pecar de simples y elementales, carentes de misterio y hermetismo.

SERGIO MENDEZPero, por un lado, guste o no, ese movimiento ha pasado ya a la historia -lo que no quiere decir, si se me perdona la aparente redundancia, que haya pasado al pasado- con ese apelativo: el de teología. Por el otro, no pienso que debamos despreciar su sencillez, sus bondades, su pragmatismo, que, en mi opinión, ganan tanto al comparárseles con la vacuidad y gratuidad de los devaneos en los que han caído algunos de los teólogos más insignes, al bordar en el aire sobre ángeles, arcángeles, serafines y jerarquías, limbos, infiernos y purgatorios, sin haberse puesto jamás de acuerdo en el número de ángeles que caben en la punta de un alfiler.

Por último, si por ciencia se entiende "un cuerpo de doctrina metódicamente ordenado que constituye un ramo particular de los conocimientos humanos", tal es la definición que nos da el diccionario, no le será posible nunca a la teología llegar o acercarse siquiera al conocimiento de un Dios que es por definición incomprensible, inefable, inasible, inabarcable. En todo caso se supone que ese conocimiento ?o la sombra de él? se adquiere mediante una relevación que, según afirma la iglesia, puede darse lo mismo en los doctos que en los ignorantes y los humildes.

Me resulta casi inconcebible que un estudiante mexicano de educación media superior no conozca, así sea a grandes rasgos, los orígenes y la evolución de ese movimiento que, enterrado -como muchos afirman- o a flor de tierra y palpitante, dormido apenas ?como yo creo que está?, marcó un hito en la historia de Latinoamérica.

Durante una infinidad de siglos, la Iglesia defendió lo que se consideraba un orden establecido por la voluntad de Dios, conocida ésta a través de la revelación en el sentido de que los ricos eran ricos y los pobres, pobres, los privilegiados, privilegiados y los oprimidos, oprimidos, porque ése era el deseo, el designio, inescrutable, del Creador. Más allá de la muerte, las cosas serían distintas: de los pobres de espíritu sería el reino de los cielos, del cual estarían excluidos los ricos, pues más fácil sería pasar un camello por el ojo de una aguja, que permitir el ingreso de un rico al paraíso. El hambre, la miseria, la opresión, la desesperanza sobre la Tierra: para todo había una versión particular del cielo que todo lo compensaría.

Sin embargo, tras haberse multiplicado en ese mundo, en este planeta, los atisbos de un infierno no futuro, sino presente, una parte de la Iglesia católica comenzó a preguntarse si en verdad es la voluntad de Dios que los pobres sean pobres y los ricos sean ricos. Después de todo, si no se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad de Dios, y la teología tiene como objeto y fundamento la verdad revelada, ésta bien podría manifestarse a algunos fieles como una voluntad distinta a la que siempre se le había atribuido al Creador.

Ese fue el caso, sin duda, de algunos sacerdotes.

En los programas de estudios de enseñanza media superior, debería enseñarse cómo fue que una parte de la Iglesia de América Latina comenzó a tomar conciencia de las espantosas realidades de nuestro continente, y de la posibilidad de combatirlas. Cómo fue que en la primera reunión plenaria de la Conferencia Episcopal de América Latina, que se efectuó en Río de Janerio en 1955, se comenzó a reconocer los gravísimos problemas sociales del continente, y cómo, en 1967, en su encíclica Populorum Progressio, que fue calificada por el Wall Street Journal como "marxismo recalentado", el papa Juan XXIII hizo una fuerte crítica contra el orden económico internacional, y afirmó que el progreso humano es una evidencia de la labor de Dios en la Tierra.

A esto siguieron la segunda plenaria de la CELAM, en Medellín, Colombia, en la cual los obispos denunciaron la violencia institucionalizada y exigieron cambios radicales y rápidos, profundos, y en 1971 el Sínodo Mundial de Obispos, el cual señaló que la obligación de luchar por la justicia está implícita en el Evangelio.

En esas dos décadas -los sesenta y los setenta- el florecimiento de cruentas dictaduras latinoamericanas y con ellas el terror ejercido por ambas partes, opresores y oprimidos, fortaleció esa toma de conciencia, colectiva por una parte de la Iglesia, individual por parte de los primeros enunciadores de la Teología de la Liberación: poco antes de Medellín, el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez esbozó los postulados de la teoría, pero a la teoría se había adelantado el sacerdote colombiano Camilo Torres, muerto en combate en febrero de 1966.

Torres fue una entre muchas víctimas de la violencia -en su caso, como en el de otros, de la ajena y la propia-: según Phillip Berryman, en su libro Liberation Theology, tan sólo entre 64 y 78 hubo en América Latina 41 sacerdotes asesinados -seis de ellos guerrilleros-, 22 desaparecidos, 485 arrestados, 46 torturados y 253 expulsados de sus países. No figuró en esa lista, por haber sido asesinado en 1980, el arzobispo Oscar Romero, de El Salvador, y tampoco, desde luego, monseñor Gerardi, de Guatemala.

OSCAR  ARNULFONo formaría parte de esta enseñanza, desde luego, el elogio a la violencia, aunque no estaría por demás recordar el apoyo abierto de la Iglesia a "las guerras justas" en las que ha intervenido directa o indirectamente a lo largo de la historia, y el hecho por demás significativo de que algunos de los principales caudillos de nuestra guerra de independencia, como Hidalgo, Morelos y Matamoros fueron sacerdotes que se levantaron en armas, así como lo que dicen ciertos textos sagrados. Por ejemplo, el Eclesiástico -no el Eclesiastés: el Eclesiástico, libro canónico del Antiguo Testamento-, el cual, en el versículo 22 del capítulo 34 dice:

"Mata a su prójimo quien le arrebata el sustento: vierte sangre quien le quita el jornal al jornalero."

La historia de la Teología de la Liberación nos proporciona abundantes ejemplos de sacerdotes que en su lucha contra los caciques y los gobiernos, los terratenientes, las empresas multinacionales, los asesinos, los militares y los paramilitares, nunca se levantaron en armas y acudieron tan sólo a "la espada de Dios, que es su palabra", como el propio Romero, Helder Cámara, Méndez Arceo, Leonardo y Clodovis Boff, Ernesto Cardenal y otros más.

Motivo de análisis deberán ser, por supuesto, en estos programas, los argumentos de los más importantes detractores de la Teología de la Liberación, con objeto de determinar, en lo posible, si son sustentables las acusaciones de quienes han considerado a sus abanderados como comunistas.

Yo diría que, en principio de cuentas, no es ateísmo lo que se les puede endilgar: sucede que esos sacerdotes, muchos de los cuales probablemente nunca leyeron a Hegel, Marx, Lenin o Gramsci, encontraron una coincidencia entre el propósito del marxismo y el cristianismo de luchar por una sociedad más justa, y pensaron que algunos de los principios económicos del marxismo no eran incompatibles con el Evangelio. El fracaso rotundo de los regímenes comunistas de Europa no invalida el objetivo en el que se resumen todas las aspiraciones: justicia social.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año